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Venezolano en Ucrania: «Ya no importa la hora, el tiempo. Importa vivir, concentrarse y vivir»

LA HUMANIDAD · 24 FEBRERO, 2023 22:00

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Albany Andara Meza | @AlbanyAndara


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Desde hace 365 días apartó su carrera de abogado y se alistó en la reserva  del ejército ucraniano. El tachirense José David Chaparro, de 56 años de edad, ha recorrido más de 5 mil kilómetros en plena guerra llevando ayuda humanitaria y rescatando a personas en las ciudades atacadas por las fuerzas rusas. 
Hoy te contamos la historia de este venezolano en el campo de batalla de Ucrania, a un año de iniciarse la guerra

La mirada vidriosa y confundida del niño ucraniano de Bucha aún se mantiene fresca en la memoria de José David Chaparro. Lo encontró en un refugio durante marzo de 2022, en el sótano de una casa abandonada, a 33 kilómetros de Kiev, la capital de Ucrania.

Por un instante, recuerda, el chiquillo frunció el ceño con recelo, pero al notar la bandera azul y amarilla en el uniforme del hombre acabó corriendo a sus brazos y se aferró a su cuello en un gesto de alivio. 

Bucha era ya noticia internacional, aunque el pequeño no lo sabía. La comunidad europea leía horrorizada sobre la masacre en la ciudad y los medios publicaban escalofriantes reportajes: cerca de 420 hombres y mujeres fueron asesinados entre el 27 de febrero y el 30 de marzo, algunos a quemarropa y con las manos atadas a la espalda. El gobierno de Ucrania responsabilizó a las Fuerzas Armadas de Rusia y las acusó de mutilar a personas inocentes, incluyendo a menores de edad. 

En un susurro, el niño contó a Chaparro que llevaba más de 15 jornadas oculto y sin comida. Parecía imposible que hubiese sobrevivido, pero José David cree que el tiempo se pulveriza mientras ocurre un conflicto bélico, que los segundos se detienen y las horas dejan de tener sentido. El jovencito podría haber estado sin comer un par de días o una decena y no lo sabría con certeza.

«Ya no importa la hora, el tiempo. Importa vivir. Concentrarse y vivir», reflexiona Chaparro en un contacto telefónico desde la ciudad ucraniana de Bajmut.

En Ucrania todas las semanas se parecen desde el 24 de febrero de 2022, cuando las tropas rusas invadieron el país en la madrugada. Actualmente cientos de soldados exhaustos miran los relojes con indiferencia y los civiles suelen equivocarse cuando anotan las fechas en cuadernos y paredes. Es difícil distinguir el lunes del viernes. En febrero de 2023 es la nieve que se derrite en los tejados destrozados, el cambio de estación, lo que les advierte a los ucranianos que ya pasó un año. 365 días de guerra con Rusia.

También ha pasado un año desde que Chaparro se alistó en la Defensa Territorial de Ucrania y el aniversario casi lo pilla desprevenido. No sabe qué fue del pequeño que rescató. El contacto entre ambos terminó cuando lo dejó a cargo de los organismos internacionales de protección a la infancia. Unicef reporta que 2,2 millones de niños y niñas se han visto obligados a abandonar el país. 

«Él tenía como 11 años. Estaba completamente solo. Yo tenía un poco de caramelos en el bolsillo y se los di. Me tocó mucho porque yo también tengo hijos», cuenta Chaparro a Efecto Cocuyo. Pocas cosas lo han hecho temblar como ese episodio de su vida: a veces cree que lleva tatuados los ojos del chico en el alma.

José David Chaparro, de 56 años y cejas pobladas, mantiene el acento venezolano intacto. Nació a 10.310 kilómetros de distancia de Ucrania, en una ciudad verde y fría con nombre de santo, al occidente de Venezuela. 

De Táchira a Ucrania 

La vida de José David empezó en 1967 en San Cristóbal, Táchira, donde el tiempo sí pasa muy rápido. Esos días veloces cerca de la frontera con Colombia terminaron a finales de los 80. Ucrania lo acogió en 1990, poco antes de que la Unión Soviética desapareciera y los mapas tuvieran que ser cambiados. Chaparro tenía el plan de estudiar Derecho Internacional allí, porque le parecía uno de los lugares más interesantes del globo, a pesar de ser considerado también uno de los más pobres de Europa.

En ese entonces el país era distinto, un territorio aún marcado por el comunismo que se despedía del armamento nuclear y que daba un vuelco económico: primero una recesión y luego cierta estabilidad que apenas duró. Chaparro estudió Derecho Internacional varios años y poco después se casó con una ciudadana local. 

«Para mí, como una persona que venía de un país democrático y capitalista en aquel entonces, me fue increíble ver todos los cambios que ocurrieron», dice. No perdió de vista el rumbo de Venezuela durante los años siguientes e incluso trabajó como encargado de negocios en Moscú entre 2001 y 2005. Su vida transcurrió entre viajes de ida y vuelta. Los meses corrieron sin pausa.

En 2014 supo que no simpatizaría nunca con el régimen de Nicolás Maduro y ese año participó brevemente en las protestas contra el gobierno, en territorio venezolano, que dejaron 43 muertos según cifras oficiales. 

Decepcionado por la permanencia de Maduro en el poder y decidido a quedarse en Europa, regresó al viejo continente. Ucrania se mantenía alerta tras el inicio de tensiones con el gobierno ruso durante 2014, pero aún estaba en pie. Menos de una década después se convirtió en una nación gris, de escombros y minas antipersonas ocultas en sitios recónditos, de 7,2 millones de refugiados que vagan en Europa y 6,9 millones que se desplazan internamente, de acuerdo con datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

Algunos días tras la entrada de los soldados de Rusia a Ucrania, el matrimonio Chaparro se alistó en la reserva del ejercito ucraniano. José David vio la destrucción pasar frente a su puerta y decidió apoyar al país que le brindó un hogar.

«Es una obligación moral y muy personal que yo he asumido, porque yo mismo he querido», dice. «Hemos arriesgado la vida para que otros se salven y creo que es la satisfacción más grande que puede tener un hombre». 

Se vistió de militar y tomó un rifle. Pasó entonces de ser un abogado a convertirse en un «comandante» que es como lo llaman los hombres de la subdivisión que tiene a cargo. Su misión es llevar ayuda humanitaria a distintas regiones y a rescatar a las personas en las ciudades más afectadas. 

Apoyo humanitario

Los minutos parecen haberse congelado, pero las cosas siguen pasando. Chaparro cree que es una relatividad espantosa a la que terminas acostumbrándote para poder sobrevivir. 

Kiev, Járkov y Odesa fueron las primeras regiones en advertir la invasión el 24 de febrero de 2022. Le siguieron Lugansk, Sumy, Chernigov y Zhytomy según los reportes de la defensa ucraniana. Un año después estos sitios registran pérdidas de 10.000 millones de dólares en edificaciones destrozadas, según cifras ofrecidas por el ministro de Infraestructura, Oleksandr Kubrakov.

«La infraestructura ha sido devastada. Lo poco que queda en pie está en la capital, que tiene mejor sistema de defensa», narra Chaparro. 

Iglesias y edificios antiguos cayeron estruendosamente, aplastados por bombas, y la historia arquitectónica de Ucrania se resquebrajó. Todo pudo haber ocurrido hace un año, o ayer, explica José David. Algo que lo ayuda a mantenerse consciente de los días es la ayuda humanitaria que llega a sus manos y que debe repartir. Es un ejercicio de concentración y organización. 

«Comando un grupo de varias personas entre civiles y militares. Por nuestras manos han pasado toneladas de ayudas médicas y alimentos provenientes de otros países. Estamos siempre entre la tercera y segunda línea de combate. Nosotros vamos en misiones de paz, a entregar equipos, a evacuar gente, pero estamos preparados para defendernos», especifica. 

Hasta la fecha, los 27 países que conforman la Unión Europea han enviado más de 77 mil toneladas de recursos a Ucrania. Organizaciones como la Cruz Roja Internacional y Acnur continúan trabajando en el territorio. El miércoles 15 de febrero de 2023 la Organización de Naciones Unidas (ONU) solicitó 5.600 millones de dólares para ayudar a los afectados por el conflicto ruso-ucraniano.

«Mi esposa es artista plástica. Está haciendo otras misiones: hay que estar con las ayudas, con los contactos con voluntariados, estar en las fronteras atendiendo este tema», dice Chaparro.

El olor del horror

El horror tiene un olor cambiante. José David asegura que los poblados que han sido devastados no huelen igual. A veces es pólvora y otras sangre lo que hay en el aire. 

«En algunos lugares que han sido recientemente bombardeados hueles a quemado, a restos de cosas. Otros sitios huelen a moho, a sangre que se ha secado con el sol», señala.

Ha visto escenas que no cuenta en voz alta y que prefiere olvidar en silencio. Los civiles ucranianos están tensos, aterrorizados, si tuviesen armas habrían masacrado al equipo del venezolano hace meses debido al uniforme militar. Han perdido la capacidad de diferenciar a los hombres armados y todos les parecen peligrosos por igual.

«Después de cierto período que la gente está sin comer y sin dormir, y bajo esa presión, pierde la noción del tiempo y de su propia situación», comenta.

Los comprende, intenta acercarse siempre con cautela. El temor en el semblante de las personas que busca ayudar no es lo peor de su trabajo. Lo difícil es rescatar a los heridos. En un año ha encontrado decenas de hombres con los huesos rotos, apenas respirando, mutilados o lacerados, que rechazan ser rescatados.

«Te piden que los dejes morir», dice el venezolano. Al menos 7.068 civiles han fallecido desde la invasión rusa en 2022 , según los registros de la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh), otros 11.415 han resultado heridos.

«Cuando te encuentras en una situación de esas, los valores te cambian totalmente. Ya no ves las cosas como las veías antes», añade.

Las probabilidades de morir

A la muerte no le importa que el tiempo se haya detenido y José David lo sabe. Está consciente de que el peligro es real y que cualquier día puede ser el último. El clima no ayuda, el calor y el frío son crueles en Ucrania. Temperaturas que derriten el asfalto en verano y que en invierno descienden drásticamente. 

Cargar con kilos de ayuda humanitaria por 150 kilómetros, en un punto que está bajo ataque, no es sencillo. Las balas pueden venir de cualquier lado, del fuego aéreo, de artillería o de infantería. Los hombres de Chaparro no solo deben estar atentos a un disparo en la sien o en el centro del pecho: incluso el suelo puede estallar si se topan con un explosivo escondido en él. 

A principios de 2023 la organización Human Rights Watch acusó a Ucrania de emplear minas antipersonas en la guerra, a pesar de que el país forma parte del Tratado sobre la Prohibición de Minas de 1997. Al menos 50 civiles han resultado heridos por ello. Rusia no está exenta de denuncias, también ha utilizado los artefactos letales en numerosas ocasiones. 

«Hay un sinfín de oportunidades de no lograr sobrevivir», afirma Chaparro. «Todos los que trabajamos acá sabemos que en algún punto ya no vamos a estar». El gobierno de Estados Unidos informó en noviembre de 2022 que cerca de 100.000 soldados ucranianos han muerto o han resultado heridos en el conflicto.

Johan Obdola, analista, experto en seguridad y coordinador de evacuación en Ucrania durante los primeros meses de guerra, informó a Efecto Cocuyo que se estima que hay alrededor de 150 latinos voluntarios en el ejercito ucraniano, al menos 15 son de nacionalidad venezolana. Sin embargo, Chaparro no ha visto a ningún otro connacional hasta la fecha.

Dar el ejemplo 

José David no habla del miedo a la muerte, para no asustar a su equipo. Dice que debe dar el ejemplo, porque es la cabeza de su división de voluntarios. 

«Hay que estar constantemente preocupado por la salud mental de las personas a tu cargo. Aprendes a ver sus fortalezas y sabes que tienes que guiarlos. Darles fuerzas. Todos flaqueamos, pero unos no podemos demostrarlo», expresa. 

En 365 días ha recorrido más de 5.000 kilómetros de un país que se extiende por 603.628. Los hombres bajo su mando saben que cuando el piso vibra, deben guardar la calma para actuar. 

«En esos momentos si tienes miedo vas a dudar, y si dudas vas a morir. Esa es la ecuación», dice Chaparro.

Espera que la guerra termine pronto. Jornada tras jornada contempla el sol salir y esconderse en un momento que se hace eterno. Si no fuese por la nieve, creería que vive siempre el mismo día.

Él es el que consuela a los demás y poco se presta a la autocompasión. Sin embargo, por momentos se permite animarse a sí mismo. Todas las mañanas se ajusta a la camisa del uniforme su único amuleto de la suerte: una insignia bordada con dos banderas. La mitad es amarilla y azul, la de Ucrania. La otra es tricolor y en la franja azul lleva estrellas blancas. La de Venezuela. Es a lo único que se aferra cuando el reloj se detiene, a sus convicciones. 

«Mi corazón también está con Venezuela. Pero yo opté por quedarme a ayudar en Ucrania, por quedarme y sobrevivir», culmina. «Ya no importa la hora, el tiempo. Eso pasa a otra dimensión». 

LA HUMANIDAD · 24 FEBRERO, 2023

Venezolano en Ucrania: «Ya no importa la hora, el tiempo. Importa vivir, concentrarse y vivir»

Texto por Albany Andara Meza | @AlbanyAndara

Desde hace 365 días apartó su carrera de abogado y se alistó en la reserva  del ejército ucraniano. El tachirense José David Chaparro, de 56 años de edad, ha recorrido más de 5 mil kilómetros en plena guerra llevando ayuda humanitaria y rescatando a personas en las ciudades atacadas por las fuerzas rusas. 
Hoy te contamos la historia de este venezolano en el campo de batalla de Ucrania, a un año de iniciarse la guerra

La mirada vidriosa y confundida del niño ucraniano de Bucha aún se mantiene fresca en la memoria de José David Chaparro. Lo encontró en un refugio durante marzo de 2022, en el sótano de una casa abandonada, a 33 kilómetros de Kiev, la capital de Ucrania.

Por un instante, recuerda, el chiquillo frunció el ceño con recelo, pero al notar la bandera azul y amarilla en el uniforme del hombre acabó corriendo a sus brazos y se aferró a su cuello en un gesto de alivio. 

Bucha era ya noticia internacional, aunque el pequeño no lo sabía. La comunidad europea leía horrorizada sobre la masacre en la ciudad y los medios publicaban escalofriantes reportajes: cerca de 420 hombres y mujeres fueron asesinados entre el 27 de febrero y el 30 de marzo, algunos a quemarropa y con las manos atadas a la espalda. El gobierno de Ucrania responsabilizó a las Fuerzas Armadas de Rusia y las acusó de mutilar a personas inocentes, incluyendo a menores de edad. 

En un susurro, el niño contó a Chaparro que llevaba más de 15 jornadas oculto y sin comida. Parecía imposible que hubiese sobrevivido, pero José David cree que el tiempo se pulveriza mientras ocurre un conflicto bélico, que los segundos se detienen y las horas dejan de tener sentido. El jovencito podría haber estado sin comer un par de días o una decena y no lo sabría con certeza.

«Ya no importa la hora, el tiempo. Importa vivir. Concentrarse y vivir», reflexiona Chaparro en un contacto telefónico desde la ciudad ucraniana de Bajmut.

En Ucrania todas las semanas se parecen desde el 24 de febrero de 2022, cuando las tropas rusas invadieron el país en la madrugada. Actualmente cientos de soldados exhaustos miran los relojes con indiferencia y los civiles suelen equivocarse cuando anotan las fechas en cuadernos y paredes. Es difícil distinguir el lunes del viernes. En febrero de 2023 es la nieve que se derrite en los tejados destrozados, el cambio de estación, lo que les advierte a los ucranianos que ya pasó un año. 365 días de guerra con Rusia.

También ha pasado un año desde que Chaparro se alistó en la Defensa Territorial de Ucrania y el aniversario casi lo pilla desprevenido. No sabe qué fue del pequeño que rescató. El contacto entre ambos terminó cuando lo dejó a cargo de los organismos internacionales de protección a la infancia. Unicef reporta que 2,2 millones de niños y niñas se han visto obligados a abandonar el país. 

«Él tenía como 11 años. Estaba completamente solo. Yo tenía un poco de caramelos en el bolsillo y se los di. Me tocó mucho porque yo también tengo hijos», cuenta Chaparro a Efecto Cocuyo. Pocas cosas lo han hecho temblar como ese episodio de su vida: a veces cree que lleva tatuados los ojos del chico en el alma.

José David Chaparro, de 56 años y cejas pobladas, mantiene el acento venezolano intacto. Nació a 10.310 kilómetros de distancia de Ucrania, en una ciudad verde y fría con nombre de santo, al occidente de Venezuela. 

De Táchira a Ucrania 

La vida de José David empezó en 1967 en San Cristóbal, Táchira, donde el tiempo sí pasa muy rápido. Esos días veloces cerca de la frontera con Colombia terminaron a finales de los 80. Ucrania lo acogió en 1990, poco antes de que la Unión Soviética desapareciera y los mapas tuvieran que ser cambiados. Chaparro tenía el plan de estudiar Derecho Internacional allí, porque le parecía uno de los lugares más interesantes del globo, a pesar de ser considerado también uno de los más pobres de Europa.

En ese entonces el país era distinto, un territorio aún marcado por el comunismo que se despedía del armamento nuclear y que daba un vuelco económico: primero una recesión y luego cierta estabilidad que apenas duró. Chaparro estudió Derecho Internacional varios años y poco después se casó con una ciudadana local. 

«Para mí, como una persona que venía de un país democrático y capitalista en aquel entonces, me fue increíble ver todos los cambios que ocurrieron», dice. No perdió de vista el rumbo de Venezuela durante los años siguientes e incluso trabajó como encargado de negocios en Moscú entre 2001 y 2005. Su vida transcurrió entre viajes de ida y vuelta. Los meses corrieron sin pausa.

En 2014 supo que no simpatizaría nunca con el régimen de Nicolás Maduro y ese año participó brevemente en las protestas contra el gobierno, en territorio venezolano, que dejaron 43 muertos según cifras oficiales. 

Decepcionado por la permanencia de Maduro en el poder y decidido a quedarse en Europa, regresó al viejo continente. Ucrania se mantenía alerta tras el inicio de tensiones con el gobierno ruso durante 2014, pero aún estaba en pie. Menos de una década después se convirtió en una nación gris, de escombros y minas antipersonas ocultas en sitios recónditos, de 7,2 millones de refugiados que vagan en Europa y 6,9 millones que se desplazan internamente, de acuerdo con datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

Algunos días tras la entrada de los soldados de Rusia a Ucrania, el matrimonio Chaparro se alistó en la reserva del ejercito ucraniano. José David vio la destrucción pasar frente a su puerta y decidió apoyar al país que le brindó un hogar.

«Es una obligación moral y muy personal que yo he asumido, porque yo mismo he querido», dice. «Hemos arriesgado la vida para que otros se salven y creo que es la satisfacción más grande que puede tener un hombre». 

Se vistió de militar y tomó un rifle. Pasó entonces de ser un abogado a convertirse en un «comandante» que es como lo llaman los hombres de la subdivisión que tiene a cargo. Su misión es llevar ayuda humanitaria a distintas regiones y a rescatar a las personas en las ciudades más afectadas. 

Apoyo humanitario

Los minutos parecen haberse congelado, pero las cosas siguen pasando. Chaparro cree que es una relatividad espantosa a la que terminas acostumbrándote para poder sobrevivir. 

Kiev, Járkov y Odesa fueron las primeras regiones en advertir la invasión el 24 de febrero de 2022. Le siguieron Lugansk, Sumy, Chernigov y Zhytomy según los reportes de la defensa ucraniana. Un año después estos sitios registran pérdidas de 10.000 millones de dólares en edificaciones destrozadas, según cifras ofrecidas por el ministro de Infraestructura, Oleksandr Kubrakov.

«La infraestructura ha sido devastada. Lo poco que queda en pie está en la capital, que tiene mejor sistema de defensa», narra Chaparro. 

Iglesias y edificios antiguos cayeron estruendosamente, aplastados por bombas, y la historia arquitectónica de Ucrania se resquebrajó. Todo pudo haber ocurrido hace un año, o ayer, explica José David. Algo que lo ayuda a mantenerse consciente de los días es la ayuda humanitaria que llega a sus manos y que debe repartir. Es un ejercicio de concentración y organización. 

«Comando un grupo de varias personas entre civiles y militares. Por nuestras manos han pasado toneladas de ayudas médicas y alimentos provenientes de otros países. Estamos siempre entre la tercera y segunda línea de combate. Nosotros vamos en misiones de paz, a entregar equipos, a evacuar gente, pero estamos preparados para defendernos», especifica. 

Hasta la fecha, los 27 países que conforman la Unión Europea han enviado más de 77 mil toneladas de recursos a Ucrania. Organizaciones como la Cruz Roja Internacional y Acnur continúan trabajando en el territorio. El miércoles 15 de febrero de 2023 la Organización de Naciones Unidas (ONU) solicitó 5.600 millones de dólares para ayudar a los afectados por el conflicto ruso-ucraniano.

«Mi esposa es artista plástica. Está haciendo otras misiones: hay que estar con las ayudas, con los contactos con voluntariados, estar en las fronteras atendiendo este tema», dice Chaparro.

El olor del horror

El horror tiene un olor cambiante. José David asegura que los poblados que han sido devastados no huelen igual. A veces es pólvora y otras sangre lo que hay en el aire. 

«En algunos lugares que han sido recientemente bombardeados hueles a quemado, a restos de cosas. Otros sitios huelen a moho, a sangre que se ha secado con el sol», señala.

Ha visto escenas que no cuenta en voz alta y que prefiere olvidar en silencio. Los civiles ucranianos están tensos, aterrorizados, si tuviesen armas habrían masacrado al equipo del venezolano hace meses debido al uniforme militar. Han perdido la capacidad de diferenciar a los hombres armados y todos les parecen peligrosos por igual.

«Después de cierto período que la gente está sin comer y sin dormir, y bajo esa presión, pierde la noción del tiempo y de su propia situación», comenta.

Los comprende, intenta acercarse siempre con cautela. El temor en el semblante de las personas que busca ayudar no es lo peor de su trabajo. Lo difícil es rescatar a los heridos. En un año ha encontrado decenas de hombres con los huesos rotos, apenas respirando, mutilados o lacerados, que rechazan ser rescatados.

«Te piden que los dejes morir», dice el venezolano. Al menos 7.068 civiles han fallecido desde la invasión rusa en 2022 , según los registros de la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh), otros 11.415 han resultado heridos.

«Cuando te encuentras en una situación de esas, los valores te cambian totalmente. Ya no ves las cosas como las veías antes», añade.

Las probabilidades de morir

A la muerte no le importa que el tiempo se haya detenido y José David lo sabe. Está consciente de que el peligro es real y que cualquier día puede ser el último. El clima no ayuda, el calor y el frío son crueles en Ucrania. Temperaturas que derriten el asfalto en verano y que en invierno descienden drásticamente. 

Cargar con kilos de ayuda humanitaria por 150 kilómetros, en un punto que está bajo ataque, no es sencillo. Las balas pueden venir de cualquier lado, del fuego aéreo, de artillería o de infantería. Los hombres de Chaparro no solo deben estar atentos a un disparo en la sien o en el centro del pecho: incluso el suelo puede estallar si se topan con un explosivo escondido en él. 

A principios de 2023 la organización Human Rights Watch acusó a Ucrania de emplear minas antipersonas en la guerra, a pesar de que el país forma parte del Tratado sobre la Prohibición de Minas de 1997. Al menos 50 civiles han resultado heridos por ello. Rusia no está exenta de denuncias, también ha utilizado los artefactos letales en numerosas ocasiones. 

«Hay un sinfín de oportunidades de no lograr sobrevivir», afirma Chaparro. «Todos los que trabajamos acá sabemos que en algún punto ya no vamos a estar». El gobierno de Estados Unidos informó en noviembre de 2022 que cerca de 100.000 soldados ucranianos han muerto o han resultado heridos en el conflicto.

Johan Obdola, analista, experto en seguridad y coordinador de evacuación en Ucrania durante los primeros meses de guerra, informó a Efecto Cocuyo que se estima que hay alrededor de 150 latinos voluntarios en el ejercito ucraniano, al menos 15 son de nacionalidad venezolana. Sin embargo, Chaparro no ha visto a ningún otro connacional hasta la fecha.

Dar el ejemplo 

José David no habla del miedo a la muerte, para no asustar a su equipo. Dice que debe dar el ejemplo, porque es la cabeza de su división de voluntarios. 

«Hay que estar constantemente preocupado por la salud mental de las personas a tu cargo. Aprendes a ver sus fortalezas y sabes que tienes que guiarlos. Darles fuerzas. Todos flaqueamos, pero unos no podemos demostrarlo», expresa. 

En 365 días ha recorrido más de 5.000 kilómetros de un país que se extiende por 603.628. Los hombres bajo su mando saben que cuando el piso vibra, deben guardar la calma para actuar. 

«En esos momentos si tienes miedo vas a dudar, y si dudas vas a morir. Esa es la ecuación», dice Chaparro.

Espera que la guerra termine pronto. Jornada tras jornada contempla el sol salir y esconderse en un momento que se hace eterno. Si no fuese por la nieve, creería que vive siempre el mismo día.

Él es el que consuela a los demás y poco se presta a la autocompasión. Sin embargo, por momentos se permite animarse a sí mismo. Todas las mañanas se ajusta a la camisa del uniforme su único amuleto de la suerte: una insignia bordada con dos banderas. La mitad es amarilla y azul, la de Ucrania. La otra es tricolor y en la franja azul lleva estrellas blancas. La de Venezuela. Es a lo único que se aferra cuando el reloj se detiene, a sus convicciones. 

«Mi corazón también está con Venezuela. Pero yo opté por quedarme a ayudar en Ucrania, por quedarme y sobrevivir», culmina. «Ya no importa la hora, el tiempo. Eso pasa a otra dimensión». 

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