Las peluquerías son inventos patriarcales

¿Para qué necesita una niña de 5 años hacerse la manicure y pedicure? Estuve hace poco en un spa de esos donde se hacen tratamientos para manos y pies mayoritariamente a mujeres y durante las dos horas que duró mi cita, conté llegar cinco niñas, cada una con su mamá, entre 5 y 8 años, para que les hicieran las uñas y los pies.

Al principio pensé que quizás fuera divertido para ellas, como quien pasa un rato agradable inmersa en una especie de juego inocente. Pero al detallarlas, observé niñas vestidas como muñecas, con el cabello largo, con cartera y collares, como viejas prematuras, todas serias, pacientes, decidiendo el color del esmalte, antojándose de un diseño especial y discutiendo a la madre la forma del limado o el tipo de tratamiento para la cutícula. ¡Ni pellejos deben tener aún!

Recordé un post reciente en la red X de la periodista española Nuria Coronado, mostrando unos jeans con relleno de glúteos para niñas de 4 años.  ¿Qué padre o madre puede querer que su hija pequeña aparente tener glúteos prominentes? Después vi el fenómeno de las “Sephora Kids” y la proliferación de marcas especiales para niñas y de los videos de TikTok con influencers de 10 años, enseñando a maquillar, peinarse y conducirse en sociedad y otros de bebés de meses, recibiendo un tratamiento facial.

Niñas aprendiendo temprano a lucir, a mostrarse, a ser deseadas, a tener un cuerpo celebrado para conseguir cuanto antes el ticket ganador que facilite la realización de sus sueños, garantizando poder cumplir el mandato patriarcal de procurarse marido e hijos.

Mea culpa

Reconozco que aun, a pesar de mi trabajo feminista, sigo pintándome las canas y alisándome el pelo, sobre todo cuando tengo algún evento especial. Es un tema pendiente que tengo que superar, pero por lo menos estoy consciente de que sigo haciéndole el juego al sistema, ese que define cómo una mujer debe lucir y el que exige sacrificios, dinero y tiempo, para sentirse bien con una misma: “si quieres ser bella, tienes que ver estrellas”. La presión social es fuerte y es real.

Recuerdo que comencé a ir a un salón de belleza cuando estaba ya graduada de la universidad. Antes iba sólo si tenía una gran fiesta o a cortarme el pelo si lo tenía muy largo. Pero después, cuando inicié mi vida laboral, se me hizo obligado ritual ir por lo menos una vez por semana a lavar, cortar, secar, hidratar, pintar, hacer mechas, lo que hiciera falta para estar “presentable”. Ahora, después de vieja, es cuando me pregunto: ¿Presentable para quién?

Si sumara todo el dinero que he gastado en este concepto, más los productos comprados para suavizar, fijar color, aclarar, disciplinar y un largo etcétera, y lo hubiese ahorrado, tendría hoy lo suficiente como para jubilarme y vivir holgadamente. Un dineral.

Estoy clara entonces que las peluquerías son inventos patriarcales. Surgieron bajo la ilusión de un falso movimiento liberador que nos dijo que era propio de nosotras consentirnos, vernos “bellas” en el espejo y aprobadas por la mirada masculina. Esto justifica para la mayoría de nosotras invertir lo que sea necesario para mejorar nuestra imagen, uniendo autoestima y confianza a todo el proceso: “Porque yo lo merezco” como dice el exitosísimo slogan de L’Oreal, París.

Ahora mi preocupación son las niñas

Niñas en concursos de belleza, modelando ropa, poniendo su cuerpo hipersexualizado a merced de un mercado que siempre ha tenido en las mujeres su materia prima para la pornografía, la prostitución, la cosificación y todas las formas de explotación sexual. Niñas que son vulneradas en su derecho a ser eso, niñas y a quienes maduran a juro antes de tiempo para que estén prestas a agradar y ganar la competencia por el varón que la sostenga o rescate.

A riesgo de que me digan mojigata o anticuada, que no será la primera vez, me gustaría que padres y madres en conjunto evaluasen los valores y estereotipos que están reforzando con acciones como estas. No en modo culpa, porque ya sabemos que el patriarcado opera mostrando estas distorsiones como si fuesen lo más natural del mundo y seguramente muchas otras madres mirarán con envidia a la que puede pagar 50 dólares o más para arreglarle las manos y pies a sus hijas.

Quizás hasta haya una suerte de competencia entre las niñas en el colegio a ver quien lleva el decorado de la uña más bonito. Las y los maestros pudieran hacer mucho si ven este tipo de conducta en sus alumnas (y una clave importante es que en los niños varones no lo vemos, más aún es castigado), generando una conversación abierta sobre lo que un acto aparentemente inocuo como este, pero cargado de estereotipos y sesgos machistas, significa en el desarrollo personal de una vida que apenas comienza, aun a riesgo de que la madre o el padre les digan que eso no es asunto suyo.

Somos colectivamente responsables de este modo de vida y tenemos que activarnos para impedir que se sigan perpetuando los mecanismos de dominación social y sexual sobre las mujeres. Es necesario mirar con ojos feministas cómo aún a las mujeres se nos impone toda esta carga estética y para colmo, cada vez más temprano.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

De la misma autora: Diez razones para acabar con el patriarcado

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