Como hemos mencionado en otros escritos, las políticas económicas expansionistas y populistas observadas durante la época más cruda de la pandemia, han sido seguidas de una inexorable ola de inflación.
Durante y después de la cuarentena, sin ningún tipo de aprieto por parte de los reguladores de los países con economías desarrolladas, las empresas privadas inflaron su valor a costa de una gran liquidez monetaria a muy bajo costo y los gobiernos llenaron a la gente de a pie de subsidios y dádivas, para incentivar el consumo y activar el aparato productivo sin importar las consecuencias.
El resultado del manejo irresponsable de políticas monetarias y fiscales está a la vista. Para evitar una grave crisis económica en tiempos de covid, `se corrió la arruga´, adentrándonos hoy en una recesión mundial de consecuencias impredecibles. `A tiempos de mucho, tiempos de nada´, decía mi madre, para referirse que después de una época de bonanza o despilfarro, seguían periodos de escasez.
Una inflación sin precedentes en los últimos 40 años está siendo experimentada por países como EE. UU., que cerró el 2022 con cifras cercanas al 7%. Por otra parte, en la zona euro, a diciembre del año pasado, se reportó un 9,2%, mientras que en el Reino Unido se espera una tasa de inflación acumulada sobre el 10% en 2022. Incluso, Japón que usualmente tiene tasas inflacionarias cercanas a cero sino negativas, al cierre del año pasado reportó un aumento de precios del 3,8%.
Lo que nos parece a los venezolanos cifras irrisorias, dados los elevados índices inflacionarios a los que estamos acostumbrados, para los ciudadanos de los países con economías estables, un aumento tan marcado de los precios resulta un verdadero `golpe al hígado´, traduciéndose esto en disgusto general, mayor conflictividad social e impopularidad de los que los gobiernan.
La inflación pues, más allá de la afectación de los bolsillos de la gente, son para los grupos de control político un verdadero dolor de cabeza en lo que a permanencia en el poder respecta. Por esto, desde el año pasado se han desplegado medidas para bajar la inflación lo más rápido posible con miras a ganar indulgencias de la población de cara a futuras elecciones. Tales medidas, son políticas restrictivas, orientadas a bajar la liquidez monetaria y a la reducción del gasto público, desincentivando la producción y el consumo para lograr que los precios bajen.
Lo mencionado, se logra a través del incremento de las tasas de interés interbancarias, en busca de que el dinero que está `corriendo en la calle´ regrese a los bancos centrales. Resultado: la gente tiene menos dinero en los bolsillos y no puede consumir y las empresas tienen menos dinero disponible para financiarse, por lo que tienen que reducir costos. Buscando eficiencias, muchas empresas se ven obligadas a despedir a parte de sus empleados, lo que ya hemos comenzado a ver en EE. UU. y Europa.
Esperamos ver durante el año 2023 en los imperios económicos del mundo: desempleo, menor poder adquisitivo y ralentización de la economía, con miras a bajar la inflación. Hasta el momento, las medidas tomadas por los bancos centrales de los países en cuestión han logrado contener la subida inflacionaria, pero lejos están de su meta de reducir la tasa de inflación al 2% anual. Por esta razón, esperamos un 2023 con medidas económicas destinadas a forzar una desaceleración global de la economía.
Tanto los países desarrollados, como aquellos que tengan estrechas relaciones de dependencia comercial con estos, verán cómo sus economías se contraen y se afectan por una recesión sistémica. Esto, lo veremos en la mayoría de los países occidentales, esperando paradójicamente, crecimiento en algunas economías emergentes.
Existe un encendido debate entre banqueros y especialistas de inversión sobre si la modesta contención inflacionaria lograda hasta el momento por el aumento de tasas de interés se traducirá en recuperaciones tempranas de los mercados financieros en 2023. Por lo que nos deja entrever la FED, Banco Central de EE UU, así como los bancos centrales europeos, las políticas monetarias y fiscales, seguirán siendo restrictivas hasta que se logre tener bajo control la inflación. A lo largo del año podríamos ver fluctuaciones de los índices bursátiles, y las posiciones de renta variable o acciones tenderán a la baja hasta muy avanzado el 2023 o hasta inicios del 2024.
Contrariamente, los instrumentos de renta fija o deuda, especialmente aquellos bonos soberanos a corto plazo parecen emerger como posibilidades más seguras de inversión, mientras los bancos centrales sigan subiendo sus tasas.
Las inversiones alternativas de capital y de crédito privado a corto plazo y con riesgo acotado, pueden emplearse como salvavidas ante el bajo precio de las acciones tradicionales. Esto se refiere a la inversión o financiamiento privado, en las contadas empresas que muestren clara rentabilidad, durante el periodo de recesión.
Desde el punto de vista regional, aunque más riesgoso, países africanos y asiáticos extra-Japón, parecen ofrecer mejores oportunidades de retorno. Otro tanto podemos decir de Paraguay y Venezuela, en el caso de América, los únicos países con expectativas de crecimiento económico, según revela la CEPAL.
Adentrándonos en lo sectorial, alimentos, salud, energía y telecomunicaciones, parecen erigirse como las áreas menos proclives a ser afectadas por la recesión, siempre tomando en cuenta que el consumo global, y por ende los precios, se verán afectados por la contracción económica del mundo. No veremos lo mismo en tecnología, negocios financieros, entretenimiento y turismo, entre otros.
En el caso de Venezuela, que somos más raros que un perro verde, mientras vemos que el mundo global adormece sus economías, esperamos un crecimiento o recuperación de entre 5% y 10%, que bien podría aumentar si se logra incrementar sustancialmente la producción petrolera, se mantiene la disciplina fiscal y se sigue trabajando en el levantamiento de las sanciones.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Como hemos mencionado en otros escritos, las políticas económicas expansionistas y populistas observadas durante la época más cruda de la pandemia, han sido seguidas de una inexorable ola de inflación.
Durante y después de la cuarentena, sin ningún tipo de aprieto por parte de los reguladores de los países con economías desarrolladas, las empresas privadas inflaron su valor a costa de una gran liquidez monetaria a muy bajo costo y los gobiernos llenaron a la gente de a pie de subsidios y dádivas, para incentivar el consumo y activar el aparato productivo sin importar las consecuencias.
El resultado del manejo irresponsable de políticas monetarias y fiscales está a la vista. Para evitar una grave crisis económica en tiempos de covid, `se corrió la arruga´, adentrándonos hoy en una recesión mundial de consecuencias impredecibles. `A tiempos de mucho, tiempos de nada´, decía mi madre, para referirse que después de una época de bonanza o despilfarro, seguían periodos de escasez.
Una inflación sin precedentes en los últimos 40 años está siendo experimentada por países como EE. UU., que cerró el 2022 con cifras cercanas al 7%. Por otra parte, en la zona euro, a diciembre del año pasado, se reportó un 9,2%, mientras que en el Reino Unido se espera una tasa de inflación acumulada sobre el 10% en 2022. Incluso, Japón que usualmente tiene tasas inflacionarias cercanas a cero sino negativas, al cierre del año pasado reportó un aumento de precios del 3,8%.
Lo que nos parece a los venezolanos cifras irrisorias, dados los elevados índices inflacionarios a los que estamos acostumbrados, para los ciudadanos de los países con economías estables, un aumento tan marcado de los precios resulta un verdadero `golpe al hígado´, traduciéndose esto en disgusto general, mayor conflictividad social e impopularidad de los que los gobiernan.
La inflación pues, más allá de la afectación de los bolsillos de la gente, son para los grupos de control político un verdadero dolor de cabeza en lo que a permanencia en el poder respecta. Por esto, desde el año pasado se han desplegado medidas para bajar la inflación lo más rápido posible con miras a ganar indulgencias de la población de cara a futuras elecciones. Tales medidas, son políticas restrictivas, orientadas a bajar la liquidez monetaria y a la reducción del gasto público, desincentivando la producción y el consumo para lograr que los precios bajen.
Lo mencionado, se logra a través del incremento de las tasas de interés interbancarias, en busca de que el dinero que está `corriendo en la calle´ regrese a los bancos centrales. Resultado: la gente tiene menos dinero en los bolsillos y no puede consumir y las empresas tienen menos dinero disponible para financiarse, por lo que tienen que reducir costos. Buscando eficiencias, muchas empresas se ven obligadas a despedir a parte de sus empleados, lo que ya hemos comenzado a ver en EE. UU. y Europa.
Esperamos ver durante el año 2023 en los imperios económicos del mundo: desempleo, menor poder adquisitivo y ralentización de la economía, con miras a bajar la inflación. Hasta el momento, las medidas tomadas por los bancos centrales de los países en cuestión han logrado contener la subida inflacionaria, pero lejos están de su meta de reducir la tasa de inflación al 2% anual. Por esta razón, esperamos un 2023 con medidas económicas destinadas a forzar una desaceleración global de la economía.
Tanto los países desarrollados, como aquellos que tengan estrechas relaciones de dependencia comercial con estos, verán cómo sus economías se contraen y se afectan por una recesión sistémica. Esto, lo veremos en la mayoría de los países occidentales, esperando paradójicamente, crecimiento en algunas economías emergentes.
Existe un encendido debate entre banqueros y especialistas de inversión sobre si la modesta contención inflacionaria lograda hasta el momento por el aumento de tasas de interés se traducirá en recuperaciones tempranas de los mercados financieros en 2023. Por lo que nos deja entrever la FED, Banco Central de EE UU, así como los bancos centrales europeos, las políticas monetarias y fiscales, seguirán siendo restrictivas hasta que se logre tener bajo control la inflación. A lo largo del año podríamos ver fluctuaciones de los índices bursátiles, y las posiciones de renta variable o acciones tenderán a la baja hasta muy avanzado el 2023 o hasta inicios del 2024.
Contrariamente, los instrumentos de renta fija o deuda, especialmente aquellos bonos soberanos a corto plazo parecen emerger como posibilidades más seguras de inversión, mientras los bancos centrales sigan subiendo sus tasas.
Las inversiones alternativas de capital y de crédito privado a corto plazo y con riesgo acotado, pueden emplearse como salvavidas ante el bajo precio de las acciones tradicionales. Esto se refiere a la inversión o financiamiento privado, en las contadas empresas que muestren clara rentabilidad, durante el periodo de recesión.
Desde el punto de vista regional, aunque más riesgoso, países africanos y asiáticos extra-Japón, parecen ofrecer mejores oportunidades de retorno. Otro tanto podemos decir de Paraguay y Venezuela, en el caso de América, los únicos países con expectativas de crecimiento económico, según revela la CEPAL.
Adentrándonos en lo sectorial, alimentos, salud, energía y telecomunicaciones, parecen erigirse como las áreas menos proclives a ser afectadas por la recesión, siempre tomando en cuenta que el consumo global, y por ende los precios, se verán afectados por la contracción económica del mundo. No veremos lo mismo en tecnología, negocios financieros, entretenimiento y turismo, entre otros.
En el caso de Venezuela, que somos más raros que un perro verde, mientras vemos que el mundo global adormece sus economías, esperamos un crecimiento o recuperación de entre 5% y 10%, que bien podría aumentar si se logra incrementar sustancialmente la producción petrolera, se mantiene la disciplina fiscal y se sigue trabajando en el levantamiento de las sanciones.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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