Faltaba poco para la medianoche. Era viernes cuando un clic llevó a la pantalla del teléfono la figura de un hombre con una franela celeste colocada de prisa, según se denota del hecho de que la prenda estaba al revés. Hablaba a la cámara, con la voz entrecortada por el ventarrón que subía desde el estómago.
Era Koddy Campos, defensor de los derechos de la comunidad Lgbtiq+ venezolana, quien denunciaba a través de Instagram el intento de allanamiento de su casa por parte de unos presuntos funcionarios policiales.
Los hombres se identificaron como miembros de la Dirección de Inteligencia Estratégica (DIE), pero no tenían nombres ni apellidos que se dejaran ver por el agredido, ni rostros, porque usaban pasamontañas, ni una orden de allanamiento o captura en contra del activista social, pues nunca la mostraron.
La escena reúne al menos dos hechos muy simbólicos, entre otros, que el amenazado fue en el pasado chavista y que su vivienda está ubicada en sector La Vega en Caracas, una zona hasta ahora identificada como parte de la base social del Nicolás Maduro, pero que se le volteó.
En estos momentos no podemos hablar con Koddy. No sabemos dónde está. Ignoramos si se encuentra libre y a buen resguardo, o ya -Dios quiera que no- lo atraparon y lo enviaron a las mazmorras de la represión de Maduro, el gobernante en curso hasta el 10 de enero de 2025, quien hoy se vanagloria por su récord de 2.000 detenidos en menos de 15 días.
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Por lo que dijo en un breve momento en la transmisión, Koddy recordó el video de María Oropeza, dirigente de Vente Venezuela, quien el martes 6 de agosto fue apresada, secuestrada, sacada de su casa en el estado llanero, luego de que funcionarios de inteligencia, bajo las órdenes de una comisaría, tumbaron la puerta la vivienda. Todo eso quedó grabado, incluido la orden de la oficial a cargo: “rapidito y colabore". Todo quedó como un testimonio de la violación de DD. HH., también el video en tono burlón que luego difundió la Dirección General de Contra Inteligencia Militar (Dgcim) el 8 de agosto. Todo servirá para denunciar a las autoridades y funcionarios que actuaron ante las instancias internacionales, al igual que el caso del viernes en la noche.
Esta vez, el relato de Koddy llegó a casi 9.000 personas que se conectaron a la transmisión. Fue como la proyección de una película en una sala de cine. Pero la de Koddy superó la audiencia que cabe en la sala de cine más grande del mundo ubicada en Corea del Sur, con capacidad para 6.000 espectadores.
Sin embargo, no es un film cualquiera. No es ficción ni una pieza cinematográfica basada en hechos reales. Se trata de una cátedra de defensa de los DD. HH. en streaming, en la que participaron periodistas como Vladimir Villegas, a quien Koddy llamó como amigo para que lo apoyara en directo en esos momentos de angustia. También se conectaron artistas, influencers, organizaciones como Provea, y dirigentes políticos como Delsa Solórzano y María Corina Machado, quien pidió a los vecinos de La Vega ayudar al activista de la comunidad Lgbtiq+. Casi todos le decíamos que no saliera de su casa y le recordamos el artículo 47 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Artículo 47: El hogar doméstico es inviolable. Ninguna otra entrada o registro podrá efectuarse en él sin el consentimiento de la persona que lo habite o sin la orden de un tribunal competente, salvo que se trate de flagrante delito. Las violaciones a este artículo serán sancionadas conforme a la ley… Este artículo protege el derecho a la privacidad y a la inviolabilidad del hogar, estableciendo que cualquier entrada o registro en un domicilio requiere el consentimiento del residente o una orden judicial, excepto en casos de delito flagrante.
Koddy, antes de finalizar la transmisión, nos brindó una última escena, una que nos recuerda la prisa de los judíos cuando intentaban escapar de los nazis o de los delatores y colaboradores del nazismo en Alemania, Austria, Polonia o Francia.
En cámara relató cómo se preparaba para escapar, mientras del otro lado le decíamos por texto que se diera prisa, como si hubiéramos visto en otra toma las motos subiendo por las calles de La Vega, como si viéramos los carros negros con la esvástica trepando por los cerros.
Arreglaba su maleta para huir, porque los colectivos, civiles armados al servicio del oficialismo, estaban por llegar y aseguraba que ese sería el final de su vida, porque esos “van a llegar a caerle a tiro a mi casa y no quiero exponer a mis vecinos".
Lo último que vimos fue su cara que parecía la de un corredor tras terminar un maratón, aunque no sudaba la franela azul que se puso a prisa para aparecer en un directo en el que dio una lección de defensa de DD. HH.
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