Venezuela: país de commodities
Caracas. Foto: Mairet Chourio.

Siempre hablamos de la enorme riqueza de hidrocarburos que tiene nuestro país. De hecho, en términos de reservas certificadas Venezuela cuenta con 300 mil millones de barriles de petróleo, las primeras reservas del mundo, y 200 billones de pies cúbicos de gas, las séptimas del planeta. Los hidrocarburos venezolanos, monetizados en su conjunto, a precio de mercado actual, podrían alcanzar un valor de 20 billones de dólares.

Si bien, en las reservas de petróleo y gas se encuentra el recurso natural que bien podría traducirse en riquezas en el corto y mediano plazo, el país cuenta con otros minerales en gran cuantía que no han sido del todo explotados, algunos de ellos ya certificados por organismos internacionales.

En términos de minerales con potencial combustible, reposan en diferentes zonas del país reservas probadas de 10.000 millones de toneladas de carbón, lo que a precios internacionales bien podrían cotizarse en 4,6 billones de dólares.

Por haberse focalizado en el sector hidrocarburos, la producción de carbón poco lugar ha ocupado en los planes de desarrollo económico de la nación, cuando a nivel mundial, un 25% de la energía proviene de esta fuente, especialmente en los países en desarrollo dado su bajo costo y eficiencia sin obviar que es altamente contaminante para el ambiente.

En el subsuelo, también hay 2.236 toneladas de oro, las cuartas reservas mundiales, con un valor equivalente a 130 mil millones de dólares. Asimismo, aunque tenemos una dilatada historia en el sector siderúrgico, existen todavía por explotar 14.605 millones de toneladas de hierro a un precio actual de mercado de 6 billones de dólares. Otros recursos disponibles son 321 millones de toneladas de bauxita, un componente esencial para la manufactura de aluminio, pueden valorarse al menos a 224,7 millardos de dólares.

Quizás los metales menos explotados, y con mayor potencial en nuestro país, son el cobre y el níquel. 2,5 millones de toneladas de cobre ubicados en yacimientos de las regiones occidental y andina del país por un valor estimado de 120 mil millones de dólares y 29 millones de toneladas de níquel ubicados en la región con un valor de 280 mil millones de dólares esperan a ser monetizados.

Además de lo mencionado, contamos con ingentes cantidades no certificadas de fosfato, coltán, sílice (hoy tan buscado para la manufactura de microchips), uranio, plata, zinc, titanio, magnesio y muchos otros minerales que apenas han sido contemplados dentro de un plan de desarrollo minero nacional.

En nuestro suelo hoy en día reposan más de 30 billones de dólares en reservas minerales.  La deuda externa venezolana, estimada en unos 150 mil millones de dólares, podría ser pagada en su totalidad con tan solo el 0,5% de estos recursos naturales del país, volviéndonos nuevamente solventes como nación de “un plumazo”.

Lo afirmado, que suena como la fantasía de un trasnochado o algo de ciencia ficción, podría hacerse desde el punto de vista financiero titularizando materia prima y vendiendo en mercados de commodities internacionales estos “papeles valor” respaldados por activos tangibles.

La inconveniencia de las riquezas en commodities

Durante los últimos 70 años, los sucesivos gobiernos han fundado la economía de la nación en el desarrollo del sector petrolero y, en menor medida, en la explotación siderúrgica.

Si bien, no es para nada cuestionable el uso de los recursos naturales propios de nuestra tierra para beneficiar el desarrollo del país, quizás un error estructural ha sido la compresión de nuestro país como un productor y exportador de commodities sin sumar de manera significativa el factor de la transformación industrial, como un elemento clave para agregar valor a la materia prima y, en consecuencia, crear un robusto sector secundario de la economía como fuente de conocimiento, empleos y riqueza para la nación.

Nuestra visión como país, desde una óptica económica, ha sido siempre de corto plazo, subordinando todos los sectores de la economía nacional al Estado, dueño y propietario de los hidrocarburos y otros recursos naturales de Venezuela. Esto ha traído como resultado un Estado hipertrófico, lento, ineficiente y muy costoso que se ha erigido como el principal generador de riquezas y el primer empleador del país contando hoy con casi la tercera parte de la población en edad laboral de Venezuela dependiendo directamente de cargos públicos y pensiones.

Por otra parte, los que hacemos vida en el sector privado hemos dependido tradicionalmente de las oportunidades y subvenciones que nos ha brindado un Estado básicamente minero y portuario, con vistas a enriquecernos en el corto plazo sin cimentar las bases de inversiones y producción de largo plazo.

Las consecuencias de lo mencionado están a la vista, uno de los países más ricos del mundo, Venezuela, atraviesa por una severa crisis económica y persisten grandes asimetrías sociales, desempleo, dificultad para cubrir las necesidades más esenciales, problemas en servicios básicos y pare usted de contar las calamidades que todos conocemos y vivimos.

Estoy seguro de que progresivamente se recuperará las industrias de hidrocarburos y siderúrgica en nuestro país. Esperamos que en esta oportunidad los venezolanos tomemos conciencia de que es vital el desarrollo de un sector privado robusto y con visión de largo plazo empeñado en agregar valor a los coomodities del país a través de industrias que generen productos terminados y semiterminados que sean competitivos desde el punto de vista de calidad y precio en el mercado global.

Ojalá, la nueva ley de Zonas Económicas Especiales, con ventajas fiscales, operativas y logísticas para los empresarios permita establecer cadenas productivas que transformen nuestros commodities en riqueza a largo plazo, educación y desarrollo social. Más allá de la responsabilidad del Estado en esto, la conciencia de cada uno de nosotros, ciudadanos de a pie, es vital para que esto ocurra.

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