En las actividades con centros educativos nos encontramos con más frecuencia los inconvenientes causados por la publicación de fotos que se le toma a compañeros cuando están en los baños o sin su consentimiento difundir imágenes que lo puedan ridiculizar. Grabar videos de una discusión o de una pelea y subirlos se ha convertido en una práctica común.
Difícil la tarea de analizar con niños y adolescentes las consecuencias que puede tener la difusión inmediata de esta información. Una generación que crece al son de la inmediatez e instantaneidad. Por ejemplo: un papá que publica el eco del nuevo hermanito que viene en camino. Los familiares y allegados se regocijan con el hecho a través de las redes sociales. Mamá va mostrando la ropa del bebé y todos los preparativos para su llegada. Una vez que nace se transmiten las primeras sonrisas, el gateo y la primera rabieta.
Al fenómeno ya se le ha dado una denominación que incluso ha entrado en algunos diccionarios en el Reino Unido. El sharenting -un anglicismo que proviene de share (compartir) y parenting (paternidad)- consiste en documentar las primeras sonrisas, palabras, pasos y cada una de las anécdotas de los más pequeños en Facebook, Instagram y otras redes sociales.
Un intenso debate genera el tema entre padres que manifiestan que es una forma de mostrar el amor y lo orgullosos que se sienten de sus hijos y otros consideran que no se debería publicar información sobre los niños porque su privacidad debe ser protegida.
Pantallas Amigas, organización española especializada en el uso seguro y saludable de internet, expresa que en el centro del debate está el respeto al desarrollo de la personalidad de los niños, que puede chocar con la identidad digital que otros le han creado. Así, por ejemplo, si el padre o la madre sube a Instagram una situación embarazosa o íntima, puede originar un conflicto cuando este llegue a la adolescencia y sea más consciente de su huella digital y el efecto en su entorno.
Debemos pensar que esa publicación puede recibir comentarios negativos o hirientes para el niños o puede convertirse en un motivo de acoso escolar en su niñez o adolescencia.
El grupo de abogados especializados en ciberseguridad, Ecix señala que «es importante saber que la existencia de ciertas imágenes de los niños puede provocar que éstas sean usadas para fines como la pornografía infantil, el ciberacoso, el ciberbullying o la cibersuplantación de identidad».
Ofrecer los datos sobre el centro educativo donde estudia nuestro hijo, las actividades extraescolares que realiza, la liga infantil en la que participan el fin de semana y publicar toda la rutina de actividades realizadas, incluso abundando en detalles de ubicación y geolocalización, lo expone y hace vulnerable.
Otro fenómeno de nuestros tiempos es el de influencers y figuras públicas que tienen niños y comienzan a utilizarlos para sus publicaciones en redes.
«Cuando hay niños, hay likes» resume Estefanía Jiménez Iglesias, investigadora de la Universidad del País Vasco y coautora de un estudio en el que analizaron 1.000 publicaciones de 10 cuentas de «instamadres populares». Según sus conclusiones, los contenidos con niños reciben un 41% más de ‘me gusta‘ que en los que no aparecen.
Está regulada la participación de niños en piezas publicitarias pero no así en las redes sociales.
Como decíamos es un tema complejo, con muchas aristas entre lo público y lo privado; pero que requiere ser considerado por los adultos. ¿Cómo podemos promover que nuestros hijos tengan responsabilidad sobre lo que publican o difunden? ¿Representamos en la familia un modelo que les puede servir? ¿Conversamos y analizamos sobre el tema y sus implicaciones?
«Acostumbrarse a vivir siempre para publicar y que una parte de tu vida gire en torno a lo que los demás esperan de ti, no creo que sea una buena forma de crecer» buena orientación que nos da Jiménez para pensar en qué niño queremos formar.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: La violencia del acoso escolar
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Difícil la tarea de analizar con niños y adolescentes las consecuencias que puede tener la difusión inmediata de esta información. Una generación que crece al son de la inmediatez e instantaneidad. Por ejemplo: un papá que publica el eco del nuevo hermanito que viene en camino. Los familiares y allegados se regocijan con el hecho a través de las redes sociales. Mamá va mostrando la ropa del bebé y todos los preparativos para su llegada. Una vez que nace se transmiten las primeras sonrisas, el gateo y la primera rabieta.
Al fenómeno ya se le ha dado una denominación que incluso ha entrado en algunos diccionarios en el Reino Unido. El sharenting -un anglicismo que proviene de share (compartir) y parenting (paternidad)- consiste en documentar las primeras sonrisas, palabras, pasos y cada una de las anécdotas de los más pequeños en Facebook, Instagram y otras redes sociales.
Un intenso debate genera el tema entre padres que manifiestan que es una forma de mostrar el amor y lo orgullosos que se sienten de sus hijos y otros consideran que no se debería publicar información sobre los niños porque su privacidad debe ser protegida.
Pantallas Amigas, organización española especializada en el uso seguro y saludable de internet, expresa que en el centro del debate está el respeto al desarrollo de la personalidad de los niños, que puede chocar con la identidad digital que otros le han creado. Así, por ejemplo, si el padre o la madre sube a Instagram una situación embarazosa o íntima, puede originar un conflicto cuando este llegue a la adolescencia y sea más consciente de su huella digital y el efecto en su entorno.
Debemos pensar que esa publicación puede recibir comentarios negativos o hirientes para el niños o puede convertirse en un motivo de acoso escolar en su niñez o adolescencia.
El grupo de abogados especializados en ciberseguridad, Ecix señala que «es importante saber que la existencia de ciertas imágenes de los niños puede provocar que éstas sean usadas para fines como la pornografía infantil, el ciberacoso, el ciberbullying o la cibersuplantación de identidad».
Ofrecer los datos sobre el centro educativo donde estudia nuestro hijo, las actividades extraescolares que realiza, la liga infantil en la que participan el fin de semana y publicar toda la rutina de actividades realizadas, incluso abundando en detalles de ubicación y geolocalización, lo expone y hace vulnerable.
Otro fenómeno de nuestros tiempos es el de influencers y figuras públicas que tienen niños y comienzan a utilizarlos para sus publicaciones en redes.
«Cuando hay niños, hay likes» resume Estefanía Jiménez Iglesias, investigadora de la Universidad del País Vasco y coautora de un estudio en el que analizaron 1.000 publicaciones de 10 cuentas de «instamadres populares». Según sus conclusiones, los contenidos con niños reciben un 41% más de ‘me gusta‘ que en los que no aparecen.
Está regulada la participación de niños en piezas publicitarias pero no así en las redes sociales.
Como decíamos es un tema complejo, con muchas aristas entre lo público y lo privado; pero que requiere ser considerado por los adultos. ¿Cómo podemos promover que nuestros hijos tengan responsabilidad sobre lo que publican o difunden? ¿Representamos en la familia un modelo que les puede servir? ¿Conversamos y analizamos sobre el tema y sus implicaciones?
«Acostumbrarse a vivir siempre para publicar y que una parte de tu vida gire en torno a lo que los demás esperan de ti, no creo que sea una buena forma de crecer» buena orientación que nos da Jiménez para pensar en qué niño queremos formar.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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