El Salvador no es precisamente la salvación
Maras presos en el Salvador. Foto: Getty Images

La reciente elección presidencial en El Salvador en la cual el joven, aunque no nuevo, presidente de esa nación fue reelegido por abrumadora mayoría, ha generado controversias en el panorama político mundial.

Las controversias siempre son interesantes porque permiten conocer diferentes puntos de vista, en el caso de las recientes elecciones salvadoreñas, por las características del proceso electoral, por los resultados del anterior mandato del reelegido presidente y la resonancia que ha tenido en líderes y electorados latinoamericanos.

¿ Modelo a seguir?

A mucha gente latinoamericana, no solo salvadoreña, e inclusive a líderes de diversas posiciones políticas en otros países de la región, les entusiasma lo que está sucediendo en El Salvador.  Escribo “les entusiasma” con preocupación, cuando lo tranquilizante sería decir “les llama la atención”, algo para pensar, reflexionar antes de irse de bruces saltando de alegría y ver allí el modelo a seguir.

El Presidente recién reelegido en El Salvador ha sido acusado por organismo nacionales e internacionales por ser un autócrata que maneja la Constitución a su antojo y se vale de maniobras de toda índole para controlar el poder judicial, el legislativo, el electoral y las fuerzas armadas, por decir la nación toda.  Un peculiar ejercicio de la democracia o dictadura 2.0, como la llaman.

El autoritarismo, el caudillismo y la concentración de poder en manos de un hombre o una mujer presidente de  una nación no se estrena en El Salvador, ni es el único país latinoamericano donde ocurre. Lamentablemente, es una práctica que se ejerce desde hace siglos y que ahora luce, en apariencia, diferente, pero es lo mismo. La sed de poder, la egolatría de algunas personas es grande.

En El Salvador se ha reelegido presidente a un acusado por organismo internacionales, nacionales y algunos medios de comunicación de ser un violador de los derechos humanos, algo sagrado en el mundo de hoy.  Su gran mérito -que no es poco- ha sido frenar la violencia callejera que causaban las pandillas o bandas juveniles conocidas como las Maras.  Lo ha logrado a cualquier costo legal y humano.  Así, cualquiera.

Derechos Humanos a la carta

La de El Salvador es una sociedad convulsa en términos de guerra y paz. En la década de los 80 vivió una de las guerras internas más cruentas de la región que exigió mediadores internacionales para aplacarla.  Finalizada la guerra, toda la sociedad quedó herida, fracturada, pero particularmente, los sectores más pobres, los desplazados y la clase obrera urbana. Los jóvenes pobres quedaron sin recursos y sin norte.  

Paradójicamente, los salvadoreños viven soñando en emigrar hacia el norte, generando una de las corrientes migratorias más nutridas de Centroamérica que no ha mermado ni con la pacificación de la que se ufana el presidente milenial.

Las maras o bandas juveniles han sido un grave problema en El Salvador y países vecinos, pero ellas no son ajenas al narcotráfico, al crimen organizado y el liderazgo de otros sectores sociales cercanos al recién electo presidente de esa nación.  Las maras son el iceberg de una sociedad muy golpeada.

Para domar a las maras el presidente de El Salvador ha decretado un estado de excepción que le permite al aparato represivo hacer lo que le da la gana con la población, particularmente con los sectores más pobres, donde la violencia se siente más.

Según periodistas, organismos internacionales y nacionales (de oposición al actual gobierno de El Salvador),  la violación de los derechos humanos es una práctica cotidiana de la cual se ufanan las autoridades de ese país, particularmente, el joven presidente.

En las cárceles de El Salvador hay cerca de 70 mil presos, en su inmensa mayoría hombres jóvenes y pobres, y esa represión se lleva por delante a cualquier disidente del gobierno. 

Las ONG, así sean de protección ambiental o animal, están en la mira de la policía política.  En los llamados centros de confinamiento creados por el actual gobierno, los detenidos están en condiciones infrahumanas, son tratados en forma humillante, están semidesnudos y los trasladan con grilletes en los tobillos. Ver esas escenas en los noticieros nos recuerdan a los campos de concentración del siglo pasado en Europa o en países donde impera el autoritarismo.

El frenar la violencia callejera ha sido la meta del joven y admirado presidente y lo ha logrado a costa de los derechos humanos y el incumplimiento de los procesos judiciales. De alguna forma ha transformado la barbarie que los maras habían sembrado en una práctica institucional, pero eso parece no importarle a un sector de la población de ese país que se ufana de los logros, ni a algunos líderes de la región. Para quien tenga sentido de la libertad y criterio ético, eso no es de aplaudir.

La política de mano dura, así implique la violacion de los derechos humanos, siempre y cuando vaya hacia los pobres, parece entusiasmar a algunos mandatarios latinoamericanos, a algunos y algunas que aspiran a sucederle y  a una buena parte de la población, hastiada de la violencia callejera.  Logrado el sentimiento de seguridad a través de la represión, lo demás poco parece importar. Lectura de miope y de mal augurio.

Felicitaciones al nuevo emperador

Líderes políticos latinoamericanos han felicitado al recién electo presidente salvadoreño, obviando que para lograrlo violó la Constitución, nombró a un Consejo Electoral, un poder judicial y otro legislativo a su antojo para que le permitan seguir campante, violando los derechos humanos. 

Lo que algunos de ellos y ellas critican y dicen no querer en sus países. Confunden a quien les oye o lee.  Pero parece no importarles con tal de seducir a esa parte del electorado que cree que el “vivir tranquilo”  gracias a la represión resuelve todo. 

¿Será el modelo de El Salvador, ya usado por otros líderes de la región pero con otra imagen, el que mueve a quienes se dicen demócratas de “nuevo tipo”?

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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