Bogotá.- San Valentín es una época especial para el sector floricultor de Colombia, desde donde se exportan millones flores a más de 100 países. Hoy en día ya no son cosechas que surgen solo a manos de colombianos, sino de los venezolanos migrantes.
La celebración de San Valentín representa el 15 % de las exportaciones anuales de flores de Colombia, que ascienden a 5.700 millones de tallos destinados principalmente a Estados Unidos, Japón, Canadá y Países Bajos, según la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolflores).
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Entre enero y febrero de 2022, periodo que abarca el día de San Valentín, Colombia exportó cerca de 890 millones de flores, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), lo que genera miles de empleos y millones de dólares en divisas para el país.
Migrantes en los invernaderos
Jennifer Hernández es una de las cerca de 40 trabajadoras venezolanas que se mueven entre las «camas» de claveles del módulo 4a de «Flores La Aldea», un cultivo ubicado en Sesquilé, municipio próximo a Bogotá.
Enfundada en un traje marrón claro cuyas mangas dejan ver unos guantes teñidos por la cascarilla de arroz que constituye el sustrato de las más de 38 variedades de claveles de la hacienda, Hernández, oriunda de Maracaibo, celebra la formalidad laboral que esta empresa le brindó hace ocho meses.
En este sentido, Asocolflores señala que el sector genera anualmente 200.000 empleos directos e indirectos. El 60 % de los directos está ocupados por mujeres, en su mayoría cabeza de familia.
Por su parte, el encargado de nuevos proyectos y desarrollo de infraestructura de la finca, Fernando Peña, explica a EFE que la formalidad laboral es algo fundamental para obtener sellos nacionales e internacionales como «Rainforest» o «Global Gap» que les permiten entrar en mercados como el japonés o el británico.
«Cuando tú estás regulado por unos sellos cuya principal función es la parte social, laboral y humana, y el Gobierno dice ‘los señores venezolanos están normalizados’, ¿cuál es el problema (en contratarlos)? Tenemos que ayudar porque si no ayudamos los empresarios ¿quién ayuda?», agrega Peña.
Proceso de adaptación
Maestra y amante de la cocina, Hernández llegó a Colombia hace ocho años, después de que en su ciudad comenzaron a «cerrar las empresas de hotelería y ferias de comida»; «los turistas dejaron de llegar» y los negocios «empezaron a liquidar a las personas».
«Se desvanece todo porque hay que dejarlo todo y vender para poderse estabilizar uno acá», lamentó la nueva floricultora.
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Aunque Hernández asegura que «esta empresa es buena» empleadora, coincide con su compañera Militza Ríos en que se trata de un trabajo «muy duro» donde la jornada de ocho horas se hace de pie y caminando entre las camas, cortando las flores y midiendo los tallos para adecuarlos a las longitudes «estándar» (más corto), «fancy» (mediano) o «selecto» (más largo).
«A mí, al principio, me pegó duro. Yo decía ¿Dios mío por qué me tocó esta vida a mí aquí? Luego le fui poniendo el amor y el interés y me fue gustando», relata Ríos como trabajadora de la finca desde hace más de dos años.
Convencida de que le gusta su empleo, Ríos asegura que este oficio que acoge y brinda estabilidad a cientos de migrantes venezolanos, incluso supone para ella una terapia y desahogo en la medida en que conversa con las flores.
Industria insostenible
En un predio de 17 hectáreas con dos proyectos de energía solar de 96 y 38 kilovatios que cubren el 75 % de sus necesidades, un programa de reutilización del agua lluvia y decenas de bloques en distintas fases del proceso de crecimiento de los claveles, la importancia de los empleados de mantenimiento, también es fundamental para lograr la máxima calidad del producto.
Es en esta área en el que William Calles, natural del estado de Zulia, se emplea desde hace tres meses y tras haber pasado por otros sectores como la construcción.
«Salimos a emigrar de nuestro país y, gracias a las flores, podemos ayudar a nuestras familias y mantener una estabilidad», puntualizó Calles, agradecido por las oportunidades que les brinda una industria que cada febrero le lleva a los enamorados del mundo millones de claveles, rosas, crisantemos o astromelias, reconocidos por su calidad, durabilidad y belleza. EFE