Caracas.- Según datos de la Agencia para Refugiados de la ONU (Acnur), El Caribe registra casi 200.000 migrantes y refugiados de nacionalidad venezolana y para muchas de estas personas, regularizar su estatus en sus países receptores ha sido su mayor reto, en especial en medio de la pandemia por COVID-19.
Aruba y Curazao albergan a 17.000 venezolanos cada uno, y muchos de estos migrantes buscan reconstruir sus vidas y contribuir a sus comunidades de acogida, con emprendimientos y oportunidades de empleo. Sin embargo, su situación migratoria irregular les aporta un limitado acceso a salud y seguridad social.
Acnur recogió seis historias de migrantes venezolanos en Curazao, quienes en el anonimato, decidieron contar sus historias para dar a demostrar que pueden ser colaboradores para el crecimiento de sus países receptores.
Trabajar por la familia
Wallix estudiaba Ingeniería en Telecomunicaciones en Venezuela, pero los dejó cuando decidió irse a Curazao donde la recibieron familiares que ya se encontraban en la isla caribeña con la esperanza de trabajar para tener un mejor futuro, pero durante tres años la tarea más dificil ha sido encontrar trabajo debido a su estatus migratorio.
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«Tres años de lucha. Muchos rechazos. Ningún trabajo. A menudo nos pagan menos. Muchas veces, los dueños de negocios han querido contratarme, pero no lo hacen una vez se enteran de que estoy en un estatus irregular (…) Ahora trabajo en el mismo campo – telecomunicaciones -, bueno, solía trabajar en el mismo campo porque no he trabajado desde el coronavirus«, cuenta la venezolana que actualmente cuenta con el ingreso de su hermano, quien si ha logrado trabajar durante la pandemia.
Mateus, quien ejercía como policía en Venezuela, llegó a Curazao y tras un tiempo trabajando logró llevar a su esposa e hija a la isla. «Cuatro días después de que aterrizaron, fui arrestado y deportado (…) Después de un mes de vivir como un mendigo, subí a un bote a motor que iba a Curazao. Pasamos 18 horas en el mar«.
El hombre expresa que le gustaría que las personas de Curazao ayudaran un poco más a los venezolanos y que su familia ha tenido suerte de encontrar a personas amables como su casero y su jefe. «Mis documentos aquí se están procesando, y llevo un documento conmigo en todo momento que dice que no puedo ser deportado; tengo seis personas en casa que dependen de mí y de los ingresos que obtengo».
Anabel viajó en bote a Curazao junto a su hermano, y al llegar a la costa fue detenida con el grupo de migrantes. «Lloré todo el tiempo y no podía dormir, porque nunca antes había estado en la cárcel. Luego nos dejaron ir y tuvimos que presentarnos en la comisaría para firmar un formulario, para demostrar que todavía estábamos aquí».
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Pese a que no es usual que las mujeres hagan trabajos pesados, Anabel consiguió un trabajo en una finca con le cual logra enviar dinero a sus tres hijas en Venezuela; pero perdió un bebé debido a que no sabía que estaba embarazada. «Cuando vine aquí, no sabía que estaba embarazada. Una mañana, aproximadamente 2 meses después de llegar aquí, me levanto por la mañana para ir a trabajar y siento la humedad. Mi hijo tenía 36 semanas».
«Quiero que mis hijos coman bien»
Carlos, oriundo de Barquisimeto, Lara, llegó de manera irregular a Curazao al abordar un bote de madera que llevaba a más pasajeros en un viaje de nueve horas. «He arriesgado mi vida tres veces para venir aquí. Siempre sobrecargados con demasiados pasajeros (…) Estuve vomitando todo el viaje».
El larense se encuentra buscando fuentes de ingreso en la isla junto a su esposa mientras su madre cuida a sus dos hijos en Venezuela. «Quiero que mis hijos coman bien. Cuando estaba trabajando, enviaba dinero cada vez que me pagaban», cuenta Carlos quien antes de la pandemia estuvo trabajando en el área de construcción. Su meta es abrir un pequeño mercado en Barquisimeto para llevar una vida normal.
Por su parte, Andreina, de 32 años, llegó a Curazao en 2016 con planes vacacionales pero decidió quedarse para trabajar y buscar la manera de surgir en la isla; ahora sueña con poder llevar a su hijo que se encuentra en Venezuela. «Sueño con tener un permiso para vivir aquí en la isla, pero con mi hijo. Ese es mi sueño y mi objetivo. No importa cuáles sean las circunstancias, quiero poder tener a mi hijo aquí».
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Andreina logró trabajar como manicurista, lo cual le dio dinero suficiente para alquilar una habitación, pero al llegar la pandemia su trabajo se vio afectado. «Sabía de la clínica Salú Pa Tur, apoyada por Acnur, así que apliqué para los paquetes de comida desde el comienzo del confinamiento. Vivo sola y estos paquetes me han ayudado inmensamente».
Ana, quien tiene ocho meses de embarazo, vive con miedo a que su esposo y ella sean deportados debido a su estatus migratorio. «Estoy en casa todo el día y todas las mañanas cuando mi esposo se va a trabajar, me preocupa si volverá a casa por la noche o si lo atraparán y deportarán. Es muy estresante».
La venezolana y su pareja pasaron por momentos difíciles cuando comenzó el confinamiento, puesto que ambos se habían quedado sin empleo y el casero los amenazó para que desalojaran. «Mi esposo acaba de comenzar a trabajar nuevamente. Quiere ganar más ahora, para pagar el alquiler adeudado. El dueño sigue viniendo para recordarnos que el alquiler se debe todo el tiempo. Pero hemos conocido personas que han sido amables con nosotros en la isla».
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