Una semana después del crimen aún están insepultos 20 cadáveres. A la mayoría los pondrán en urnas blancas -en la tradición católica las que contienen santos inocentes, cuerpos puros- para darles cristiana sepultura. Flores, peluches, caramelos, globos y muchas, muchas lagrimas cubrirán sus tumbas.
Los ojos del mundo miran, atónitos, la imagen que muestra a los pequeños cadáveres, no en un pueblo arrasado por la guerra, sino en el patio de recreo de una escuela, un área pensada como segura.
La población del país donde ocurrió la tragedia, se mantiene estupefacta, confusa. Se debate entre las licencias para matar, a nombre de la libertad, y el derecho a la vida.
En un país donde las escuelas son tan peligrosas, o más, que la calle, la ley da licencia para matar. Quien adquiere un arma piensa que algún día la usará y, si tiene suerte, matará.
El derecho otorgado por legislaciones perversas -en cualquier estado pueden haber leyes perversas- le permite a quien sea, adquirir armas, tener un arsenal en casa, si quiere, y hacer uso de ellas según sus necesidades. Puede quererlas para sentirse seguro, ejercitar la puntería, matar animales o asesinar a alguien.
En el país donde hay marañas en las escuelas, el día que se cumplen 18 años puedes ir a la tienda de armas y regalarte la que te plazca (si tienes para pagarla, por supuesto). Cuando hay rabia, hay odio, se consigue lo que necesites para vengarte, directa o indirectamente. Si se matan escolares, te vengas de la escuela, de la humanidad
En el país paladín de la libertad hay gente que nace con suerte y no tiene que esperar a cumplir 18 años, ni gastar sus ahorros comprando un arma, solo hay que ir al armario (el nombre de ese espacio del hogar es significativo) donde el padre o el abuelo, las guardan pero dejándolas al alcance de la mano como que si fuese café o azúcar.
Who’s next? es la pregunta que se extiende de costa a costa, de sur a norte, en el país de la libertad, el más rico del mundo, donde niños y niñas no mueren de hambre, ni de enfermedades controlables, sino que pueden morir baleados en sus aulas de clase o patios de recreo por un compañero de los cursos superiores, egresado o expulsado de esa escuela.
Los niños y niñas recientemente asesinados en una escuela dejan un inmenso dolor en sus familias y amigos. Miedo por doquier. Estupor dentro y fuera del país donde les mataron. Casos semejantes han ocurrido allí hace semanas, meses, años.
Por la incidencia de crímenes en la escuela dentro de las mismas fronteras parece una epidemia nacional. No es el único país donde hay gente desquiciada pero sí uno de los pocos donde es más fácil comprar armas de asalto que un auto de paseo.
El país más potente del mundo, el que pudiera controlar cualquier amenaza, se muestra impotente ante asesinos que provienen de sus propios vientres.
El asesino de escolares, así, en singular, porque aunque hayan sido varios, el perfil refiere rasgos en común. Se dice que provienen de familias conflictivas con carencias afectivas, y un ejercicio de la autoridad desde muy laxo hasta muy estricto. El odio a la familia y a la escuela parecen ir de la mano.
Los asesinos de escolares son casi contemporáneos de quienes asesina y todos han sido varones. Son el resultado de una crianza que establece que los hombres “deben ser” reprimidos en las emociones pero agresivos, violentos en sus conductas.
Los asesinos de escolares suelen ser adictos a las películas o videojuegos de mucha violencia, son navegantes empedernidos en la internet, tienen fascinación por las armas, son crueles con los animales y aislados socialmente. Y se destaca que en la escuela han sido objeto de discriminación y burlas frecuentes por ser como son.
La burla o el bullying, la discriminación en los ambientes escolares genera miedo y también odio, mucho odio hacia la escuela como institución. Además, viven en ambientes belicistas donde, con facilidad, pueden obtener un arma.
Los asesinos matan con armas. Si es fácil conseguirlas hay más riesgo de que se produzcan ataques a la población. Parece lógico que haya que restringirlas hasta prohibirlas. En un país civilizado las armas deben estar solo en manos de las fuerzas armadas, militares y policías.
Quienes promueven el uso de armas para la defensa personal y de la propiedad privada dicen defender sus derechos. Derechos que sobreponen a la urgencia de salvar vidas de jóvenes escolares y de cualquier edad. Quien esté por donde llegue el asesino corre el riesgo de morir, de quedar herido o traumatizado por el resto de su vida.
El vivir en una sociedad armada no es solo cuestión de derechos y valores, también lo es económico: La industria armamentista mueve mucho dinero. Si no se venden armas, ¿cómo sobrevive la industria de la muerte?
Ante los asesinatos a escolares el ojo tiene que estar en la mira. El problema no está en la inseguridad física de las instituciones, ni en la falta de preparación de los docentes en técnicas de combate, ni en la ineficiencia policial, ni en el que haya resentidos sociales. El problema fundamental está en una sociedad que tiene fascinación por las armas y facilita el acceso a ellas. Mientras eso no se controle, no habrá solución.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Una semana después del crimen aún están insepultos 20 cadáveres. A la mayoría los pondrán en urnas blancas -en la tradición católica las que contienen santos inocentes, cuerpos puros- para darles cristiana sepultura. Flores, peluches, caramelos, globos y muchas, muchas lagrimas cubrirán sus tumbas.
Los ojos del mundo miran, atónitos, la imagen que muestra a los pequeños cadáveres, no en un pueblo arrasado por la guerra, sino en el patio de recreo de una escuela, un área pensada como segura.
La población del país donde ocurrió la tragedia, se mantiene estupefacta, confusa. Se debate entre las licencias para matar, a nombre de la libertad, y el derecho a la vida.
En un país donde las escuelas son tan peligrosas, o más, que la calle, la ley da licencia para matar. Quien adquiere un arma piensa que algún día la usará y, si tiene suerte, matará.
El derecho otorgado por legislaciones perversas -en cualquier estado pueden haber leyes perversas- le permite a quien sea, adquirir armas, tener un arsenal en casa, si quiere, y hacer uso de ellas según sus necesidades. Puede quererlas para sentirse seguro, ejercitar la puntería, matar animales o asesinar a alguien.
En el país donde hay marañas en las escuelas, el día que se cumplen 18 años puedes ir a la tienda de armas y regalarte la que te plazca (si tienes para pagarla, por supuesto). Cuando hay rabia, hay odio, se consigue lo que necesites para vengarte, directa o indirectamente. Si se matan escolares, te vengas de la escuela, de la humanidad
En el país paladín de la libertad hay gente que nace con suerte y no tiene que esperar a cumplir 18 años, ni gastar sus ahorros comprando un arma, solo hay que ir al armario (el nombre de ese espacio del hogar es significativo) donde el padre o el abuelo, las guardan pero dejándolas al alcance de la mano como que si fuese café o azúcar.
Who’s next? es la pregunta que se extiende de costa a costa, de sur a norte, en el país de la libertad, el más rico del mundo, donde niños y niñas no mueren de hambre, ni de enfermedades controlables, sino que pueden morir baleados en sus aulas de clase o patios de recreo por un compañero de los cursos superiores, egresado o expulsado de esa escuela.
Los niños y niñas recientemente asesinados en una escuela dejan un inmenso dolor en sus familias y amigos. Miedo por doquier. Estupor dentro y fuera del país donde les mataron. Casos semejantes han ocurrido allí hace semanas, meses, años.
Por la incidencia de crímenes en la escuela dentro de las mismas fronteras parece una epidemia nacional. No es el único país donde hay gente desquiciada pero sí uno de los pocos donde es más fácil comprar armas de asalto que un auto de paseo.
El país más potente del mundo, el que pudiera controlar cualquier amenaza, se muestra impotente ante asesinos que provienen de sus propios vientres.
El asesino de escolares, así, en singular, porque aunque hayan sido varios, el perfil refiere rasgos en común. Se dice que provienen de familias conflictivas con carencias afectivas, y un ejercicio de la autoridad desde muy laxo hasta muy estricto. El odio a la familia y a la escuela parecen ir de la mano.
Los asesinos de escolares son casi contemporáneos de quienes asesina y todos han sido varones. Son el resultado de una crianza que establece que los hombres “deben ser” reprimidos en las emociones pero agresivos, violentos en sus conductas.
Los asesinos de escolares suelen ser adictos a las películas o videojuegos de mucha violencia, son navegantes empedernidos en la internet, tienen fascinación por las armas, son crueles con los animales y aislados socialmente. Y se destaca que en la escuela han sido objeto de discriminación y burlas frecuentes por ser como son.
La burla o el bullying, la discriminación en los ambientes escolares genera miedo y también odio, mucho odio hacia la escuela como institución. Además, viven en ambientes belicistas donde, con facilidad, pueden obtener un arma.
Los asesinos matan con armas. Si es fácil conseguirlas hay más riesgo de que se produzcan ataques a la población. Parece lógico que haya que restringirlas hasta prohibirlas. En un país civilizado las armas deben estar solo en manos de las fuerzas armadas, militares y policías.
Quienes promueven el uso de armas para la defensa personal y de la propiedad privada dicen defender sus derechos. Derechos que sobreponen a la urgencia de salvar vidas de jóvenes escolares y de cualquier edad. Quien esté por donde llegue el asesino corre el riesgo de morir, de quedar herido o traumatizado por el resto de su vida.
El vivir en una sociedad armada no es solo cuestión de derechos y valores, también lo es económico: La industria armamentista mueve mucho dinero. Si no se venden armas, ¿cómo sobrevive la industria de la muerte?
Ante los asesinatos a escolares el ojo tiene que estar en la mira. El problema no está en la inseguridad física de las instituciones, ni en la falta de preparación de los docentes en técnicas de combate, ni en la ineficiencia policial, ni en el que haya resentidos sociales. El problema fundamental está en una sociedad que tiene fascinación por las armas y facilita el acceso a ellas. Mientras eso no se controle, no habrá solución.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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