COVID-19, evolución y perspectiva para 2021, sigue el reto

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Por su propia naturaleza, una pandemia enseña
que nadie debe quedarse atrás
y que nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo

Michelle Bachelet

Por: Alicia Ponte-Sucre

A medida que la pandemia se extendió hasta diciembre, unos nueve meses desde que fue declarada como tal por la OMS en marzo de 2020, la supervivencia de los pacientes en todo el mundo pareciera haber aumentado. Los investigadores escudriñan los datos a fin de comprender si realmente las tasas de muerte por COVID-19 son menores. De ser cierto, este resultado sugiere que las herramientas y las estrategias de tratamiento utilizadas han aumentado y son más acertadas. Pero cuánto de esta mejoría depende de una mejor organización a nivel hospitalario, y cuánto de los medicamentos, es debatible y las perspectivas a futuro son muy retadoras aun.

Este preámbulo nos prepara para pasear nuestra mirada por varios términos e invitarnos a reflexionar qué sentimos al leerlos en esta situación de pandemia: incertidumbre, miedo, riesgo, vulnerabilidad; compasión, empatía, esperanza, salud; ciudadanía responsable, modelo de vida, salud pública. Estos vocablos están asociados a lo que hemos vivido en estos tiempos y nos permiten convencernos de que el COVID-19, más que una enfermedad desde el punto de vista físico y biológico, es una situación global muy compleja que solo puede resolverse con medidas desde múltiples escenarios a corto, mediano y largo plazo.

De hecho, al comienzo de la pandemia la incertidumbre ocupaba todos los espacios de nuestros pensamientos y, simultáneamente, las decisiones a tomar, junto a sus inevitables consecuencias, generaban temor a equivocarnos de estrategia. Pero cada vida es una historia de supervivencia, de experiencias resueltas con sabiduría a cada instante y que, a pesar de la incertidumbre que nos llena, sobrevivimos y triunfamos.

Estamos perplejos, por una experiencia continuada que impide una respuesta rápida y fluida a la llegada del SARS-CoV-2. Un virus, una “cosa", ¿está vivo? ¿está muerto? No puede reproducirse solo; entra en nuestras células, secuestra su maquinaria y se replica. Ha trastocado nuestro mundo, ese que desde hace 100 años dábamos por sentado. No sabíamos casi nada de él y hemos aprendido mucho sobre el SARS-CoV-2, pero aún falta mucho más. Especialmente porque nos preguntamos a diario cuáles  son las estrategias adecuadas para combatir y prevenir la pandemia, sin sacrificar la economía mundial.

El SARS-CoV-2 parece que se ha coronado como emperador del mundo y queremos demostrarle que no somos tan frágiles. Se plantean formidables discusiones sobre los riesgos de clausurar o no la economía, cuándo reabrirla, cómo afrontar el reto y sus consecuencias. Pero pasan los días y los meses y la realidad se nos presenta descarnada; las amenazas del coronavirus son contundentes y llegaron para quedarse por largo tiempo.

Hemos aprendido, por ejemplo, que el COVID-19 no tiene una historia simple. Que hay dos categorías de enfermedad interactuando en cada población específica: las infecciones con síndromes respiratorios severos definidas por la infección con el coronavirus, y un conjunto de enfermedades de categoría “no comunicables". Este segundo conjunto de enfermedades se presenta en muchas áreas geográficas en un contexto de disparidad social y económica que exacerba los efectos adversos de cada enfermedad por sí misma. Hemos aprendido también acerca de los problemas de salud experimentados a mediano y largo plazo por los sobrevivientes de COVID-19 luego de ser dados de alta en los hospitales. Hay fatiga, dolores de articulaciones, problemas respiratorios, estrés postraumático, depresión y ansiedad, disminución general de la calidad de vida y un sinnúmero adicional aún por describir.


Estos vocablos están asociados a lo que hemos vivido en estos tiempos y nos permiten convencernos de que el COVID-19, más que una enfermedad desde el punto de vista físico y biológico, es una situación global muy compleja que solo puede resolverse con medidas desde múltiples escenarios a corto, mediano y largo plazo

Alicia Ponte-Sucre

En medio de todo esto necesitamos con urgencia retomar nuestra vida diaria, y al creer que podemos hacerlo soslayamos el peligro de los riesgos que conlleva volver a una cotidianidad como la que teníamos antes de la pandemia. La rutina diaria está profundamente alterada para todos debido a la cuarentena y a las medidas de distanciamiento físico imprescindibles frente al riesgo de la pandemia. La interacción persona a persona, abrazar a un amigo, hablar cara a cara, socializar libremente y hasta viajar, son lujos que no podemos darnos. Antes de la pandemia nuestro entorno tenía un sentido, estábamos conectados física y emocionalmente a otros. Incluso estar enfermo era otra cosa.

La conclusión parece ser que nuestro mundo, con normas de interacción establecidas y “seguras", desapareció. Queda la certeza de no saber qué hacer y cómo interactuar con otras personas en este contexto. Nuestras expectativas están sometidas al reto del distanciamiento físico en especial, mas no exclusivamente, en los espacios públicos. Actuar como lo hacíamos, bajo el contexto actual puede traducirse en incomodidad, ansiedad, vulnerabilidad y especialmente riesgo. Pero necesitamos disfrutar las narrativas a través de las cuales interpretamos nuestras vidas, observar cómo manejamos nuestras emociones, percibir si anticipamos el futuro con esperanza o con fatalismo.

Sabemos que cambios de conducta en relación al distanciamiento físico han tenido efectos contundentes en el crecimiento exponencial (o abatimiento) de casos en cada región; hay modelos que sugieren que el uso de mascarillas a nivel mundial podría salvar más vidas que las medidas terapéuticas en los próximos meses. Esto pareciera querer decir que la adherencia a las medidas de distanciamiento tiene una gran incidencia en la prevención de nuevos casos de COVID-19.

Una conclusión contundente es que esta crisis global de vida va más allá de lo biológico y lo médico y tiene un contexto social ineludible. ¿Por qué? Porque la avalancha de inequidades que nos agobiaban se ha hecho aún más compleja. De hecho, se estima que unos 231 millones de personas, sólo en América Latina, viven en la pobreza desde finales de 2020, alcanzando un nivel que no se veía desde hace unos 15 años atrás. Los países de América Latina se cuentan entre los que tienen en el mundo las más devastadoras inequidades de ingreso de las personas y se predice que esto puede empeorar. Mas no podemos quedarnos paralizados, estamos obligados a transformar esta dramática alteración de nuestra cotidianidad y de nuestra región en la oportunidad de analizar los aspectos invariables de la experiencia humana, especialmente porque los virus no discriminan y todos estamos en riesgo. Tenemos que actuar en consecuencia.


El SARS-CoV-2 parece que se ha coronado como emperador del mundo y queremos demostrarle que no somos tan frágiles. Se plantean formidables discusiones sobre los riesgos de clausurar o no la economía, cuándo reabrirla, cómo afrontar el reto y sus consecuencias

Alicia Ponte-Sucre

Todos coincidimos en que los espacios de pandemia se caracterizan por sospecha, inseguridad y dudas: el aire que respiramos, las superficies que tocamos, los extraños e incluso conocidos (incluyendo familiares) que se nos acercan; todos pueden ser fuente de daño. Pero debemos por encima de todo no escudarnos en comportamientos poco empáticos o poco solidarios. Ese tipo de actitud no resuelve los retos que enfrentamos.

Nuestra obligación es convertirnos en ciudadanos capaces de entender si las acciones tomadas son adecuadas para enfrentar este o cualquier reto que se presente y exigir otras acciones en caso contrario. La epidemia y la crisis económica son problemas globales. Ser ciudadanos capaces de tomar decisiones correctas es un pasaporte a conservar nuestra libertad individual como ciudadanos saludables y nuestra independencia y armonía como naciones. Salir de la crisis de la COVID-19 significa encontrar un modelo de vida que contemple salud para todos y no un exceso de causas de muerte para algunos, usualmente los más vulnerables. La biografía de quienes han vivido y fallecido con el COVID-19 debe importarnos a todos.

Minimizar las disparidades de salud y las inequidades sociales es justo y conveniente a la luz del hecho incontestable de que el siglo XXI es el siglo de las pandemias. Por ejemplo, sólo hablando de Ébola y coronavirus (SARS, MERS y ahora COVID-19) hemos tenido unas 17 epidemias desde 1970 hasta los momentos. Por ello, debemos atender la situación más global que la referida estrictamente a esta pandemia. Somos protagonistas y actores de los resultados finales. Solo si las inequidades estructurales de la sociedad disminuyen, las comunidades serán capaces de protegerse de epidemias futuras y la salud de la población logrará las mejoras deseables (12).


Salir de la crisis de la COVID-19 significa encontrar un modelo de vida que contemple salud para todos y no un exceso de causas de muerte para algunos, usualmente los más vulnerables

Alicia Ponte-Sucre

Por ello: (a) La educación en salud pública es un elemento primordial a apuntalar. Cada quien debe ser copartícipe y responsable en esta labor. Somos responsables de ayudar a empoderar a otras personas con herramientas que les permitan recuperar parte de esa normalidad perdida; (b) Hay que comunicar claramente la epidemiología y los riesgos del COVID-19 e implementar medidas de prevención basadas en principios de salud adecuados. Necesitamos lograr que la incertidumbre, ilustrada por la severidad clínica de la enfermedad, la transmisión y la infección y por lo cerca o lejos que estamos de opciones de tratamiento adecuadas, sean comprendidas acertadamente por la población general; (c) Un compromiso impostergable para toda la sociedad es contribuir activamente a minimizar la disrupción social, el estigma y el impacto económico de la pandemia. 

Lógicamente hay cosas que se escapan del ámbito al cual como ciudadanos podemos aspirar. Por ejemplo, el fortalecimiento de las capacidades de salud pública de los países requiere concretar acciones concertadas a niveles de organización superiores, dada nuestra vulnerabilidad a los patógenos y, en el caso venezolano, a nuestra fragilidad particular como país. Han sido descritos elementos básicos de salud pública a implementarse en situaciones como las que vivimos, y debemos revisarlos detalladamente para constatar que son sencillos, concisos y efectivos.

Cada quien debe consolidar y preservar la memoria de lo vivido, con miras al futuro cercano y lejano, en honor a los fallecidos, al personal de salud, a nuestros vecinos y a cada habitante de esta aldea global, pero en especial a los niños. Insisto en los niños, porque ellos no son la cara frontal de la crisis, pero pudieran ser víctimas encubiertas debido a los efectos indirectos de la pandemia sobre costumbres de higiene y educación e impacto socioeconómico familiar. Los niños están afectados por la situación, y las medidas implementadas de mitigación podrían causar más daño que beneficio.

Decálogo frente a la COVID-19

Recuerda, compórtate como si estuvieras enfermo y cuida a quienes estén a tu alrededor, vive como quisieras morir y cuídate de los demás como si estuvieran enfermos, aunque no lo estén, así los cuidas tú a ellos. Para eso debemos:

1. Contribuir con la salud de la comunidad. Esta pandemia es un asunto que compete a todos los ciudadanos.

2. Emitir mensajes educativos concisos, sencillos y continuos.

3. Prepararnos y cuidarnos puesto que somos el país de América con menos herramientas para afrontar la crisis.

4. Recordar que el comportamiento individual es fundamental, debemos entender que si asumimos riesgos los asumimos de forma personal.

5. Educar en intuición y percepción de riesgos y no asumir conductas ligeras frente a los riesgos ocultos o difíciles de detectar.

6. Mantener estrategias de prevención y asumir conductas de largo aliento, como el uso de la mascarilla.

7. Emitir medidas precisas y concisas y seguir las directrices de los organismos competentes.

8. Asumir que la transmisión no sólo es posible con extraños, los familiares o amigos también pueden ser contagiosos.

9. Fomentar la resiliencia puesto que la cuarentena radical por mucho tiempo afecta la psicología de la persona y por agotamiento resulta en la relajación de las medidas.

10. Implementar medidas selectivas, idóneas y racionalizadas por localidad.


ALICIA PONTE-SUCRE |

Investigadora científica, profesora emérita de la Facultad  de Medicina de la Universidad Central de Venezuela y miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.

El Pitazo no se hace responsable ni suscribe las opiniones expresadas en este artículo.

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