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Insilio en el páramo (y III)

VENEZUELA MIGRANTE · 17 OCTUBRE, 2022 15:03

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Ibis Leon | @ibisL


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Una sensación de extrañeza y pérdida arropa a las familias de Pueblo Llano, en Mérida. El pasado próspero de este municipio de los Andes venezolanos hoy solo existe en la memoria de sus habitantes que viven una migración forzada por el colapso de su principal actividad económica: la agricultura.

Hace un mes, los pueblollaneros asistieron a la despedida más grande que se haya registrado en la historia reciente de esta localidad. 28 personas, entre ellas madres, padres, hermanos, hijos, primos y amigos de la zona, partieron en un autobús hacia la frontera con Colombia con la vista fija en Estados Unidos. Otro grupo de 26 siguió la misma ruta, que incluye el paso por la temida selva del Darién, 16 días después.

Desde entonces, el “sueño americano” es el tema de conversación que recorre, a través del boca a boca, las cuatro avenidas y nueve calles de Pueblo Llano y reúne a los locales en la plaza Bolívar y en “la placita”. Recientemente hablan de un tercer grupo de vecinos que organizan su salida.

Frente a la plaza Bolívar, la iglesia se erige como protagonista de una sociedad religiosa y conservadora. El cura del pueblo, José Luis Avendaño Monsalve, explica las razones que cree están detrás de esta movilidad humana: “Aquí no existe otro proyecto para los jóvenes que trabajar la tierra, cuando empezó esta crisis se comenzaron a quedar sin esperanzas, hay una decepción generalizada porque pierden sus cultivos o se los pagan extremadamente baratos”.

El religioso explica que la historia de prosperidad marcó a las generaciones más jóvenes que ven en sus carencias una realidad difícil de asimilar, lo que ha generado una especie de depresión colectiva que asocia también al alto índice de suicidios.

Pueblo Llano tiene la segunda tasa de suicidios por municipio más alta del país, según el Observatorio Venezolano de Violencia en 2020.

El sacerdote calcula, según sus propios registros, que en un mes (del 4 de septiembre al 4 de octubre) 10 personas intentaron quitarse la vida. “Se sienten con una autoestima por el piso, sobre todo la juventud que no ve futuro, las mujeres también sienten insatisfacción porque esta es una población marcada por el machismo”, expresa.

Las principales alteraciones que identifica en Pueblo Llano la psicóloga Gabriela Quintero son: el duelo migratorio, la depresión, la ansiedad y la dependencia emocional. Como habitante del pueblo ha tratado a madres que están en negación, sienten culpa y tristeza profunda. Pero también ve resiliencia: «Saben que si se muestran debilitadas van a desmotivar al familiar que se fue y que se expone a grandes peligros».

«Hay un duelo por la pérdida de sí mismo, es silencioso, la persona siente que no encaja donde antes encajaba. Hay síntomas de depresión y mucho cuestionamiento sobre el quien soy», expresa.

Quintero también llama la atención sobre el aumento de suicidios. «Esto es una decisión permanente para un problema pasajero, eso es lo que no se tome en cuenta y el impulso prevalece, el método más frecuente es el envenenamiento», dice.

En quienes se van están sometidos a un estrés crónico que puede provocar el síndrome de Ulises: «Pasan por un agotamiento físico extremo al atravesar la selva que debilita también las funciones cognitivas donde son frecuentes los pensamientos recurrentes».

“Extranjeros en nuestra tierra”

La facilidad para acceder a agroquímicos, usualmente requeridos en los cultivos, es uno de los motivos por los que las personas que se suicidan ingieren estas sustancias como método, explica el sociólogo Omar Santiago.

Como coordinador de desarrollo social del Hospital Carlos Edmundo Salas de Pueblo Llano conoce bien este fenómeno. Pero también es testigo y protagonista de la reciente migración.

“Se siente la nostalgia y la incertidumbre. Desde hace mes y medio estamos viendo el movimiento migratorio como tal, esto nunca se había visto acá y en los pueblos vecinos, como Santo Domingo, también se están organizando para salir, buscan prestamistas con un fiador que les facilite el dinero para hacer el viaje”, señala.

La identidad está sufriendo, en su opinión, pues se está gestando una suerte de desarraigo o sentido de extrañeza: “A veces nos sentimos como extranjeros en nuestra propia tierra por todas las dificultades, hay muchos anhelos que no se pueden cumplir”.

“El discurso del colectivo ha cambiado, lo que se escucha en las plazas son los jóvenes que hablan de Estados Unidos, que allá se gana 40 dólares la hora, etc.”, agrega.

Los niños que quedan sin sus padres, a cargo de terceros, es otro efecto de la salida forzada de los pobladores. De hecho, el hospital para el que trabaja pidió al personal médico no solo registrar la talla y el peso de los niños sino también estar atentos a posibles trastornos emocionales o de comportamiento.

“La herida emocional que se marca con este hecho migratorio es el abandono. Encontramos que hay llanto frágil, somatizaciones, niños con insomnio o, por el o contrario, somnolientos. Ahora que inician las clases, muchos niños no se quieren quedar en las escuelas porque ven que a otros niños los buscan su mamá o su papá y a ellos no», explica la psicóloga Quintero, quien también trabaja en el área educativa.

Insilio en el páramo (III)

Un pasado próspero

Santiago es un apellido común en el pueblo que comparte el cronista Rafael, un profesor de física que ha dedicado su vida a estudiar y documentar la historia de este municipio del páramo merideño.

De acuerdo con sus estudios, el auge agrícola inició en 1960 con la mano de obra de migrantes colombianos y canarios (de España).

La fama que ganó el pueblo como uno de los más ricos de los Andes tiene que ver con el hecho de que esta tierra ofrecía alrededor de 60% de la producción total de papa y zanahoria de Venezuela.

El profesor ubica la crisis agrícola en 2015 cuando comenzaron a escasear los insumos como insecticidas, abonos químicos, semillas, etc. Aunque la expropiación de Agroisleña (2010) también fue un punto de inflexión. Las dificultades para abastecerse de gasolina y gasoil también se suman a las calamidades que generaron una primera migración hacia Colombia, Ecuador y Perú y más recientemente a Estados Unidos.

“Los jóvenes no ven futuro, no tienen posibilidad de superarse, de tener una casa, de poder comprarse sus cosas, por eso se van, en busca de futuro”, concluye.

Esta historia se escribió dos semanas antes del 12 de octubre, fecha en la que Estados Unidos comenzó un nuevo programa migratorio que impide el ingreso de venezolanos por su frontera terrestre.

VENEZUELA MIGRANTE · 17 OCTUBRE, 2022

Insilio en el páramo (y III)

Texto por Ibis Leon | @ibisL

Una sensación de extrañeza y pérdida arropa a las familias de Pueblo Llano, en Mérida. El pasado próspero de este municipio de los Andes venezolanos hoy solo existe en la memoria de sus habitantes que viven una migración forzada por el colapso de su principal actividad económica: la agricultura.

Hace un mes, los pueblollaneros asistieron a la despedida más grande que se haya registrado en la historia reciente de esta localidad. 28 personas, entre ellas madres, padres, hermanos, hijos, primos y amigos de la zona, partieron en un autobús hacia la frontera con Colombia con la vista fija en Estados Unidos. Otro grupo de 26 siguió la misma ruta, que incluye el paso por la temida selva del Darién, 16 días después.

Desde entonces, el “sueño americano” es el tema de conversación que recorre, a través del boca a boca, las cuatro avenidas y nueve calles de Pueblo Llano y reúne a los locales en la plaza Bolívar y en “la placita”. Recientemente hablan de un tercer grupo de vecinos que organizan su salida.

Frente a la plaza Bolívar, la iglesia se erige como protagonista de una sociedad religiosa y conservadora. El cura del pueblo, José Luis Avendaño Monsalve, explica las razones que cree están detrás de esta movilidad humana: “Aquí no existe otro proyecto para los jóvenes que trabajar la tierra, cuando empezó esta crisis se comenzaron a quedar sin esperanzas, hay una decepción generalizada porque pierden sus cultivos o se los pagan extremadamente baratos”.

El religioso explica que la historia de prosperidad marcó a las generaciones más jóvenes que ven en sus carencias una realidad difícil de asimilar, lo que ha generado una especie de depresión colectiva que asocia también al alto índice de suicidios.

Pueblo Llano tiene la segunda tasa de suicidios por municipio más alta del país, según el Observatorio Venezolano de Violencia en 2020.

El sacerdote calcula, según sus propios registros, que en un mes (del 4 de septiembre al 4 de octubre) 10 personas intentaron quitarse la vida. “Se sienten con una autoestima por el piso, sobre todo la juventud que no ve futuro, las mujeres también sienten insatisfacción porque esta es una población marcada por el machismo”, expresa.

Las principales alteraciones que identifica en Pueblo Llano la psicóloga Gabriela Quintero son: el duelo migratorio, la depresión, la ansiedad y la dependencia emocional. Como habitante del pueblo ha tratado a madres que están en negación, sienten culpa y tristeza profunda. Pero también ve resiliencia: «Saben que si se muestran debilitadas van a desmotivar al familiar que se fue y que se expone a grandes peligros».

«Hay un duelo por la pérdida de sí mismo, es silencioso, la persona siente que no encaja donde antes encajaba. Hay síntomas de depresión y mucho cuestionamiento sobre el quien soy», expresa.

Quintero también llama la atención sobre el aumento de suicidios. «Esto es una decisión permanente para un problema pasajero, eso es lo que no se tome en cuenta y el impulso prevalece, el método más frecuente es el envenenamiento», dice.

En quienes se van están sometidos a un estrés crónico que puede provocar el síndrome de Ulises: «Pasan por un agotamiento físico extremo al atravesar la selva que debilita también las funciones cognitivas donde son frecuentes los pensamientos recurrentes».

“Extranjeros en nuestra tierra”

La facilidad para acceder a agroquímicos, usualmente requeridos en los cultivos, es uno de los motivos por los que las personas que se suicidan ingieren estas sustancias como método, explica el sociólogo Omar Santiago.

Como coordinador de desarrollo social del Hospital Carlos Edmundo Salas de Pueblo Llano conoce bien este fenómeno. Pero también es testigo y protagonista de la reciente migración.

“Se siente la nostalgia y la incertidumbre. Desde hace mes y medio estamos viendo el movimiento migratorio como tal, esto nunca se había visto acá y en los pueblos vecinos, como Santo Domingo, también se están organizando para salir, buscan prestamistas con un fiador que les facilite el dinero para hacer el viaje”, señala.

La identidad está sufriendo, en su opinión, pues se está gestando una suerte de desarraigo o sentido de extrañeza: “A veces nos sentimos como extranjeros en nuestra propia tierra por todas las dificultades, hay muchos anhelos que no se pueden cumplir”.

“El discurso del colectivo ha cambiado, lo que se escucha en las plazas son los jóvenes que hablan de Estados Unidos, que allá se gana 40 dólares la hora, etc.”, agrega.

Los niños que quedan sin sus padres, a cargo de terceros, es otro efecto de la salida forzada de los pobladores. De hecho, el hospital para el que trabaja pidió al personal médico no solo registrar la talla y el peso de los niños sino también estar atentos a posibles trastornos emocionales o de comportamiento.

“La herida emocional que se marca con este hecho migratorio es el abandono. Encontramos que hay llanto frágil, somatizaciones, niños con insomnio o, por el o contrario, somnolientos. Ahora que inician las clases, muchos niños no se quieren quedar en las escuelas porque ven que a otros niños los buscan su mamá o su papá y a ellos no», explica la psicóloga Quintero, quien también trabaja en el área educativa.

Insilio en el páramo (III)

Un pasado próspero

Santiago es un apellido común en el pueblo que comparte el cronista Rafael, un profesor de física que ha dedicado su vida a estudiar y documentar la historia de este municipio del páramo merideño.

De acuerdo con sus estudios, el auge agrícola inició en 1960 con la mano de obra de migrantes colombianos y canarios (de España).

La fama que ganó el pueblo como uno de los más ricos de los Andes tiene que ver con el hecho de que esta tierra ofrecía alrededor de 60% de la producción total de papa y zanahoria de Venezuela.

El profesor ubica la crisis agrícola en 2015 cuando comenzaron a escasear los insumos como insecticidas, abonos químicos, semillas, etc. Aunque la expropiación de Agroisleña (2010) también fue un punto de inflexión. Las dificultades para abastecerse de gasolina y gasoil también se suman a las calamidades que generaron una primera migración hacia Colombia, Ecuador y Perú y más recientemente a Estados Unidos.

“Los jóvenes no ven futuro, no tienen posibilidad de superarse, de tener una casa, de poder comprarse sus cosas, por eso se van, en busca de futuro”, concluye.

Esta historia se escribió dos semanas antes del 12 de octubre, fecha en la que Estados Unidos comenzó un nuevo programa migratorio que impide el ingreso de venezolanos por su frontera terrestre.

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