Las grandes asimetrías sociales generadas por un modelo neoliberal vaticinaban el advenimiento de una crisis por la insostenibilidad de los mercados. El COVID agravó la situación, ya que la mayoría de los países cerraron las empresas y aislaron a la gente, lo que pudo haberse traducido en una gran tasa de desempleo y mayor pobreza. Para evitar esta calamidad, los bancos centrales inyectaron enormes cantidades de dinero en la economía para mantener el empleo e incentivar el consumo, observando como consecuencia una importante inflación en el hemisferio occidental.
Hoy los mismos bancos centrales buscan reducir la inflación a través de la absorción de liquidez monetaria, lo que puede llevar a una recesión económica mundial, cuyas consecuencias no son todavía predecibles.
El aumento de las tasas de interés, resulta en una disminución en la actividad económica generando que sea más caro endeudarse, bajando el consumo. A menor consumo los precios tienden a bajar y con ello la inflación. Esta elemental fórmula puede también producir a la larga menor oferta, por el compromiso de la producción de las empresas. Escasa oferta y demanda con precios elevados pueden derivar en estanflación: alta inflación y recesión.
Con un financiamiento costoso, las empresas privilegian el contar con flujo de caja o efectivo suficiente para poder seguir operando. Esto significa que deben reducir sus gastos ya que es muy difícil aumentar los ingresos en un ambiente de contracción económica. La forma más expedita de reducir gastos es frenar las inversiones y reducir personal, generando desempleo.
El año pasado comenzaron los despidos masivos en grandes empresas en Estados Unidos y Europa. La inflación no se ha reducido al ritmo que esperaban los bancos centrales, por lo que se prevé en las próximas semanas nuevos aumentos de los intereses bancarios con un subsecuente incremento del desempleo.
Si la gente y las empresas tienen menos dinero, tendrán menos acceso a bienes y servicios, lo que debe conducir a una contracción de los mercados y de los precios. Si se reduce el gasto público de los países, habrá menos dinero en la calle y bajará el consumo. Así piensan los gobiernos y los bancos centrales de los países desarrollados. La pobreza derivada de estas políticas, es asunto de los pobres, no de los bancos centrales.
Los economistas -que reparan en el bienestar de la ciudadanía- sugieren la absorción de liquidez para bajar los precios y debe darse de forma muy gradual, incluso en el curso de años, permitiendo que las empresas sigan su actividad económica y la gente mantenga cierto poder adquisitivo. Esto implica convivir con un grado de inflación aceptable.
La solución estructural de esta y cualquier crisis económica, pasaría por una distribución más justa de los ingresos y patrimonio. Esto hace referencia a enormes cargas fiscales que afecten a los más ricos, para que el dinero que sobra a éstos pueda distribuirse entre los más necesitados. Pero tales medidas atentan contra el statu quo y los grupos de poder económico que deciden la política mundial; por lo que son poco menos que un sueño.
Apartándonos de supuestos utópicos, queda por verse en el tiempo cómo los sectores no elementales como la tecnología suntuaria, las finanzas, la construcción, la moda, el turismo y el entretenimiento, se contraen de forma significativa.
El importante descenso del precio de las acciones de las empresas en los sectores mencionados son indicadores tempranos de las medidas económicas restrictivas.
Quizás, la alimentación, salud, energía y telecomunicaciones se vean menos afectados en las fases iniciales de esta crisis económica, que en el trayecto también podrían contraerse.
Si bien, los países desarrollados son los generadores de esta crisis, al encontrarnos en una economía global con mercados comercialmente muy relacionados, veremos un efecto sistémico con afección del consumo a nivel mundial y contracción económica de la mayoría de los países.
Curiosamente, economías emergentes y pre-emergentes como las de algunos países africanos, asiáticos y latinoamericanos -entre los que destaca Venezuela-, no tan dependientes de los países más ricos, podrían sentir menos los embates de la crisis mundial.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: La salud de la economía mundial
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Hoy los mismos bancos centrales buscan reducir la inflación a través de la absorción de liquidez monetaria, lo que puede llevar a una recesión económica mundial, cuyas consecuencias no son todavía predecibles.
El aumento de las tasas de interés, resulta en una disminución en la actividad económica generando que sea más caro endeudarse, bajando el consumo. A menor consumo los precios tienden a bajar y con ello la inflación. Esta elemental fórmula puede también producir a la larga menor oferta, por el compromiso de la producción de las empresas. Escasa oferta y demanda con precios elevados pueden derivar en estanflación: alta inflación y recesión.
Con un financiamiento costoso, las empresas privilegian el contar con flujo de caja o efectivo suficiente para poder seguir operando. Esto significa que deben reducir sus gastos ya que es muy difícil aumentar los ingresos en un ambiente de contracción económica. La forma más expedita de reducir gastos es frenar las inversiones y reducir personal, generando desempleo.
El año pasado comenzaron los despidos masivos en grandes empresas en Estados Unidos y Europa. La inflación no se ha reducido al ritmo que esperaban los bancos centrales, por lo que se prevé en las próximas semanas nuevos aumentos de los intereses bancarios con un subsecuente incremento del desempleo.
Si la gente y las empresas tienen menos dinero, tendrán menos acceso a bienes y servicios, lo que debe conducir a una contracción de los mercados y de los precios. Si se reduce el gasto público de los países, habrá menos dinero en la calle y bajará el consumo. Así piensan los gobiernos y los bancos centrales de los países desarrollados. La pobreza derivada de estas políticas, es asunto de los pobres, no de los bancos centrales.
Los economistas -que reparan en el bienestar de la ciudadanía- sugieren la absorción de liquidez para bajar los precios y debe darse de forma muy gradual, incluso en el curso de años, permitiendo que las empresas sigan su actividad económica y la gente mantenga cierto poder adquisitivo. Esto implica convivir con un grado de inflación aceptable.
La solución estructural de esta y cualquier crisis económica, pasaría por una distribución más justa de los ingresos y patrimonio. Esto hace referencia a enormes cargas fiscales que afecten a los más ricos, para que el dinero que sobra a éstos pueda distribuirse entre los más necesitados. Pero tales medidas atentan contra el statu quo y los grupos de poder económico que deciden la política mundial; por lo que son poco menos que un sueño.
Apartándonos de supuestos utópicos, queda por verse en el tiempo cómo los sectores no elementales como la tecnología suntuaria, las finanzas, la construcción, la moda, el turismo y el entretenimiento, se contraen de forma significativa.
El importante descenso del precio de las acciones de las empresas en los sectores mencionados son indicadores tempranos de las medidas económicas restrictivas.
Quizás, la alimentación, salud, energía y telecomunicaciones se vean menos afectados en las fases iniciales de esta crisis económica, que en el trayecto también podrían contraerse.
Si bien, los países desarrollados son los generadores de esta crisis, al encontrarnos en una economía global con mercados comercialmente muy relacionados, veremos un efecto sistémico con afección del consumo a nivel mundial y contracción económica de la mayoría de los países.
Curiosamente, economías emergentes y pre-emergentes como las de algunos países africanos, asiáticos y latinoamericanos -entre los que destaca Venezuela-, no tan dependientes de los países más ricos, podrían sentir menos los embates de la crisis mundial.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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