La migración venezolana que no ha dejado de ser noticia, en estos recientes días tomó más fuerza tras el anuncio que hiciera EE UU de su nuevo programa de inmigración enfocado en los venezolanos, así como el informe de la ONU que da cuenta que ya la cifra migratoria nacional ronda los 7 millones 100 mil.
Este drama humano viene representando un desafío existencial para Venezuela como República y para Latinoamérica como región, por lo que se hace necesario poner algunas cosas en contexto para “reconocer” con exactitud la magnitud de la situación.
Con esa cifra, superamos a más de una decena de países en su índice poblacional, como por ejemplo de Serbia, Nicaragua, Bulgaria, El Salvador, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Palestina, Líbano, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Catar (donde se realizará el próximo mundial de fútbol), Jamaica, Trinidad y Tobago, y Eslovenia, entre otros muchos conocidos y no tan conocidos. Lo cierto es que nuestra migración representa un porcentaje poblacional de gran dimensión y por ende, de enorme impacto hacia dónde se oriente.
Esa cifra aportada por la ONU, representa aproximadamente un poco más del 23% de la población actual del país. Allí hay una experticia acumulada por años que ahora brinda sus servicios en diferentes lugares y que será difícil recuperar en el corto o mediano plazo. Amén de representar una identidad nueva entremezclada con un sinfín de culturas que va a producir interacciones e impactos de diversa índole desde y hacia Venezuela. No obstante, el desafío más complejo tiene que ver con los datos aportados en el informe de la ONU donde se señala que 4,3 millones no cuentan con recursos para garantizar su alimentación y tienen serias limitaciones para acceder a servicios básicos. Adicionalmente, más del 80% se encuentra distribuido en 17 países de América Latina y el Caribe, una región plagada de dificultades agravadas por la pandemia del covid y el surgimiento de muchos autoritarismos. El documento titulado Análisis de Necesidades de Refugiados y Migrantes reflejó también una muy triste realidad: que muchos migrantes venezolanos para comprar comida o evitar vivir en la calle, recurren al sexo de supervivencia, la mendicidad o el endeudamiento en condiciones terribles.
Podemos hablar en términos metafóricos de la “República Exterior de Venezuela”. No para burlarnos o jugar lingüísticamente con el fenómeno, sino más bien para posicionar conscientemente en la opinión pública nacional las repercusiones en sentido positivo y negativo que enmarcan una situación tan particular. Este concepto no institucional es una forma de al menos clasificar la energía identitaria de la idiosincrasia venezolana que ahora parte difuminada por miles de rincones territoriales. Desde el Estado, asumirlo plenamente más temprano que tarde, ayudará a calibrar primeramente, y luego abordar, los grandes desafíos que esto representa para nuestra nación. La Venezuela del exterior no se puede perder por las consecuencias de un conflicto político totalmente absurdo y sin ningún sentido que ha castigado a la familia venezolana dispersa por el mundo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Este drama humano viene representando un desafío existencial para Venezuela como República y para Latinoamérica como región, por lo que se hace necesario poner algunas cosas en contexto para “reconocer” con exactitud la magnitud de la situación.
Con esa cifra, superamos a más de una decena de países en su índice poblacional, como por ejemplo de Serbia, Nicaragua, Bulgaria, El Salvador, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Palestina, Líbano, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Catar (donde se realizará el próximo mundial de fútbol), Jamaica, Trinidad y Tobago, y Eslovenia, entre otros muchos conocidos y no tan conocidos. Lo cierto es que nuestra migración representa un porcentaje poblacional de gran dimensión y por ende, de enorme impacto hacia dónde se oriente.
Esa cifra aportada por la ONU, representa aproximadamente un poco más del 23% de la población actual del país. Allí hay una experticia acumulada por años que ahora brinda sus servicios en diferentes lugares y que será difícil recuperar en el corto o mediano plazo. Amén de representar una identidad nueva entremezclada con un sinfín de culturas que va a producir interacciones e impactos de diversa índole desde y hacia Venezuela. No obstante, el desafío más complejo tiene que ver con los datos aportados en el informe de la ONU donde se señala que 4,3 millones no cuentan con recursos para garantizar su alimentación y tienen serias limitaciones para acceder a servicios básicos. Adicionalmente, más del 80% se encuentra distribuido en 17 países de América Latina y el Caribe, una región plagada de dificultades agravadas por la pandemia del covid y el surgimiento de muchos autoritarismos. El documento titulado Análisis de Necesidades de Refugiados y Migrantes reflejó también una muy triste realidad: que muchos migrantes venezolanos para comprar comida o evitar vivir en la calle, recurren al sexo de supervivencia, la mendicidad o el endeudamiento en condiciones terribles.
Podemos hablar en términos metafóricos de la “República Exterior de Venezuela”. No para burlarnos o jugar lingüísticamente con el fenómeno, sino más bien para posicionar conscientemente en la opinión pública nacional las repercusiones en sentido positivo y negativo que enmarcan una situación tan particular. Este concepto no institucional es una forma de al menos clasificar la energía identitaria de la idiosincrasia venezolana que ahora parte difuminada por miles de rincones territoriales. Desde el Estado, asumirlo plenamente más temprano que tarde, ayudará a calibrar primeramente, y luego abordar, los grandes desafíos que esto representa para nuestra nación. La Venezuela del exterior no se puede perder por las consecuencias de un conflicto político totalmente absurdo y sin ningún sentido que ha castigado a la familia venezolana dispersa por el mundo.
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