Esta tarde de lluvia se realizó la primera conferencia del ciclo Narrativa y totalitarismo: valoración crítica de la literatura venezolana, un espacio ideado por el Instituto de Investigaciones Literarias de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, con el objeto de compartir ideas e impresiones sobre cómo el aparato político utilizado por el gobierno de facto, en los últimos 20 años, ha moldeado de forma significativa la literatura venezolana.
El programa de este jueves, 29 de octubre, comprendía la participación del crítico literario venezolano Carlos Sandoval, quien no pudo participar por problemas relacionados a la conectividad, y de la doctora Katie Brown, especializada en cultura latinoamericana, con especial énfasis en Venezuela.
Su tesis de doctorado, completado en King’s College de Londres en 2016, se enfocó en las políticas culturales del gobierno bolivariano de Venezuela, y disertó sobre cómo los autores han abordado el género de ficción durante este período. Esta es la base de su primera monografía: Escribiendo en la Revolución: metaficción venezolana (2004-2012).
Así, Brown compartió las bases de su investigación. Primero, definió la metaficción como el ejercicio de escribir sobre la escritura y la lectura, reflexionando sobre las razones por las cuales el escritor escribe, y el poder que tienen sus palabras.
Para mayor comprensión del lector, podría recordar Las mil y una noches, esa obra anónima de la literatura árabe en la que los personajes cuentan historias y los personajes de estas, a su vez, cuentan otras dentro de la misma narración.
Pero la metaficción también permite crear una realidad alternativa, un ecosistema donde la realidad pueda banalizarse e incluso utilizarse a manera de denuncia que es, precisamente, lo que han hecho los autores venezolanos durante la “revolución del siglo XXI".
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Para demostrar el poder asfixiante del gobierno venezolano en su ecosistema cultural, Brown explica algunos puntos de la Ley Orgánica de la Cultura, explicada por el mismo aparato como una “pieza fundamental de nuestra memoria colectiva". La misma permite la creación de la Plataforma del Libro y la Lectura, donde incluso se afirma que la creación literaria debe abogar a favor de “la construcción de una patria motorizada por el socialismo bolivariano". Es decir, en Venezuela el libro no es un instrumento de expresión individual, sino un mecanismo de ideología, propaganda y, por ende, control social.
Brown también señala en el aparato cultural del gobierno bolivariano un reiterado esfuerzo por controlar la narrativa, centralizar y estatizar la industria literaria, la edición masiva de autores inéditos, con muy pocos ejemplares y menos promoción. Más allá de lo literario, indica el control del gobierno en medios de comunicación, educación, propaganda y leyes.
Para la doctora, no es sorprendente que la metaficción emerja en situaciones de totalitarismo. Para demostrarlo, cita tres ejemplos, empezando por El niño maño cuenta hasta 100 y se retira, un libro escrito por Juan Carlos Chirinos y publicado en 2004.
En este libro, existen paralelismos entre el personaje del cuenta cuentos (llamado Svevo) y Hugo Chávez, cuyo espejo de ficción es el personaje del “presidente oral". En el relato, este personaje “dice" la verdad “como él y su audiencia siempre la ha entendido, dentro de los recursos de su lenguaje", cosa que le permite inventar nuevos hechos para mantener a su audiencia conectada con su actuación.
Y es que, según algunos analistas citados por Brown, en los discursos de Chávez el “pueblo" solo existía dentro de sus discursos, y no fuera de los mismos. Esta características del gobierno bolivariano como un showman se evidencian en Bajo las hojas, un libro de Israel Centeno publicado en 2010.
En él, según Brown, “el poder es quien relata la historia, y no al revés". Aquí, el autor evidencia el uso de la escritura únicamente como un ejercicio de control, y queda constancia del desprecio profundo que sienten los políticos hacia la labor del escritor.
La historia de Centeno hace referencia a un escritor, contactado por el gobierno para realizar una labor secreta. Reconoce la capacidad que tiene el gobierno para modificar la realidad y las percepciones, gracias a su control absoluto sobre las telecomunicaciones y el entretenimiento.
Por último, Brown citó Rating, de Alberto Barrera Tyszka (2011), donde el autor presenta la realidad como un espectáculo, al mejor estilo de las telenovelas que caracterizaron a Venezuela entre 1970 y 1990. Ahí Tyszka, una de las principales voces adversas al régimen en materia literaria, muestra la revolución como un espectáculo, concentrada en hacer poco, pero mostrar mucho.