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OPINIÓN · 19 JULIO, 2022 05:37

La desinformación, la mejor arma de guerra

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Antonio José Monagas

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Es posible que las nuevas informaciones que a diario corren por las redes sociales, se hayan convertido en fuentes de generación de nuevas ideas. Según reconocidos estudiosos, habrían adquirido la capacidad suficiente para fraguar nuevos conocimientos. Pero por otro lado, hay quienes opinan lo contrario, alegando que la información no es conocimiento.

El manejo de la información ha encauzado intereses que buscan tergiversar el contenido, dando lugar a la desinformación, provocando serios daños a la sociedad, la economía y la política, fundamentalmente.

No hay duda de que la desinformación mueve inmensas cuotas de poder y recursos de toda índole. Desde peculios financieros, hasta de razón ideológica, cultural y emocional. Ha sido un elemento para aplastar la democracia como sistema político.

La precipitación de la democracia, entendida esta como cimiento en la construcción de la igualdad, no ha sido un hecho fortuito. Las realidades son la prueba más fehaciente de lo referido. Son el mejor indicador de lo que ocurre en el fondo de las convulsiones que la desinformación provoca.

No hay forma de rebatir los estragos que la desinformación ha causado. Sobre todo, cuando se presenta como información falseada, viciada o corrompida. Se habla de las fake news. Y su peligro estriba en que son razones que se deslizan en los bordes de las verdades. El problema se articula cuando la información mal entendida se torna aceleradamente en desinformación. Y es porque la desinformación aprehendida o absorbida por el subconsciente o por el nivel más sensible de conciencia, actúa como un potente instrumento de destrucción. O quizás, como la mejor arma de guerra.


La desinformación en el cauce del problema

Es cierto que la democracia se sostiene en el pluralismo político, tal como lo dejó ver la escritora y teórica política alemana, Hannah Arendt. Pero igualmente, la democracia precisa de una información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, que garantice justicia, libertades y derechos. Y sólo esa democracia se sostiene en la capacidad de los medios de comunicación para validar las verdades sobre las cuales se erigen las realidades.

Esto luce como una ecuación que se resuelve en ambos sentidos. En ella aplica la propiedad conmutativa de la que se vale la suma aritmética y algebraica para demostrar su exactitud y realidad matemática. Que no es más que la verdad imprimiéndole sentido a las realidades.

Pero cuando la desinformación prioriza las realidades, ella se desdibuja del contexto que requirió para evidenciar sus estructuras. Esto deja ver que en medio de tal contrariedad, cualquier ideología ve deformar sus causas y efectos. La desinformación actúa para que los discursos de odio, adquieran la fuerza necesaria que exige la praxis. 

La magnitud del problema de la desinformación ha causado que muchas teorías conspirativas puedan asentir sus falsedades. Así, las realidades se desequilibran y cualquier distorsión o aberración de sus postulados, desfigura el contexto en que las realidades movilizan sus energías.

Es ahí cuando los ideales, en contrario con las ideologías, refuerzan su maquinaria emocional haciéndose pasar por una verdad, pero a distancia. Entonces, las ideologías, como la democracia, extravían sus argumentos al perder la fuerza con la cual evita que la podredumbre se acumule en los intersticios de sus andamiajes.

El filósofo Friedrich Nietzsche decía que “el idealismo es una mentira frente a la necesidad”. Y es indiscutible que la democracia es una necesidad que permite la convivencia supeditada en los valores trascendentales del hombre. Por eso, la búsqueda de las verdades se convierte en una necesidad irrebatible.

De modo que cualquier fuerza cuya gravedad desconcierte la verdad, la dignidad, la ética y la moralidad, es instrumento de la destrucción del Estado de Bienestar al cual se pliega la democracia. Por tanto, la desinformación en su indolencia por deformar la vida del hombre en conciliación con el desarrollo social, político y económico que se plantea permanentemente, termina siendo la causal que mueve intereses contra la democracia. 

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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El manejo de la información ha encauzado intereses que buscan tergiversar el contenido, dando lugar a la desinformación, provocando serios daños a la sociedad, la economía y la política, fundamentalmente.

No hay duda de que la desinformación mueve inmensas cuotas de poder y recursos de toda índole. Desde peculios financieros, hasta de razón ideológica, cultural y emocional. Ha sido un elemento para aplastar la democracia como sistema político.

La precipitación de la democracia, entendida esta como cimiento en la construcción de la igualdad, no ha sido un hecho fortuito. Las realidades son la prueba más fehaciente de lo referido. Son el mejor indicador de lo que ocurre en el fondo de las convulsiones que la desinformación provoca.

No hay forma de rebatir los estragos que la desinformación ha causado. Sobre todo, cuando se presenta como información falseada, viciada o corrompida. Se habla de las fake news. Y su peligro estriba en que son razones que se deslizan en los bordes de las verdades. El problema se articula cuando la información mal entendida se torna aceleradamente en desinformación. Y es porque la desinformación aprehendida o absorbida por el subconsciente o por el nivel más sensible de conciencia, actúa como un potente instrumento de destrucción. O quizás, como la mejor arma de guerra.


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Es cierto que la democracia se sostiene en el pluralismo político, tal como lo dejó ver la escritora y teórica política alemana, Hannah Arendt. Pero igualmente, la democracia precisa de una información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, que garantice justicia, libertades y derechos. Y sólo esa democracia se sostiene en la capacidad de los medios de comunicación para validar las verdades sobre las cuales se erigen las realidades.

Esto luce como una ecuación que se resuelve en ambos sentidos. En ella aplica la propiedad conmutativa de la que se vale la suma aritmética y algebraica para demostrar su exactitud y realidad matemática. Que no es más que la verdad imprimiéndole sentido a las realidades.

Pero cuando la desinformación prioriza las realidades, ella se desdibuja del contexto que requirió para evidenciar sus estructuras. Esto deja ver que en medio de tal contrariedad, cualquier ideología ve deformar sus causas y efectos. La desinformación actúa para que los discursos de odio, adquieran la fuerza necesaria que exige la praxis. 

La magnitud del problema de la desinformación ha causado que muchas teorías conspirativas puedan asentir sus falsedades. Así, las realidades se desequilibran y cualquier distorsión o aberración de sus postulados, desfigura el contexto en que las realidades movilizan sus energías.

Es ahí cuando los ideales, en contrario con las ideologías, refuerzan su maquinaria emocional haciéndose pasar por una verdad, pero a distancia. Entonces, las ideologías, como la democracia, extravían sus argumentos al perder la fuerza con la cual evita que la podredumbre se acumule en los intersticios de sus andamiajes.

El filósofo Friedrich Nietzsche decía que “el idealismo es una mentira frente a la necesidad”. Y es indiscutible que la democracia es una necesidad que permite la convivencia supeditada en los valores trascendentales del hombre. Por eso, la búsqueda de las verdades se convierte en una necesidad irrebatible.

De modo que cualquier fuerza cuya gravedad desconcierte la verdad, la dignidad, la ética y la moralidad, es instrumento de la destrucción del Estado de Bienestar al cual se pliega la democracia. Por tanto, la desinformación en su indolencia por deformar la vida del hombre en conciliación con el desarrollo social, político y económico que se plantea permanentemente, termina siendo la causal que mueve intereses contra la democracia. 

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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