Como todos los días, Andrea Páez salió a pasear al perro a las 6:15 a.m. Era una mañana bonita de otoño y las calles de su vecindario en Asdod, al sur de Israel, permanecían solas. Se celebraba el Sabbat judío y la gente debía estar durmiendo, recordó. El calendario marcaba 7 de octubre de 2023.

Al cabo de un rato, extrañada por no haberse cruzado siquiera con un corredor matutino, volvió a casa y encendió la televisión. Se enteró entonces que Hamás, el grupo terrorista palestino, había atacado al país y que una matanza se estaba llevando a cabo a 38 kilómetros de distancia de su pequeño departamento.

Mientras ella caminaba afuera, cientos de jóvenes fueron asesinados a sangre fría en el festival Tribe of Nova que se celebraba a poca distancia de la Franja de Gaza. Los oficiales recuperaron 260 cadáveres, muchos de ellos eran turistas extranjeros. Una de las amigas de Páez estuvo allí y sobrevivió, pero fue incapaz de contar cómo porque el estrés postraumático la dejó sin habla.

“No habla mucho ahora, quedó muy traumada. Está en un shock post traumático muy fuerte. Gracias a Dios no le pasó nada, pero vio muchas cosas y ahora no habla”, dijo Andrea el 11 de octubre a Efecto Cocuyo.

Un sonido chirriante recorrió todos los edificios vecinos ese sábado y se repitió durante minutos. Sirenas, una advertencia con eco. Andrea buscó en Internet y encontró un listado de noticias sobre la sorpresiva operación militar que estaba ocurriendo cerca de Gaza. Su familia en Venezuela la llamó.

Páez respiró e intentó alejar el pánico. En Caracas, la capital venezolana donde nació y creció, jamás había sonado una alarma y las amenazas de misiles solo se oían en películas. Sin embargo, desde que se mudó a Asdod hace seis años con su esposo e hija, Samuel y Alana Salama, se acostumbró de vez en cuando a escuchar el ruido y a las noticias de pequeños conflictos en los territorios cercanos a la ciudad israelí, uno de los puertos más importantes que tiene el país.

El lunes 9 de octubre se reportó el impacto de dos misiles en Asdod que no dejaron fallecidos. Foto: Cortesía.

Luego de tranquilizar a sus parientes, Andrea y Samuel tomaron la decisión de quedarse en su hogar mientras no haya una orden directa de evacuación del gobierno. El conflicto entre Hamás e Israel escala conforme pasan las horas; CNN publicó que al menos 1.200 israelíes han muerto durante los ataques, según datos de Fuerzas de Defensa de Israel, y 950 han fallecidos en Gaza.

Si bien Asdod no está asediada por Hamás, Andrea siente la tensión en el ambiente y se esfuerza por distraer a Alana, de seis años, a quien le ha explicado la guerra de forma simple. Intenta no ingresar a redes sociales para no estresarse, pero es difícil ignorar lo que pasa afuera, sobre todo porque desde su balcón puede ver actuar, con la suficiente claridad, a ese poderoso sistema móvil de defensa aérea que protege a Israel: el Domo de Hierro.

“En las noches es cuando más se aprecia. Es una luz que sube, sube y sube hasta que consigue el misil y estalla. La he visto varias veces, hay veces en las que ni siquiera salgo”, contó Páez a Efecto Cocuyo, vía telefónica, el 11 de octubre.

Tensos en Ashdod

El 7 de octubre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no tardó en declarar un estado de guerra en la nación y la mayoría de los países del Occidente condenaron las acciones de Hamás. En Asdod comenzó una oleada de compras nerviosas que casi acaba con el suministro de agua potable en las tiendas. Tampoco se consigue papel higiénico, asegura Andrea.

La gente se estremece con las imágenes, las notas de prensa y los videos. Páez no se ha topado con sus vecinos, porque ahora los israelíes suelen encerrarse en sus casas en cuanto pueden.

Las crudas noticias de masacres y explosiones al norte y al sur de Israel han afectado más a Samuel, que proviene de una familia judía cuya memoria ancestral es incapaz de olvidar. Como tiene la nacionalidad venezolana y no ha prestado nunca servicio militar, no fue reclutado para servir en el conflicto. De acuerdo con las leyes israelí, puede hacerlo si se ofrece de forma voluntaria.

Andrea intenta no pensar en cuántas personas están muriendo a manos de soldados o de terroristas. Sabe que, en caso de una amenaza de misil o de ingreso militar, tiene solo 45 segundos para esconderse y que debe permanecer en su propio bunker mínimo diez minutos, a menos de que las sirenas continúen sonando. En ese caso, deberá quedarse a resguardo hasta que haya silencio.

No piensan irse de la ciudad

Asdod recibió a la familia Salama con los brazos abiertos en 2017 cuando tomaron la decisión de migrar de una Venezuela convulsa. Fue sencillo escoger Israel: Samuel es judío y gozaba de oportunidades otorgadas por el gobierno, como acceso a una vivienda, ayudas económica y estudios de hebreo.

La ciudad es un puerto fundamental del Distrito Sur de Israel, porque allí llega el 60% de las importaciones, y en 2016 tenía unos 221.591 habitantes. A Andrea le pareció una buena idea mudarse al sitio debido a que el mar está cerca, algo que hoy la ayuda a sentir menos nostalgia por el Caribe que dejó atrás.

“Había ciudades que estaban en el desierto y nosotros preferimos estar más cerca de la costa. Los israelíes son personas solidarias, ahora mismo es cuando más se ve”, apuntó la venezolana.

Es su hogar ahora y no lo piensa abandonar a menos que sea absolutamente necesario. Su esposo y ella tienen empleos estables y una vida construida en esa urbe industrial de acceso fácil a playas azules.

Actualmente no existen cifras oficiales de cuántos venezolanos hay en Israel, debido a que Venezuela rompió relaciones diplomáticas con el país en 2009. Tampoco hay registros de connacionales fallecidos o heridos en medio del conflicto hasta la fecha, que ocurre un día después de conmemorarse los 50 años de la guerra del Yom Kippur, en la que fuerzas militares de Egipto y Siria atacaron a Israel.

El búnker lleno de juguetes

Las clases fueron suspendidas en Asdod, pero el gobierno anunció el 11 de octubre que los estudiantes podrían comenzar vía online la próxima semana. Mientras tanto, Alana Sofía, la hija de Páez y Salama, permanece en casa y toma lecciones con sus padres.

Alana es una niña despierta y alegre, que se muestra poco preocupada sobre lo que ocurre en el exterior, lo que tranquiliza a su familia. No sabe que el gobierno de Israel ordenó el asedio de Gaza. Su madre es educadora, egresada de la Universidad Metropolitana, y sabe cómo enseñarle en casa algunos de los contenidos escolares mientras su colegio permanece inactivo.

“Practicamos español, practicamos hebreo, jugamos cartas, hacemos actividades para que ella tampoco pierda su hilo escolar. Tratar de hacer la rutina lo más parecido a lo que ella tenía, pero sin tener que salir”, afirma Andrea.

El búnker o refugio que Andrea y Samuel tienen en el departamento sirvió en primer momento como cuarto de Alana, porque la pareja no esperaba tener que necesitarlo. Desde 2018 está lleno de muñecos de felpa y demás juguetes de la niña, así que esconderse ahí no le causa miedo.

“Ella lo ve como algo divertido porque dormimos todos juntos entonces piensa que en la noche hacemos pijamadas en familia. Por ese lado se siente acompañada, nos hace sentir bien que nos hable con esa inocencia”, explicó Páez.

A pesar de todo, cuenta con un plan de emergencia: el edificio donde vive tiene un búnker subterráneo conectado a una series de túneles cuyo destino final desconoce, indica. Jamás ha tenido que usarlos y reza por no hacerlo nunca.

Sin embargo, las luces que se observan desde su balcón, las respuesta del Domo de Hierro a los misiles que vienen de Gaza, la hacen preguntarse si se verá obligada a escapar pronto de una guerra que la tomó por completo desprevenida.