Por: Gregorio Rodríguez
Mi humilde opinión sobre la marcha del 1 de mayo de 2022, donde el gran convocante fue la patronal y el más alto gobierno, haciendo aún más invisible a la dirigencia sindical inerte o ya en posición de tierra arrasada, es que esta marcha política fue, sin duda, la antítesis de las marchas obreras en Venezuela en toda su historia para conmemorar el Día internacional de los Trabajadores. Esa movilización fue contra natura, como ya se ha anunciado. No conmemoró, sino que festejó, como si hubiese alguna razón para estar feliz con la calamidad social que sufrimos los trabajadores.
Esta marcha no la convocaron los trabajadores, sino la patronal, los jefes de gobierno y los jefes de las instituciones y empresas del estado, el mismo patrono que ofrece salarios miserables de hambre, y se apodera de la plusvalía que produce el trabajador, y lo pone a tener una mísera y precaria calidad de vida que le priva de los más elementales medios materiales para el bienestar y supervivencia humana. Es el mismo patrono que cuando le da la gana proscribe los sindicatos, en complicidad con el Ministerio del trabajo.
Es sumamente inquietante la docilidad con que los trabajadores parecen empeñar nuestra condición de clase trabajadora, desnaturalizando la esencia de la conmemoración de tan histórica fecha: el Día internacional del trabajador se rinde tributo y honor a quienes ofrendaron sus vidas en la revuelta de Chicago al exigir jornadas de 8 horas diarias de trabajo, razón por lo cual fueron ejecutados bestialmente sin compasión por un estado que no perdonó la rebeldía de los oprimidos.
Ni los adecos ni los copeyanos, en sus mejores momentos, fueron tan osados; no se atrevieron a tanto o por lo menos lo disimulaban. Guardaban las apariencias y dejaban el tema de organización de la clase obrera a los trabajadores, convocatoria que siempre le fue dejada sin visible intromisión a las federaciones, confederaciones, uniones y centrales de trabajadores.
Lo que está sucediendo no es más que una réplica del monstruo de Frankenstein, una deformación política sindical. Carlos Marx se retorcería en su tumba si viese en lo que han convertido el glorioso movimiento obrero venezolano; cómo se abraza con la patronal que lo esquilma cada día, criminaliza su legítimo derecho a las protestas, utiliza su aparato represivo para perseguir a los líderes sindicales —genuinamente combativos, clasistas y revolucionarios— los despide y los jubila prematuramente.
La marcha del 1 de mayo debió exigir, enérgica y vigorosamente: la liberación de los 153 trabajadores presos, arbitraria e injustamente, en las cárceles de Venezuela; el cese de la criminalización de las protestas; el fiel cumplimiento de las leyes de la seguridad social; la eliminación del memorándum 2792; el derecho a discutir convenciones colectivas de trabajo, la reincorporación a sus puestos de todos los trabajadores con orden de reenganche; el derecho a exigir vigorosamente salarios dignos; el cese de la corrupción en las empresas del estado.
En materia de salud y de beneficios laborales, es una fecha para reclamar además: la reactivación del Sicoprosa, ente que gerenciaba el servicio médico de los trabajadores, activos y jubilados, de la empresa petrolera; la restitución del fondo de pensiones de estos trabajadores y el pago de los haberes del fondo de pensiones a los jubilados; el respeto a la libertad y el respeto a la autonomía sindical y exigir a quienes manejan la Central Bolivariana Socialista de los Trabajadores (CBST), de la Federación Unitaria de los trabajadores del Petróleo de Venezuela (FUTPV) y sus sindicatos de base afiliados, a elecciones libres, directas y secretas.
GREGORIO RODRÍGUEZ | @gregorioer
Dirigente nacional petrolero en oriente y representante del Movimiento Clasista la Jornada
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