Aunque quizás no con la misma magnitud que el deslave de 1999, el riesgo de una nueva tragedia sigue latente en el estado Vargas, según la geógrafa de la Univerdad Central de Venezuela Virginia Jiménez Díaz, quien en una entrevista concedida al portal digital La Gran Aldea, señaló que «la causa del riesgo no es la lluvia, que es un fenómeno natural, es nuestro atrevimiento frente a la naturaleza».
Indicó que en 20 años de reconstrucción urbana que ha tenido La Guaira y sus alrededores, la población ha vuelto a levantar sus viviendas en zonas de alto riesgo por su cercanía con quebradas y canales, situación que se agrava debido a la falta de autoridad del gobierno y la falta de mantenimiento de las presas de control de sedimentos.
«Puede producirse un nuevo desastre. Quizá no en las mismas dimensiones, porque en algo se han mitigado las condiciones de riesgo de la zona, pero, sin duda, nos veríamos en serios problemas, aún con las presas y con todos los reales que se metieron allí», advirtió.
Agregó que el problema no solo es aplicable para el estado Vargas, sino también en Caracas, recordando que durante las lluvias de 1999 hubo daños considerables en la parroquia San Bernandino. «No tenemos el mar que reciba los sedimentos, escombros y rocas arrastrados por un deslave», dijo.
La geógrafa con doctorado en la Universidad de Londres indió que en el caso de los edificios de la Misión Vivienda, señaló que muchos fueron construidos en zonas geológicamente inestables, como es el caso del Complejo El Morro en Petare, o con materiales de baja calidad y un diseño poco sólido. Otros conjuntos como Camurí Chico
«Muchos tienen planta baja libre, una modalidad de diseño que puede ocasionar el colapso de las edificaciones, porque la distribución de energía es asimétrica y lo hace vulnerable en los movimientos», añadió.
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Explicó que no es la primera vez que ocurre un evento como hace 20 años en el litoral central, habiendo incluso un registro de Alejandro Von Humboldt de 1798 donde describe un deslave similar por la crecida de la quebrada Osorio.
«Esto no empezó ayer. En la década de 2000, se construyeron 62 presas, pero, en la actualidad, el 60% de esas presas están sedimentadas: Tienen rocas, están invadidas por la vegetación. Se encuentran taponadas, porque no tienen mantenimiento. Es cierto que las lluvias y el cambio climático nos hacen más propensos a estos problemas, pero también es verdad que allí hay, por ejemplo, actividades de extracción en las canteras para sacar material de construcción. Eso aumenta los riesgos», detalló.
Jiménez acotó que a pesar de contar con legislaciones como la La Ley de Gestión Integral de Riesgos Socionaturales y Tecnológicos, aprobada en enero de 2009, no hay autoridad que vigile su cumplimiento, lo que sumado al fracaso de los cuatro planes de reconstrucción de Vargas que hubo en los años siguientes y una tardía atención de los damnificados, distribuyéndolos por todo el país, hizo que los varguenses eventualmente volvieran y construyeran por su cuenta en los mismos lugares de donde fueron desalojados.
«La gente tiene necesidades más acuciantes que estarse cuidando de los riesgos: La comida de hoy, enviar a los niños para el colegio, eso es más urgente. Muchas veces no saben que esos espacios son riesgosos, porque la tradición oral no permanece: Se olvida que allí ocurrió una tragedia. Y, si el Estado no ejerce la debida vigilancia, vuelven a construir. Lo que impulsa a la gente a ubicarse en zonas de amenaza no es opcional, es por un imperativo económico: Son las zonas que quedan para las familias de bajos recursos; y entonces viene el Estado y les pone servicios», apuntó.
La académica señala que dos décadas después, los habitantes de La Guaira todavía tienen vivos los traumas del deslave. Aunque se removió la tierra y se contruyeron canales, la falta de apoyo psicosocial hace que que sus supervivientes evoquen la tragedia cada vez que llueve.
«El temor de que pueda volver a ocurrir está allí. La gente ha avanzado, sin duda, pero todavía necesita ayuda. Por ejemplo, debemos enamorar a esa población de la lluvia, como recurso de creación y renovación, y no sólo como amenaza. Los varguenses deben conocer y cuidar sus canales, como lugares a respetar, no a temer», comentó.
Con información de La Gran Aldea. Puede leer la entrevista completa aquí.
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