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Caramelos en la 7-10: el respiro después del Darién

VENEZUELA MIGRANTE · 11 SEPTIEMBRE, 2022 20:41

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Karlo M. Bermúdez


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QUÉ CHÉVERE
QUÉ INDIGNANTE
QUÉ CHIMBO

Para alguien de San José, Costa Rica “Avenida 7 con Calle 10” no representa mucho —en especial por la dificultad de los locales para ubicar direcciones por ese método—, pero para muchas de las personas que cruzan el continente a pie esta coordenada será recordada como un respiro en su travesía hacia la vida digna que sus países no les garantizaron.

“Para nosotros los venezolanos era un sueño ir a Estados Unidos y pasar por Costa Rica”, dice Marioxis. “Se nos hizo realidad pero caminando”, agrega Aurimer. Ambas ríen. Son las 2 de la mañana y mientras ellas narran su historia, en la otra acera se ve que alguien amenaza a otra persona con una pistola. A ellas les sorprende, pero no temen. Cruzaron el Tapón del Darién. “Pisas los cuerpos, incluso de niños. Esa selva huele a muerto desde que entras hasta que sales”, concluyen ambas.

Ellas llegaron con fiebre. Otros, como David, con los pies hinchados. Aurora, de 3 años, con diarrea. La extensa selva fronteriza entre Colombia y Panamá es la única vía terrestre entre ambos países: días de caminar entre ríos turbios, montañas empantanadas y animales salvajes. 575.000 hectáreas donde resuenan historias de traficantes y grupos armados que amenazan con extorsionar y abusar sexualmente a quienes las atraviesan.

Marioxis y Aurimer

Quedan secuelas en las más de 500 personas por día que salen del Darién con vida. “Si me dijeras que escoja entre ir a prisión o volver a pasar por esa selva, prefiero la cárcel”, afirma David Torres. Como él, muchas optan por la peligrosa selva luego de que Costa Rica, México y Belice decidieran pedir visa a las personas venezolanas a inicio de este año.

Horas después de cruzar ese “infierno”, como le llaman, una explanada de cemento a las afueras de la Gran Terminal 7-10 en la capital costarricense podría parecer un paraíso. A la vez que un punto estratégico: de allí parten los autobuses hacia la frontera con Nicaragua, su siguiente parada.

Los dólares para continuar el recorrido

“Ahorita vamos pendientes de pasar fronteras

Yo no sé lo que más pa´lante me espera”

-Ed Ventu – Freestyle

Un número resuena en todas las conversaciones: 150 dólares. El precio por un “salvoconducto” que piden las autoridades nicaragüenses para transitar su territorio. Algunas cuentan que no se recibe documento alguno y hay quienes son detenidas y devueltas aún luego de pagar. A muchas el Darién les quitó todo, por lo que deben mantenerse en Costa Rica para recolectar la suma o buscar alternativas.

Uno de ellos le pide consideración a un policía: “Les está costando mucho. Imagínese que vengan 6 de pronto… hablamos de 900 dólares”. El oficial interrumpe: “Yo sé de esa ruta, sé más de lo que la gente piensa. Se van a tomar ciertas acciones para ver qué se hace porque hay gente que tiene mucho tiempo ahí y ya no deberían estar ahí”.

La interacción se produjo a medianoche luego de que el oficial le solicitara a los mismos migrantes contabilizar a quienes se encuentran en el sitio. Son las fuerzas policiales de Migración y la Municipalidad de San José la única representación institucional que ha frecuentado la zona con regularidad. No interactúan mucho con las personas migrantes más que para comunicar órdenes.

La atención humanitaria ha recaído en grupos religiosos, por ejemplo, que reparten comida desde un camión con bocinas que retumban sermones y alabanzas. La Cruz Roja y un socorrista con su propia ambulancia asumen el apoyo médico. Estudiantes organizan campañas de recolección. Familias organizadas llevan cobijas y café para sobrellevar el frío de la noche. Tony, habitante de calle, lleva la ropa o utensilios que encuentra en su cotidiano andar por las aceras capitalinas: “Yo estoy así porque quiero, ellos porque lo hacen para ayudar a su familia. Si tengo para el vicio, debería tener para ayudarles”.

Un gran espacio al costado de la 7-10 albergó algunos días las tiendas de campaña. Carpas, le llaman las personas venezolanas, la mayoría de quienes hacen hoy el trayecto. Son tres partes de las que han atravesado el Darién en 2022. Tres veces más que el año anterior, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas.

El aumento considerable no es coincidencia. El gobierno de los Estados Unidos extendió por 18 meses el estatus de protección temporal (TPS) a migrantes de Venezuela. Una medida que ofrece garantía de estadía y permisos laborales a quienes vienen de países en conflicto. Muchas ya llegaron desde que se implementó el mecanismo, y las que están en Costa Rica —aún detenidas por los $150— recalcan que su objetivo no cambia.

Vender caramelos: la economía en la 7-10

Cuando cae la tarde y se asoma la noche vuelven a la terminal. Traen lo mismo en sus manos: bolsas con dulces, caramelos, chupetas. Venderlas en la capital costarricense es la solución para quienes buscan los $150 con premura. Aun entre la frialdad de los números se permiten repartir algunas para conseguir la calidez en la sonrisa de un niño o niña, que componen un número importante en el grupo.

“De esos ciento y pico (que llegan a la 7-10) hay unos que no traen nada y tienen que empezar a vender bombones y conseguir un, dos, tres dólares y con eso van haciendo la vueltica” le decía el encargado de la cuenta de personas al policía.

Antes de cerrar su carpa Aurimer cuenta que les regalaron una caja con dulces. Espera que el sueño alivie sus malestares físicos para salir a venderlos tan pronto despierte: “Con eso se arranca”. Una vecina de la carpa la secunda, dice que espera el mínimo ingreso para “comprar mañana confites para trabajar con mis tres pelados. Dios mediante yo mañana voy a hacer 50”.

De madrugada, y en medio de la conversación sobre la jornada laboral del día siguiente, se acerca un grupo que recién llega de la Frontera. Olvidan su intención de dormir para repartir comida.

Aurimer y Marioxis estaban acostumbradas. Eran cocineras en la Isla Margarita de Venezuela. Lo que fue un paraíso vacacional es ahora un pueblo fantasma. “Ya no se pudo porque los restaurantes no existen. Había muchos ferrys, ahora casi que ni uno”. Lo mismo con vuelos internacionales. Recuerdan que muchos viajaban desde el norte del continente, ahora son ellas las que quieren llegar hasta allá.

No tienen contactos en Estados Unidos, pero no importa. Sus mamás están enfermas y sin tratamiento, una de sus hijas debió dejar de estudiar medicina, la otra les acaba de convertir en abuelas. Escaparon juntas a escondidas, justo como lo hicieron hace 20 años. Hoy es diferente.

Seguir en búsqueda: migrar y no por primera vez

Hay quienes ya tienen experiencia. Luis, también venezolano, subió hasta Honduras, pero se devolvió como si nada. Familiares venían en camino y regresó para encontrarles. Acumula varios países en los últimos meses. Lo intentó en Chile y Perú, pero allí no se logra, afirma. Lo logró en Colombia por seis años en varios trabajos hasta que encontró su mayor estabilidad con el Bitcoin. La moneda virtual se desplomó. “Así son los negocios, se gana y se pierde”.

Todo por sus hijos, que quedaron con su mamá en su país. Pensaba en ellos mientras cargó a un niño en sus espaldas en el Darién por dos días, mientras el padre estaba extraviado. Al final se encontraron, lo que él anhela suceda entre él y los suyos.

Lo mismo desea David. Por dos años vivió en Argentina y Perú. Tiene ese tiempo de no ver a sus dos hijas y un hijo. Risueño y optimista, recuerda que no ha podido estar para sus cumpleaños: “Tú no sabes cuantas lágrimas yo he botado. Mi familia necesita a su papá, y yo los necesito a ellos, son mi motivación de vida”.

Para un guardacostas y rescatista puede ser levemente menos compleja la selva, pero confiesa: “Cuando estuve allí me sentí débil, hasta que pensé en mi familia”. Lo son todo para él, así como su hermano, que vela económicamente por su núcleo desde Perú mientras camina hacia el norte. Cuando llegue va a trabajar árduamente para traer a su hermano sin que tenga que cruzar el Darién.

La familia es lo que une los sueños de la mayoría de personas que pasan por la 7-10. Génesis cruzó sola y recién operada del tobillo, lo hizo por su hija. Tenerla en mente fue lo que aplacó el dolor físico y mental que sufrió en el Tapón. Topó con múltiples nacionalidades: “Yo vi en la selva turcos, personas de Afganistán, de China, haitianos, colombianos, todos nos unimos en esa ONU”, dice sonriente y satisfecha de haber cruzado esta región de América. Recuerda que en medio de todo apreciaba los paisajes, reflejo de la biodiversidad que privilegia al continente.

Anita no es venezolana. “Yo crecí en la selva de la Amazonía Ecuatoriana, pero la selva del Darién es muy fuerte”. Llegó a Costa Rica sin nada: en medio de un río perdió todas sus pertenencias. En el agua turbulenta estuvo cerca de perder también a sus hijos, aunque de la mano de un grupo de personas que no conocía, los rescató.

Ella conocía sobre la migración, pero no por experiencia propia. Trabajadora social en la ciudad de Quito, acompañaba procesos de movilidad humana. Jamás pensó que pasaría por ello, y gracias a su experiencia de trabajo resalta la importancia de la empatía. Trabajó también con personas habitantes de calle y resaltó que también existen las personas con experiencia de vida en calle. “¿Quiénes son? Las personas así como nosotros que hoy vamos a dormir en una carpa”.

La orden “de arriba”

La OIM insta a ”mantener el acceso a procedimientos de asilo, ampliar las opciones de estadía regular para personas refugiadas y migrantes en situación de vulnerabilidad y brindar protección y asistencia a partir de las necesidades existentes”. Sin embargo, con carencia de diálogo, se ordenó el levantamiento de todas las carpas a las 8 de la mañana del sábado 3 de setiembre, una hora antes de una fiesta que se planeó para niñas y niños del campamento. La actividad se canceló.

Marlen Luna, Directora General de Migración y Viceministra de Gobernación y Policía, indicó que como parte de “su labor de recuperación del espacio público procedieron (al desalojo) ofreciendo alternativas de hospedaje y alimentación”. Agregó: “Nosotros como Estado costarricense no podemos permitir a niños en situación de indigencia, y por más que se les ha insistido a los padres de que muevan a esos niños, es gente que se negaba entonces debemos recurrir un poco a ejercer alguna fuerza para que puedan ser debidamente atendidos”.

La mañana del desalojo acudieron algunas autoridades, el resto del día se mantuvo sola una patrulla de migración con dos policías que cuidaban la explanada vacía. Ante las dudas que tenían las personas migrantes, respondían que dicho espacio se habilitaría sólo por la noche y para carpas con niñas y niños. Cuando les consultaron sobre los albergues, no contaban con información.

Al caer la noche, y con ella la lluvia, se instalaron dos tiendas, pero la zozobra colmaba a decenas de personas, incluidas familias con niñas y niños sin carpa, carentes de techo y de respuestas. A uno de ellos le respondió un oficial entre risas: “Usted aguante frío”. Una semana antes el subdirector de Migración aseguró que intentarían que la institución, a través de su policía, haría las coordinaciones necesarias para trasladar a las personas a los albergues.

El presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves elegido a inicios de este año— no se ha referido a la situación. Tampoco tocó el tema de migración o Derechos Humanos en su Plan de Gobierno. Sus acciones se resumen en hacer un llamado a la comunidad internacional para recibir apoyo monetario. Su Ministro de Relaciones Exteriores, Arnoldo André Tinoco, manifestó en una de sus primeras entrevistas que la migración en el país está “rebasando los límites de lo razonable”.

Los alrededores de la 7-10 han sido testigos de la llegada de miles de migrantes, la mayoría con intención de continuar su viaje hasta Estados Unidos. Si bien se trata de una situación sin precedentes para muchas personas e instituciones, esto responde a fenómenos de semanas, años, décadas y más.

Pudiera decirse que Costa Rica se ha caracterizado por, y se ha beneficiado de recibir con brazos abiertos a migrantes de múltiples nacionalidades en toda su historia. Hay excepciones, como muestras de discriminación que afortunadamente desatan una contrarespuesta tajante de la ciudadanía. Cuando decenas amenazaron con violencia xenofóbica a personas nicaragüenses en la capital, cientos marcharon condenando los actos y respaldando a la población migrante.  Y en esta ocasión, mientras un político pidió el uso de la fuerza en la 7-10, abundan quienes acuden día a día a ofrecer algo de sí mismas.

Algunas personas venezolanas en la terminal recuerdan cuando su país gozó de una época de prosperidad que le convirtió en un lugar de arribo para muchas personas de otras naciones y continentes, y que fue cuestión de años para que la situación se revirtiera.

Algo es seguro: la historia humana es una historia de migraciones. Unas con intención, otras forzosas. Lo que no podemos saber es si nos tocará habitar las afueras de una terminal.

Violencia, conflictos armados, desigualdad. América ha vivido en dictaduras, envuelta en sombras, relata el tema de Blades. “¡Queremos un gobierno de paz! ¿Cómo es posible que nos tengamos que separar de nuestra familia para pasar hambre y frío?”, sentencia David. Como él miles hoy «rompen la cadena», con tal de que mañana no hayan más como la 7-10.

Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, de Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.

VENEZUELA MIGRANTE · 19 SEPTIEMBRE, 2022

Caramelos en la 7-10: el respiro después del Darién

Texto por Karlo M. Bermúdez

Para alguien de San José, Costa Rica “Avenida 7 con Calle 10” no representa mucho —en especial por la dificultad de los locales para ubicar direcciones por ese método—, pero para muchas de las personas que cruzan el continente a pie esta coordenada será recordada como un respiro en su travesía hacia la vida digna que sus países no les garantizaron.

“Para nosotros los venezolanos era un sueño ir a Estados Unidos y pasar por Costa Rica”, dice Marioxis. “Se nos hizo realidad pero caminando”, agrega Aurimer. Ambas ríen. Son las 2 de la mañana y mientras ellas narran su historia, en la otra acera se ve que alguien amenaza a otra persona con una pistola. A ellas les sorprende, pero no temen. Cruzaron el Tapón del Darién. “Pisas los cuerpos, incluso de niños. Esa selva huele a muerto desde que entras hasta que sales”, concluyen ambas.

Ellas llegaron con fiebre. Otros, como David, con los pies hinchados. Aurora, de 3 años, con diarrea. La extensa selva fronteriza entre Colombia y Panamá es la única vía terrestre entre ambos países: días de caminar entre ríos turbios, montañas empantanadas y animales salvajes. 575.000 hectáreas donde resuenan historias de traficantes y grupos armados que amenazan con extorsionar y abusar sexualmente a quienes las atraviesan.

Marioxis y Aurimer

Quedan secuelas en las más de 500 personas por día que salen del Darién con vida. “Si me dijeras que escoja entre ir a prisión o volver a pasar por esa selva, prefiero la cárcel”, afirma David Torres. Como él, muchas optan por la peligrosa selva luego de que Costa Rica, México y Belice decidieran pedir visa a las personas venezolanas a inicio de este año.

Horas después de cruzar ese “infierno”, como le llaman, una explanada de cemento a las afueras de la Gran Terminal 7-10 en la capital costarricense podría parecer un paraíso. A la vez que un punto estratégico: de allí parten los autobuses hacia la frontera con Nicaragua, su siguiente parada.

Los dólares para continuar el recorrido

“Ahorita vamos pendientes de pasar fronteras

Yo no sé lo que más pa´lante me espera”

-Ed Ventu – Freestyle

Un número resuena en todas las conversaciones: 150 dólares. El precio por un “salvoconducto” que piden las autoridades nicaragüenses para transitar su territorio. Algunas cuentan que no se recibe documento alguno y hay quienes son detenidas y devueltas aún luego de pagar. A muchas el Darién les quitó todo, por lo que deben mantenerse en Costa Rica para recolectar la suma o buscar alternativas.

Uno de ellos le pide consideración a un policía: “Les está costando mucho. Imagínese que vengan 6 de pronto… hablamos de 900 dólares”. El oficial interrumpe: “Yo sé de esa ruta, sé más de lo que la gente piensa. Se van a tomar ciertas acciones para ver qué se hace porque hay gente que tiene mucho tiempo ahí y ya no deberían estar ahí”.

La interacción se produjo a medianoche luego de que el oficial le solicitara a los mismos migrantes contabilizar a quienes se encuentran en el sitio. Son las fuerzas policiales de Migración y la Municipalidad de San José la única representación institucional que ha frecuentado la zona con regularidad. No interactúan mucho con las personas migrantes más que para comunicar órdenes.

La atención humanitaria ha recaído en grupos religiosos, por ejemplo, que reparten comida desde un camión con bocinas que retumban sermones y alabanzas. La Cruz Roja y un socorrista con su propia ambulancia asumen el apoyo médico. Estudiantes organizan campañas de recolección. Familias organizadas llevan cobijas y café para sobrellevar el frío de la noche. Tony, habitante de calle, lleva la ropa o utensilios que encuentra en su cotidiano andar por las aceras capitalinas: “Yo estoy así porque quiero, ellos porque lo hacen para ayudar a su familia. Si tengo para el vicio, debería tener para ayudarles”.

Un gran espacio al costado de la 7-10 albergó algunos días las tiendas de campaña. Carpas, le llaman las personas venezolanas, la mayoría de quienes hacen hoy el trayecto. Son tres partes de las que han atravesado el Darién en 2022. Tres veces más que el año anterior, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas.

El aumento considerable no es coincidencia. El gobierno de los Estados Unidos extendió por 18 meses el estatus de protección temporal (TPS) a migrantes de Venezuela. Una medida que ofrece garantía de estadía y permisos laborales a quienes vienen de países en conflicto. Muchas ya llegaron desde que se implementó el mecanismo, y las que están en Costa Rica —aún detenidas por los $150— recalcan que su objetivo no cambia.

Vender caramelos: la economía en la 7-10

Cuando cae la tarde y se asoma la noche vuelven a la terminal. Traen lo mismo en sus manos: bolsas con dulces, caramelos, chupetas. Venderlas en la capital costarricense es la solución para quienes buscan los $150 con premura. Aun entre la frialdad de los números se permiten repartir algunas para conseguir la calidez en la sonrisa de un niño o niña, que componen un número importante en el grupo.

“De esos ciento y pico (que llegan a la 7-10) hay unos que no traen nada y tienen que empezar a vender bombones y conseguir un, dos, tres dólares y con eso van haciendo la vueltica” le decía el encargado de la cuenta de personas al policía.

Antes de cerrar su carpa Aurimer cuenta que les regalaron una caja con dulces. Espera que el sueño alivie sus malestares físicos para salir a venderlos tan pronto despierte: “Con eso se arranca”. Una vecina de la carpa la secunda, dice que espera el mínimo ingreso para “comprar mañana confites para trabajar con mis tres pelados. Dios mediante yo mañana voy a hacer 50”.

De madrugada, y en medio de la conversación sobre la jornada laboral del día siguiente, se acerca un grupo que recién llega de la Frontera. Olvidan su intención de dormir para repartir comida.

Aurimer y Marioxis estaban acostumbradas. Eran cocineras en la Isla Margarita de Venezuela. Lo que fue un paraíso vacacional es ahora un pueblo fantasma. “Ya no se pudo porque los restaurantes no existen. Había muchos ferrys, ahora casi que ni uno”. Lo mismo con vuelos internacionales. Recuerdan que muchos viajaban desde el norte del continente, ahora son ellas las que quieren llegar hasta allá.

No tienen contactos en Estados Unidos, pero no importa. Sus mamás están enfermas y sin tratamiento, una de sus hijas debió dejar de estudiar medicina, la otra les acaba de convertir en abuelas. Escaparon juntas a escondidas, justo como lo hicieron hace 20 años. Hoy es diferente.

Seguir en búsqueda: migrar y no por primera vez

Hay quienes ya tienen experiencia. Luis, también venezolano, subió hasta Honduras, pero se devolvió como si nada. Familiares venían en camino y regresó para encontrarles. Acumula varios países en los últimos meses. Lo intentó en Chile y Perú, pero allí no se logra, afirma. Lo logró en Colombia por seis años en varios trabajos hasta que encontró su mayor estabilidad con el Bitcoin. La moneda virtual se desplomó. “Así son los negocios, se gana y se pierde”.

Todo por sus hijos, que quedaron con su mamá en su país. Pensaba en ellos mientras cargó a un niño en sus espaldas en el Darién por dos días, mientras el padre estaba extraviado. Al final se encontraron, lo que él anhela suceda entre él y los suyos.

Lo mismo desea David. Por dos años vivió en Argentina y Perú. Tiene ese tiempo de no ver a sus dos hijas y un hijo. Risueño y optimista, recuerda que no ha podido estar para sus cumpleaños: “Tú no sabes cuantas lágrimas yo he botado. Mi familia necesita a su papá, y yo los necesito a ellos, son mi motivación de vida”.

Para un guardacostas y rescatista puede ser levemente menos compleja la selva, pero confiesa: “Cuando estuve allí me sentí débil, hasta que pensé en mi familia”. Lo son todo para él, así como su hermano, que vela económicamente por su núcleo desde Perú mientras camina hacia el norte. Cuando llegue va a trabajar árduamente para traer a su hermano sin que tenga que cruzar el Darién.

La familia es lo que une los sueños de la mayoría de personas que pasan por la 7-10. Génesis cruzó sola y recién operada del tobillo, lo hizo por su hija. Tenerla en mente fue lo que aplacó el dolor físico y mental que sufrió en el Tapón. Topó con múltiples nacionalidades: “Yo vi en la selva turcos, personas de Afganistán, de China, haitianos, colombianos, todos nos unimos en esa ONU”, dice sonriente y satisfecha de haber cruzado esta región de América. Recuerda que en medio de todo apreciaba los paisajes, reflejo de la biodiversidad que privilegia al continente.

Anita no es venezolana. “Yo crecí en la selva de la Amazonía Ecuatoriana, pero la selva del Darién es muy fuerte”. Llegó a Costa Rica sin nada: en medio de un río perdió todas sus pertenencias. En el agua turbulenta estuvo cerca de perder también a sus hijos, aunque de la mano de un grupo de personas que no conocía, los rescató.

Ella conocía sobre la migración, pero no por experiencia propia. Trabajadora social en la ciudad de Quito, acompañaba procesos de movilidad humana. Jamás pensó que pasaría por ello, y gracias a su experiencia de trabajo resalta la importancia de la empatía. Trabajó también con personas habitantes de calle y resaltó que también existen las personas con experiencia de vida en calle. “¿Quiénes son? Las personas así como nosotros que hoy vamos a dormir en una carpa”.

La orden “de arriba”

La OIM insta a ”mantener el acceso a procedimientos de asilo, ampliar las opciones de estadía regular para personas refugiadas y migrantes en situación de vulnerabilidad y brindar protección y asistencia a partir de las necesidades existentes”. Sin embargo, con carencia de diálogo, se ordenó el levantamiento de todas las carpas a las 8 de la mañana del sábado 3 de setiembre, una hora antes de una fiesta que se planeó para niñas y niños del campamento. La actividad se canceló.

Marlen Luna, Directora General de Migración y Viceministra de Gobernación y Policía, indicó que como parte de “su labor de recuperación del espacio público procedieron (al desalojo) ofreciendo alternativas de hospedaje y alimentación”. Agregó: “Nosotros como Estado costarricense no podemos permitir a niños en situación de indigencia, y por más que se les ha insistido a los padres de que muevan a esos niños, es gente que se negaba entonces debemos recurrir un poco a ejercer alguna fuerza para que puedan ser debidamente atendidos”.

La mañana del desalojo acudieron algunas autoridades, el resto del día se mantuvo sola una patrulla de migración con dos policías que cuidaban la explanada vacía. Ante las dudas que tenían las personas migrantes, respondían que dicho espacio se habilitaría sólo por la noche y para carpas con niñas y niños. Cuando les consultaron sobre los albergues, no contaban con información.

Al caer la noche, y con ella la lluvia, se instalaron dos tiendas, pero la zozobra colmaba a decenas de personas, incluidas familias con niñas y niños sin carpa, carentes de techo y de respuestas. A uno de ellos le respondió un oficial entre risas: “Usted aguante frío”. Una semana antes el subdirector de Migración aseguró que intentarían que la institución, a través de su policía, haría las coordinaciones necesarias para trasladar a las personas a los albergues.

El presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves elegido a inicios de este año— no se ha referido a la situación. Tampoco tocó el tema de migración o Derechos Humanos en su Plan de Gobierno. Sus acciones se resumen en hacer un llamado a la comunidad internacional para recibir apoyo monetario. Su Ministro de Relaciones Exteriores, Arnoldo André Tinoco, manifestó en una de sus primeras entrevistas que la migración en el país está “rebasando los límites de lo razonable”.

Los alrededores de la 7-10 han sido testigos de la llegada de miles de migrantes, la mayoría con intención de continuar su viaje hasta Estados Unidos. Si bien se trata de una situación sin precedentes para muchas personas e instituciones, esto responde a fenómenos de semanas, años, décadas y más.

Pudiera decirse que Costa Rica se ha caracterizado por, y se ha beneficiado de recibir con brazos abiertos a migrantes de múltiples nacionalidades en toda su historia. Hay excepciones, como muestras de discriminación que afortunadamente desatan una contrarespuesta tajante de la ciudadanía. Cuando decenas amenazaron con violencia xenofóbica a personas nicaragüenses en la capital, cientos marcharon condenando los actos y respaldando a la población migrante.  Y en esta ocasión, mientras un político pidió el uso de la fuerza en la 7-10, abundan quienes acuden día a día a ofrecer algo de sí mismas.

Algunas personas venezolanas en la terminal recuerdan cuando su país gozó de una época de prosperidad que le convirtió en un lugar de arribo para muchas personas de otras naciones y continentes, y que fue cuestión de años para que la situación se revirtiera.

Algo es seguro: la historia humana es una historia de migraciones. Unas con intención, otras forzosas. Lo que no podemos saber es si nos tocará habitar las afueras de una terminal.

Violencia, conflictos armados, desigualdad. América ha vivido en dictaduras, envuelta en sombras, relata el tema de Blades. “¡Queremos un gobierno de paz! ¿Cómo es posible que nos tengamos que separar de nuestra familia para pasar hambre y frío?”, sentencia David. Como él miles hoy «rompen la cadena», con tal de que mañana no hayan más como la 7-10.

Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, de Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.

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