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OPINIÓN · 16 FEBRERO, 2023 05:10

La mano de un padre

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Fernando Pereira | @cecodap | @fernanpereirav

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«Parece sólo un hombre abatido que espera con una montaña de escombros a su espalda. Pero hay algo más. Ese hombre se agarra a la mano de su hija, que ya no volverá a llegar tarde por las noches, ni a dejar los platos sucios sobre la mesa. Él se llama Mesut y ella, Irmak. Tenía 15 años y debió morir a la hora de los sueños, cuando una brecha estuvo a punto de partir en dos el mundo. Quizás el padre de la foto estuvo horas agarrado a la mano de su hija. Mesut sabe que la mano de su hija es un calco de la suya, más pequeña y ahora más blanca, completamente blanca. La reconocería entre todas las manos del mundo. Vivimos sin olvidar que alguien nos agarró muy fuerte cuando teníamos miedo».

Estas palabras de la periodista española María Crespo me conmovieron profundamente. ¿Cómo no hacerlo después de ver esa imagen del fatídico terremoto que afectó a Turquía y Siria? Por las víctimas, por todas estas familias, nuestros sentimientos, solidaridad y oraciones.


El legado de Mesut

Para este escrito me inspiro en el legado que nos deja Mesut en un país lleno de padres que no están, física o emocionalmente. Desde los primeros años al varón se le estimula para la búsqueda y demostración de poder, estatus, éxito, reconocimiento social por lo que hace y ese titánico esfuerzo lo va llevando poco a poco a postergar, no en pocos casos ignorar, el reconocimiento de las necesidades emocionales y afectivas de sus seres queridos.

En el caso del padre, de tanto hacer, hacer, hacer, se llena de estrés, su corazón se anestesia y, sin darse cuenta, se va quedando solo. Lleno de trabajo, de un silencio estéril que «distrae» con deportes, la política, o el sexo.


El padre ausente

Según el psicólogo Walter Riso, muchas veces cuando el hombre logra tomar conciencia ya el mal está hecho, posiblemente necesitó un cáncer o un infarto para darse cuenta de algo que parece tan elemental como la necesidad de expresar, recibir y hacer sentir el amor.

No es raro escuchar hombres que, con mucho orgullo, dicen que su padre era un tipo trabajador. Lo justifican diciendo «Esa era la forma en que mi viejo tenía de demostrar su amor». Aunque es cierto, el problema es que no fue suficiente esa entrega al trabajo, por más heroica y productiva que resultase, porque los seres queridos se sintieron desatendidos e invisibles afectivamente. Nuestros hijos varones aprenderán a ser padres no por lo que le dice mamá sino por lo que ven de papá.

Ciertamente, cada vez es más común ver hombres con sus hijos e hijas en las calles, parques, centros comerciales. Sin embargo, en la intimidad del hogar, sigue siendo la madre la que más expresa emociones, afectos, sentimientos. El hombre sigue sintiendo una especie de discapacidad emocional que le genera vacíos y dudas en el momento de relacionarse y comunicarse.

Es común escuchar adolescentes que cuentan que de pequeños sus papás los abrazaban, besaban, les expresaban que los querían; pero al llegar a la adolescencia, cambiaron y les dijeron : «Ya eres un hombre». Llegó la alcabala en la que se limitaron la expresiones de afecto.

La situación se complica por los condicionantes culturales que nos hacen creer que expresar sentimientos y emociones es «cosa de mujeres» y que los hombres deben ser fuertes, valientes, no deben llorar, sentir miedo etc.

Siempre, aunque muchas veces se niegue, el padre que se cree ausente está presente en los genes, recuerdos, formas de ser y hacer, mostrándonos que, a pesar de la distancia, estamos mucho más cerca de lo que creemos. Nuestros niños y niñas necesitan, como Irmak, saber que allí está la mano del padre para disipar el miedo y la ansiedad. Gracias Mesut por ese gesto para reconocernos.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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OPINIÓN · 16 FEBRERO, 2023

La mano de un padre

Texto por Fernando Pereira | @cecodap | @fernanpereirav
Foto por ADEM ALTAN

«Parece sólo un hombre abatido que espera con una montaña de escombros a su espalda. Pero hay algo más. Ese hombre se agarra a la mano de su hija, que ya no volverá a llegar tarde por las noches, ni a dejar los platos sucios sobre la mesa. Él se llama Mesut y ella, Irmak. Tenía 15 años y debió morir a la hora de los sueños, cuando una brecha estuvo a punto de partir en dos el mundo. Quizás el padre de la foto estuvo horas agarrado a la mano de su hija. Mesut sabe que la mano de su hija es un calco de la suya, más pequeña y ahora más blanca, completamente blanca. La reconocería entre todas las manos del mundo. Vivimos sin olvidar que alguien nos agarró muy fuerte cuando teníamos miedo».

Estas palabras de la periodista española María Crespo me conmovieron profundamente. ¿Cómo no hacerlo después de ver esa imagen del fatídico terremoto que afectó a Turquía y Siria? Por las víctimas, por todas estas familias, nuestros sentimientos, solidaridad y oraciones.


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Para este escrito me inspiro en el legado que nos deja Mesut en un país lleno de padres que no están, física o emocionalmente. Desde los primeros años al varón se le estimula para la búsqueda y demostración de poder, estatus, éxito, reconocimiento social por lo que hace y ese titánico esfuerzo lo va llevando poco a poco a postergar, no en pocos casos ignorar, el reconocimiento de las necesidades emocionales y afectivas de sus seres queridos.

En el caso del padre, de tanto hacer, hacer, hacer, se llena de estrés, su corazón se anestesia y, sin darse cuenta, se va quedando solo. Lleno de trabajo, de un silencio estéril que «distrae» con deportes, la política, o el sexo.


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Según el psicólogo Walter Riso, muchas veces cuando el hombre logra tomar conciencia ya el mal está hecho, posiblemente necesitó un cáncer o un infarto para darse cuenta de algo que parece tan elemental como la necesidad de expresar, recibir y hacer sentir el amor.

No es raro escuchar hombres que, con mucho orgullo, dicen que su padre era un tipo trabajador. Lo justifican diciendo «Esa era la forma en que mi viejo tenía de demostrar su amor». Aunque es cierto, el problema es que no fue suficiente esa entrega al trabajo, por más heroica y productiva que resultase, porque los seres queridos se sintieron desatendidos e invisibles afectivamente. Nuestros hijos varones aprenderán a ser padres no por lo que le dice mamá sino por lo que ven de papá.

Ciertamente, cada vez es más común ver hombres con sus hijos e hijas en las calles, parques, centros comerciales. Sin embargo, en la intimidad del hogar, sigue siendo la madre la que más expresa emociones, afectos, sentimientos. El hombre sigue sintiendo una especie de discapacidad emocional que le genera vacíos y dudas en el momento de relacionarse y comunicarse.

Es común escuchar adolescentes que cuentan que de pequeños sus papás los abrazaban, besaban, les expresaban que los querían; pero al llegar a la adolescencia, cambiaron y les dijeron : «Ya eres un hombre». Llegó la alcabala en la que se limitaron la expresiones de afecto.

La situación se complica por los condicionantes culturales que nos hacen creer que expresar sentimientos y emociones es «cosa de mujeres» y que los hombres deben ser fuertes, valientes, no deben llorar, sentir miedo etc.

Siempre, aunque muchas veces se niegue, el padre que se cree ausente está presente en los genes, recuerdos, formas de ser y hacer, mostrándonos que, a pesar de la distancia, estamos mucho más cerca de lo que creemos. Nuestros niños y niñas necesitan, como Irmak, saber que allí está la mano del padre para disipar el miedo y la ansiedad. Gracias Mesut por ese gesto para reconocernos.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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