El mundo cada vez luce más convulsionado. Son tiempos difíciles en un cuadro de geopolítica global de profundas inestabilidades y reacomodos. En paralelo, pareciera incrementarse por doquier el fenómeno de la antipolítica con unas particularidades que apuntan en varias direcciones. En primer lugar, se viene ampliando el descrédito hacia los partidos políticos por parte de grandes sectores de la ciudadanía, que cada vez confían menos en éstos como interlocutores válidos ante el Estado. Este hecho origina disgregación y apatía para hacer contrapeso público a los gobernantes por una parte y por la otra, favorece la aparición de liderazgos populistas que muchas veces coquetean con el autoritarismo.
En segundo lugar, por añadidura se viene presentando un severo cuadro de fragmentación que ha hecho estallar en mil pedazos lo que otrora se conocía como opinión pública. Ante ello, se hace cada vez más complicado la posibilidad de articular fuerzas, generar consensos y construir políticas públicas que vayan dirigidas realmente al interés general de las poblaciones. Esto facilita a los gobernantes actuales en muchos países, incluso a declarar guerras sin tener que ser `crucificados´ por la opinión pública. Amén de permitir cualquier locura o improvisación de gobernantes que ni siquiera guardan un poco de disimulo o compostura en sus posiciones públicas.
Y, más preocupante aún, en tercer lugar, se viene produciendo un alejamiento importante de la gente hacia los asuntos públicos; refugiándose en lo individual o en ámbitos de acción sumamente reducidos que generan o escasa o nula incidencia hacia el Estado o el gobierno, permitiéndole a gobernantes inescrupulosos la facilidad de dar rienda suelta al favorecimiento exclusivo de intereses privados o corporativos. Con estos tres elementos la descomposición organizativa de la sociedad favorece proyectos políticos autoritarios y muy personalistas que insisten en demostrar con las teorías más absurdas, que los contrapesos institucionales no son necesarios.
Entonces, realmente ¿a quién se beneficia con el ejercicio militante de la antipolítica? Pues la respuesta parece compleja pero no lo es. A quien ostente el poder, a quien le interese descomponer al Estado desde adentro para que no haya controles hacia el gobierno y pueda ejercerlo con la mayor discrecionalidad posible. Ya son innumerables los casos alrededor del mundo que nos dan cuenta de este fenómeno tan contradictorio pero tan simple.
Desde el poder se desprestigia a la clase política, a los partidos, a las organizaciones de la sociedad civil en general, a los referentes en el liderazgo, se siembran bulos por todas partes para llenar de desconfianza a la gente entre sí y con respecto a los otros, lo que crea toda una serie de convicciones paralizantes que desmotivan, siembran la desesperanza y en algunos casos, hasta el miedo para prestar algún tipo de interés en los asuntos públicos. Es un viejo truco desarrollado en gobiernos dictatoriales del pasado pero perfeccionados y aupados hoy en día gracias a las facilidades que otorgan las redes sociales y los nuevos desarrollos en las tecnologías de la comunicación.
Actualmente, muchos gobiernos autoritarios alrededor del mundo usan a ciudadanos de “mentira” para fomentar tendencias de opinión pública y así manipular fácilmente a las personas reales. Los llamados bots son personajes imaginarios que secundados por el anonimato y la potenciación de los algoritmos, pueden sustituir”en cuestiones de horas o días, las verdaderas necesidades de la gente; sembrando dudas, división, fragmentación y parálisis de los movimientos ciudadanos. Definitivamente hay que estar muy alertas ante el fenómeno de la antipolítica, porque sus consecuencias suelen ser muy dramáticas para sociedades que caen en la trampa del desprestigio colectivo para que pueda reinar uno solo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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El mundo cada vez luce más convulsionado. Son tiempos difíciles en un cuadro de geopolítica global de profundas inestabilidades y reacomodos. En paralelo, pareciera incrementarse por doquier el fenómeno de la antipolítica con unas particularidades que apuntan en varias direcciones. En primer lugar, se viene ampliando el descrédito hacia los partidos políticos por parte de grandes sectores de la ciudadanía, que cada vez confían menos en éstos como interlocutores válidos ante el Estado. Este hecho origina disgregación y apatía para hacer contrapeso público a los gobernantes por una parte y por la otra, favorece la aparición de liderazgos populistas que muchas veces coquetean con el autoritarismo.
En segundo lugar, por añadidura se viene presentando un severo cuadro de fragmentación que ha hecho estallar en mil pedazos lo que otrora se conocía como opinión pública. Ante ello, se hace cada vez más complicado la posibilidad de articular fuerzas, generar consensos y construir políticas públicas que vayan dirigidas realmente al interés general de las poblaciones. Esto facilita a los gobernantes actuales en muchos países, incluso a declarar guerras sin tener que ser `crucificados´ por la opinión pública. Amén de permitir cualquier locura o improvisación de gobernantes que ni siquiera guardan un poco de disimulo o compostura en sus posiciones públicas.
Y, más preocupante aún, en tercer lugar, se viene produciendo un alejamiento importante de la gente hacia los asuntos públicos; refugiándose en lo individual o en ámbitos de acción sumamente reducidos que generan o escasa o nula incidencia hacia el Estado o el gobierno, permitiéndole a gobernantes inescrupulosos la facilidad de dar rienda suelta al favorecimiento exclusivo de intereses privados o corporativos. Con estos tres elementos la descomposición organizativa de la sociedad favorece proyectos políticos autoritarios y muy personalistas que insisten en demostrar con las teorías más absurdas, que los contrapesos institucionales no son necesarios.
Entonces, realmente ¿a quién se beneficia con el ejercicio militante de la antipolítica? Pues la respuesta parece compleja pero no lo es. A quien ostente el poder, a quien le interese descomponer al Estado desde adentro para que no haya controles hacia el gobierno y pueda ejercerlo con la mayor discrecionalidad posible. Ya son innumerables los casos alrededor del mundo que nos dan cuenta de este fenómeno tan contradictorio pero tan simple.
Desde el poder se desprestigia a la clase política, a los partidos, a las organizaciones de la sociedad civil en general, a los referentes en el liderazgo, se siembran bulos por todas partes para llenar de desconfianza a la gente entre sí y con respecto a los otros, lo que crea toda una serie de convicciones paralizantes que desmotivan, siembran la desesperanza y en algunos casos, hasta el miedo para prestar algún tipo de interés en los asuntos públicos. Es un viejo truco desarrollado en gobiernos dictatoriales del pasado pero perfeccionados y aupados hoy en día gracias a las facilidades que otorgan las redes sociales y los nuevos desarrollos en las tecnologías de la comunicación.
Actualmente, muchos gobiernos autoritarios alrededor del mundo usan a ciudadanos de “mentira” para fomentar tendencias de opinión pública y así manipular fácilmente a las personas reales. Los llamados bots son personajes imaginarios que secundados por el anonimato y la potenciación de los algoritmos, pueden sustituir”en cuestiones de horas o días, las verdaderas necesidades de la gente; sembrando dudas, división, fragmentación y parálisis de los movimientos ciudadanos. Definitivamente hay que estar muy alertas ante el fenómeno de la antipolítica, porque sus consecuencias suelen ser muy dramáticas para sociedades que caen en la trampa del desprestigio colectivo para que pueda reinar uno solo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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