Entre las muchas deudas que las sociedades (así, en plural porque son muchas sociedades) tienen con su gente, está la superación de los estigmas, esa marca invisible con la que cargan algunas personas, grupos o miembros de grupos, que es muy difícil de quitar y sirven para discriminarlas.
El estigma es una marca simbólica de carácter personal que la gente le impone a otra por su origen, antecedentes, forma de ser o comportamientos y generan sanciones sociales, como el rechazo.
El estigma puede darse por varias razones, entre ellas, algunas características personales, como color de piel, contextura física, sexo, edad, nacionalidad, grupo o clase social; por una enfermedad física o mental o antecedentes considerados negativos, por lo que se les atribuye a la persona estigmatizada, la connotación de peligrosa, lo que le ocasiona sufrimiento.
El estigma está asociado con otros elementos en la percepción social, relaciones como son los estereotipos, los prejuicios y las sanciones sociales, como la discriminación.
El estereotipo es una creencia o forma de percepción que se generaliza a todo un colectivo a partir de alguien en particular. Estereotipamos cuando creemos que todas las personas que pertenecen a un grupo, que tienen determinadas características, o han tenido determinadas experiencias se comportan igual. El estereotipo ignora las diferencias individuales.
Los estereotipos alteran las relaciones interpersonales y se expresan en la cotidianidad a través de prejuicios. Así ha sido durante toda la historia y se han incrementado en el complejo mundo actual
El estereotipo étnico es una creencia que asume la superioridad de nuestro grupo sobre otros, debido a características físicas u origen geográfico y se expresa con la xenofobia o el racismo.
Hay estereotipos racistas, negativos, cuando se piensa que la gente de origen suramericano o rasgos mulatos es bruta, ignorante; la asiática, sucia, sagaz; la africana o negra, peligrosa, casi salvaje. Hay también estereotipos positivos, pero igualmente racistas, cuando se piensa que la gente europea o blanca es inteligente, educada; la latina, respetuosa, amable; la asiática, trabajadora; la negra, alegre, potente sexualmente.
Otros estereotipos expresados frecuentemente en la cotidianidad son de carácter sexista, como creer que todas las mujeres son obedientes, débiles, sagaces; los hombres son fuertes, capaces, decididos y que los gays, lesbianas o trans son personas enfermas, perversas, débiles.
El prejuicio es un juicio a priori que no sabe de diferencias. Se asume que nuestras creencias son la verdad y condiciona nuestra manera de relacionarnos socialmente.
Si se tienen prejuicios hacia determinadas nacionalidades, características étnicas, sexos, orientaciones sexuales o condiciones de salud, por ejemplo, se asume que todas las personas que son así, deben ser tratadas con reservas o lo que se considera más seguro: discriminarlas, rechazarlas.
El monstruo social que se nutre de estereotipos, prejuicios y genera discriminación se hace patente en algunos grupos ante las olas migratorias que circulan por el mundo, aumentando el sufrimiento de los migrantes.
Estereotipos y prejuicios generan estigmas, marcas sociales, que dan pie a la intolerancia y a la discriminación, más sufrimiento en las personas estigmatizadas.
Millones de personas en el mundo son víctimas de discriminación por prejuicios malsanos que les estigmatizan. De eso saben quienes han emigrado forzosamente, quienes se expresan sexualmente en forma distinta a la normativa, quienes viven con VIH o quien haya tenido o sufra de un trastorno mental, por ejemplo.
Ante un mundo tan convulsionado, tan belicista como el que vivimos, es cuestión de sobrevivencia detener a la intolerancia, la incomprensión de unos hacia otros. Es imperativo generar en nuestra familia y donde tengamos influencia, el respeto y comprensión hacia quien es o se comporta de forma distinta a la norma.
Si queremos una sociedad más justa tenemos que resistirnos al acecho de los sectores oscurantistas, conservadores, en cualquier lugar.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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El estigma es una marca simbólica de carácter personal que la gente le impone a otra por su origen, antecedentes, forma de ser o comportamientos y generan sanciones sociales, como el rechazo.
El estigma puede darse por varias razones, entre ellas, algunas características personales, como color de piel, contextura física, sexo, edad, nacionalidad, grupo o clase social; por una enfermedad física o mental o antecedentes considerados negativos, por lo que se les atribuye a la persona estigmatizada, la connotación de peligrosa, lo que le ocasiona sufrimiento.
El estigma está asociado con otros elementos en la percepción social, relaciones como son los estereotipos, los prejuicios y las sanciones sociales, como la discriminación.
El estereotipo es una creencia o forma de percepción que se generaliza a todo un colectivo a partir de alguien en particular. Estereotipamos cuando creemos que todas las personas que pertenecen a un grupo, que tienen determinadas características, o han tenido determinadas experiencias se comportan igual. El estereotipo ignora las diferencias individuales.
Los estereotipos alteran las relaciones interpersonales y se expresan en la cotidianidad a través de prejuicios. Así ha sido durante toda la historia y se han incrementado en el complejo mundo actual
El estereotipo étnico es una creencia que asume la superioridad de nuestro grupo sobre otros, debido a características físicas u origen geográfico y se expresa con la xenofobia o el racismo.
Hay estereotipos racistas, negativos, cuando se piensa que la gente de origen suramericano o rasgos mulatos es bruta, ignorante; la asiática, sucia, sagaz; la africana o negra, peligrosa, casi salvaje. Hay también estereotipos positivos, pero igualmente racistas, cuando se piensa que la gente europea o blanca es inteligente, educada; la latina, respetuosa, amable; la asiática, trabajadora; la negra, alegre, potente sexualmente.
Otros estereotipos expresados frecuentemente en la cotidianidad son de carácter sexista, como creer que todas las mujeres son obedientes, débiles, sagaces; los hombres son fuertes, capaces, decididos y que los gays, lesbianas o trans son personas enfermas, perversas, débiles.
El prejuicio es un juicio a priori que no sabe de diferencias. Se asume que nuestras creencias son la verdad y condiciona nuestra manera de relacionarnos socialmente.
Si se tienen prejuicios hacia determinadas nacionalidades, características étnicas, sexos, orientaciones sexuales o condiciones de salud, por ejemplo, se asume que todas las personas que son así, deben ser tratadas con reservas o lo que se considera más seguro: discriminarlas, rechazarlas.
El monstruo social que se nutre de estereotipos, prejuicios y genera discriminación se hace patente en algunos grupos ante las olas migratorias que circulan por el mundo, aumentando el sufrimiento de los migrantes.
Estereotipos y prejuicios generan estigmas, marcas sociales, que dan pie a la intolerancia y a la discriminación, más sufrimiento en las personas estigmatizadas.
Millones de personas en el mundo son víctimas de discriminación por prejuicios malsanos que les estigmatizan. De eso saben quienes han emigrado forzosamente, quienes se expresan sexualmente en forma distinta a la normativa, quienes viven con VIH o quien haya tenido o sufra de un trastorno mental, por ejemplo.
Ante un mundo tan convulsionado, tan belicista como el que vivimos, es cuestión de sobrevivencia detener a la intolerancia, la incomprensión de unos hacia otros. Es imperativo generar en nuestra familia y donde tengamos influencia, el respeto y comprensión hacia quien es o se comporta de forma distinta a la norma.
Si queremos una sociedad más justa tenemos que resistirnos al acecho de los sectores oscurantistas, conservadores, en cualquier lugar.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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