Caracas.- Los venezolanos Anabel y Crisman Urbáez decidieron dejar atrás Perú, el país que los había recibido cuando decidieron irse de su país natal, para llegar a Nueva York, Estados Unidos, y ofrecerle mejores oportunidades a sus dos hijos, reseñó CNN.
“La economía empezó a decaer en Perú. No podíamos comprar mucha comida. También hay mucha xenofobia contra los venezolanos en Latinoamérica. A veces la gente nos insultaba, y yo no quería eso para mis hijos", dijo Crisman Urbáez al medio estadounidense.
Les tomó dos meses cruzar 10 países, un recorrido en el que se incluyó la selva del Darién, que divide a Colombia y Panamá, junto a sus dos hijos y su perro. Durante el recorrido por la selva tuvieron que subir colinas empinadas y cruzar un río caudaloso, además vieron cómo murieron algunos migrantes que viajaban con ellos. «Caminábamos y no llegábamos. Hubo personas que venían con nosotros que murieron y yo decía ‘Dios mio qué hice, así como le paso a ellos, nos podría pasar a nosotros», dijo Anabel.
La pareja tiene un niño de nueve años y una niña de seis. Además viajaron con un pitbull que habían rescatado cuando era apenas un cachorro. Aseguran que fue un reto viajar con el perro, puesto que para subirlo en los autobuses debían envolverlo en sábanas y fingir que era un niño. «El perro es parte de nuestra familia, nosotros no lo vemos como un animal (…) Para los niños el perro fue un soporte emocional. Era algo con lo que ellos se distraían», dijo el padre venezolano.
Una vez que llegaron a México y cruzaron el río Bravo, se entregaron a los agentes fronterizos de Estados Unidos, pero no les permitieron llevar al perro, quien lleva el nombre de Max. “Hubo un oficial, que creo que Dios puso en nuestro camino. Estoy muy agradecida por él. También lloró un poco. Luego me dijo que llevó a Max a un refugio y me dio la dirección del mismo para que pudiera ir a buscarlo una vez que nos liberaran", contó la venezolana.
Tras su liberación, la familia se dirigió al refugio canino para recuperar a Max. Pero en el refugio les dijeron que habían entregado a Max a un hombre que decía ser pariente de la familia, quien resultó ser un compañero de viaje que aceptó devolverles al perro.
Con ayuda de una organización, la familia fue trasladada a Nueva York desde Texas, pero no pudieron quedare en el refugio que les indicaban, porque solo recibían a víctimas de violencia domestica. Sin embargo, un residente les permitió dormir en su camioneta por esa noche.
La familia ahora vive en un refugio en Bushwick, Brooklyn. Y aunque finalmente tienen un lugar para dormir, no poseen permiso para trabajar hasta su próxima cita en la corte en octubre de 2023: Ese día sabrán si les han dado permiso para trabajar de forma regular.
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