La fiesta, la noche y la oscuridad representan un oasis: la gente baila y entrega las preocupaciones al bullicio que lo ocupa todo. Quienes viven en este sector de Petare no ignoran su realidad. La pobreza hace mella en los hogares, la falta de servicios básicos los afecta y la violencia cobra vidas día tras día. Pero los domingos es un día especial para ellos, pues disfrutan de la habilidad de motociclistas que retan al peligro hasta que todas las luces se apagan


Esta es la última entrega del especial La noche en el barrio, en donde recorrimos la ciudad de este a oeste para explorar cómo se vive allí cuando se oculta el sol


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5:00 pm

Los domingos en la tarde, cuando el resto de la ciudad comienza a “recoger los vidrios" de la rumba del fin de semana, es cuando se prende la fiesta en Carpintero. En este barrio de Petare todo gira al revés, hasta las ruedas de las motocicletas que se dan cita en la curva más peligrosa de los cerros para divertirse retando a la muerte. 

En Carpintero la fiesta va en dos ruedas y el ronquido de las motos de alta cilindrada marca el ritmo. Allí se congregan los muchachos del sector, de todo San Blas, de otras zonas de Petare e incluso de La Guaira, Barlovento o Valles del Tuy para demostrar su valentía y probar las piruetas más osadas. 

“La compleja inseguridad" de Carpintero apagó las cornetas que hasta principios de 2019 sonaban sin tregua de jueves a domingo. Las peleas, apuñalamientos y enfrentamientos a tiros le bajaron el volumen a la música. El asesinato de dos muchachos de la comunidad, en febrero, sembró tanto miedo que se extinguió la fiesta por completo.

Desde entonces, la cotidianidad del barrio con la gente trabajando, las camionetas desbordadas de pasajeros, los niños con uniforme y los muchachos haciendo grafitis en las paredes, se rompe cada domingo con las “motopiruetas", si el clima permite que el asfalto esté seco para recibir a los aventureros. 

Katiuska Camargo es líder comunitaria del sector y una de las impulsoras principales de cualquier evento que refleje la “cultura urbana del barrio". Sin embargo, admite que la inseguridad y los altos índices de violencia han reservado los domingos de motopiruetas como el “único momento dinámico de fiesta".  “Nosotros nos guardamos temprano ¿Por qué? Porque tratamos de evitar siempre la presencia o el encuentro delictivo. Pero los domingos, cuando están estos jóvenes aquí es como un momento de encuentro de vecinos que salen a las puertas de sus casas. Los bodegueros tienen más ventas porque estos muchachos fomentan el negocio local… Hay mucha juventud, hay futuro", relata. 

Camargo cuenta que esta experiencia de las fiestas de motopiruetas ha migrado por muchos barrios de la ciudad desde hace más de 25 años. Pero afirma que en Carpintero tiene unos dos o tres años representando el “único momento de diversión" para los chamos en ese barrio, que ella tiene más de una década intentando rescatar de las cifras de delincuencia que lo tiñen de sangre todos los fines de semana.
 
A esta hora empiezan a llegar los primeros modelazos, DT, V Strom, 115 y YT, motocicletas que inundan el ambiente de adrenalina. Los espectadores y quienes transitan por la zona deben subir a las aceras y a la loma alta que bordea la calle principal de Carpintero, para ver o protegerse de las motos que atraviesan la calle a toda velocidad.

Los muchachos bajan y suben haciendo acrobacias inexplicables. Unos de pie sobre el asiento de la moto, otros parados de manos sobre el volante. Hay quienes ponen todo el peso de su cuerpo de un solo lado de la motocicleta y así enfrentan la empinada curva. 

Las adolescentes e incluso los niños de la comunidad participan de las acrobacias y toman el volante mientras los “deportistas", como les gusta ser llamados, hacen posturas imposibles de describir sobre los aparatos que van a más de 160 kilómetros por hora.

7:00 pm

La gente que observa a los acróbatas aplaude y pita sin parar. Celebran que nadie se ha caído, a pesar de que ya el atardecer culmina y la oscuridad se apodera de la zona. Hay música, pero casi no se escucha porque el ronquido de las más de 60 motos que se desplazan en los 200 metros de calle empinada ahogan cualquier otro sonido.
 
“Pedro Locura" es uno de los mayores exponentes de las piruetas sobre motos. Él viene del oeste de Caracas, pero recorre barrios de toda la ciudad ofreciendo espectáculos a los seguidores de lo que él considera “un deporte extremo", aunque muchos no lo vean de esa forma. 

“Claro, esto es un deporte, una iniciativa de una broma que más bien requiere destreza, requiere habilidad, requiere tiempo, requiere conocimiento, requiere compañerismo. Es más, creo que es más arriesgado que cualquier otro deporte y se hace en esta zona ahorita porque no tenemos los espacios adecuados. Acudimos más que todo a las barriadas donde nace este deporte desde hace años y donde mejor se realiza", cuenta este hombre que luce crinejas azul turquesa en una cola alta.

En la calle se confunden los autobuses y los carros con las motos que hacen zigzag a toda máquina para desafiar la calle. A veces se escuchan los gritos ahogados de algunos espectadores que vieron como alguien estuvo a punto de caerse o sintieron que habría algún choque.

Fuera de “la pista", los muchachos se reúnen en semicírculos y dejan reposar en el piso botellas de cerveza, de anís, de cocuy o cualquier guarapita. El olor a cigarro y a cripy (marihuana genéticamente alterada) se condensa en el espacio y aunque ya oscureció, muchos siguen usando lentes de sol. 

Andrea Martínez tiene 18 años y desde los 15 sus padres la dejan salir a la calle principal para presenciar este evento dominical. Ella es de esas que se concentran a vitorear las buenas piruetas o a burlarse de los intentos fallidos de los muchachos sobre las motos.

Andrea y todas sus amigas usan camisas cortas, que se denominan “crop-top" en el mercado de la moda, pantalones corte alto que termina un poco más arriba del tobillo y dejan ver sus zapatos deportivos de marca. Asegura que todas esperan la llegada del domingo para salir “a pasarla bien, porque esta es la única diversión que hay en Carpintero".

Aunque a sus papás y a los de otras de sus compañeras, menores de edad, no les gusta mucho que ellas estén en la calle los domingos, Andrea dice que “ya se adaptaron porque aquí no hay más nada que hacer".

Las piruetas en moto son casi una religión sembrada en Carpintero, tanto que niños, adolescentes e incluso muchachas como Andrea sueñan con aprender a hacer acrobacias sobre dos ruedas para formar parte de este culto a la velocidad del que todos los chamos de esa comunidad disfrutan.

10:00 pm

Con la llegada de la noche se apagan las últimas motos de los más osados. Son pocos los que se atreven a seguir recorriendo la pendiente con la luz de la luna y el pesebre de casitas que se dejan ver en el cerro frente a la calle principal como única iluminación. El alumbrado público aún no llega cerro arriba, pero ellos siguen acelerando. 

Pocos quedan en los alrededores. La sombra del asesinato de esos dos muchachos, que ocurrió en febrero, aún tiñe las noches de Carpintero y todos prefieren seguir la fiesta en alguna casa o lejos del barrio para evitar “cualquier escama", tal como explica Wilber Hernández, otro motorizado aventurero.

La única diversión del barrio se apaga temprano porque todos, incluso quienes la defienden como un espacio para hacer comunidad, coinciden en que “se presta para el peligro". La particular rumba tiene sus detractores también. 

Isis Melo ha pasado toda su vida en Carpintero y se preocupa por lo que ven los niños que crecen “admirando a los motorizados". Ella considera que no hay nada positivo en el “culto" que cree que se le rinde a este encuentro dominguero que tiene más de cuatro años realizándose en el sector en el que se ubica su casa.

“Para mí no es algo bien visto porque, aunque muchos pueden pensar que es un deporte, conlleva a lo otro y esa gente no solo hace piruetas, sino que rumbea hasta el otro día y el lunes uno va a llevar a los muchachos al colegio y lo que ven es a esos chamos todos borrachos ahí… Todos los niños ven que son valientes, que la gente los sigue, que se salvan del peligro y también quieren ser así", dice Isis.

Y aunque todos defienden que la fiesta sobre ruedas no va solo de beber y divertirse, sino de mostrar un deporte en los espacios donde es posible, Luis Julio, un habitante de Carpintero desde que nació y ahora piruetista, asegura que “desde que era un niño vi esto y yo no quiero hacer otra cosa. Esta es una pasión".

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