Es realmente noble —como los golpes de un buen boxeador— la crisis que vive la oposición venezolana. Sin rumbo ni orden ni concierto, la crisis opositora entra en una nueva etapa. Ya resulta crónica por ser de larga data. A la postre contribuye con la continuidad de la dictadura. La crisis venezolana, el agotamiento del régimen, su debilidad, no son atendidas de una manera coherente. Se desaprovechan las oportunidades. Es que no basta con la intención. Hay que saber hacerlo.
No solo se trata de las carencias políticas, que se reflejan en la indefinición de una estrategia para salir de la dictadura, sino que el sectarismo la consume de manera clara. A la falta de rumbo se une una discordia cuyo asiento principal lo encontramos en las apetencias mezquinas de los factores políticos de mayor capacidad financiera y, por ende, de mayor propagación de sus símbolos y con algo de estructura organizativa. Esto los lleva a convertirse en “dueños" de la oposición, con derecho a imponer las reglas de juego y una que otra orientación, aunque esta sea de poco vuelo e incoherente.
Luego, desgastada por sus fuegos internos, no cuentan esos patronos con la majestad como para nuclear y dirigir el inconmensurable descontento de la gente. Eventualmente lanzan una que otra adecuación política, orientados por un importado pragmatismo en boga.
La crisis y el 21-N
Esta nueva crisis surge a partir de la cuestión electoral. Aparece con mayor profundidad y virulencia. Se propaga a buena parte de los estados del país. Es que el llamado G-4 se apodera de la plataforma y frena todo lo que desde allí se venía produciendo, con miras al diseño de una estrategia y tácticas para el momento. Impone una política electoral a su medida. Las imposiciones del G-4 en la materia han provocado, por decir lo menos, una desbandada de los factores políticos de la plataforma distintos de ellos. Es que los mandatos cargados de sectarismo son tan generalizados que no dejan espacios para buena parte de los factores políticos y sociales de la plataforma.
Uno de los principales problemas de la unidad —desde el inicio de las luchas contra el chavismo— es el sectarismo y las posiciones hegemonistas. Eso le ha restado grandes potencialidades a la unidad opositora. Pero ese cáncer ha alcanzado tal grado en la cuestión electoral que excluye muchas de las fuerzas de la unidad opositora y privilegia de manera casi exclusiva a los candidatos del G-4. Todo ello se establece sin parámetro cuantitativo alguno. Recordemos que no se conoce la votación de los partidos desde hace bastante rato a raíz del despojo que hace el Gobierno de las tarjetas de buena parte de los partidos para otorgarla a tarifados suyos.
La unidad como principio
Necesario es decir algunas cosas acerca de este asunto. La unidad debe considerarse como un principio fundamental de la política. Si va acompañado de un sentido ético, se hace más coherente y eficaz. Es una de las cuestiones propias de la doctrina para la transformación social. De tal manera que debe ser establecida, en primer lugar, la definición clara del enemigo principal en torno del cual se deben nuclear las fuerzas a él opuestas. Luego, supeditar a ese objetivo los intereses particulares se convierte en un principio ético.
Posteriormente, para alcanzar tal nucleamiento se deben crear espacios de debate y participación democráticos para la toma de decisiones. Resulta un contrasentido, de cara a la unidad, la creación de instancias reducidas de naturaleza censitaria, que anulan la democracia en el interior. Además, a propósito de la cuestión electoral, se debió integrar a los distintos factores mediante candidaturas que los representen en todos los estados. Por el contrario, partiendo de la disposición de recursos, que no de votos, el G-4 los deja por fuera.
Parece mucho pedir que los principales factores de la oposición comprendan este asunto de la unidad. Mucho menos que puedan ubicar los elementos doctrinarios antes mencionados. Por lo mínimo deberían contar con un mejor espíritu práctico que los pueda beneficiar, en el sentido de que mientras más espacios a los factores diversos, más potencialidades adquiere la oposición. Si es a la inversa, se debilita. Es que el sectarismo reblandece. En vez de sumar, resta. Abonando a favor del enemigo principal, en nuestro caso la dictadura chavista de Maduro. A su vez, resta fuerzas para alcanzar el objetivo estratégico de desalojarlo del poder.
El hegemonismo, parte del sectarismo, es igual de dañino. Para colmo, no es proveniente del resultado de la eficacia política producto de iniciativas que apuntalan la organización popular en sus luchas por sus derechos y el debilitamiento de la dictadura. Es un hegemonismo pecuniario.
La unidad también supone identificar al pueblo en la urgencia de salir de la dictadura. Condición que, mucho menos, han podido entender los del G-4. Es más, como buena parte de los partidos de la oposición, guardan identificación con las relaciones de producción imperantes, de allí su naturaleza; no lo pueden entender.
Eso de que la mayoría de los venezolanos son pobres, mucho más ahora, dada la profunda crisis creada por el chavismo, parece no ser percibido por estos factores políticos. La mayoría de la población venezolana está conformada por trabajadores de la ciudad y del campo; obreros de las fábricas; trabajadores agrícolas y de la pesca; por maestros y profesores; médicos, enfermeras y trabajadores de los centros de salud. Los soldados de todas las fuerzas también provienen de los sectores populares. Luego, esas mayorías, para ser unidas en torno de la idea estratégica de salir de la dictadura, demandan de un mensaje que los atraiga y les brinde confianza.
Eso supone una oferta y un compromiso con un programa político que contenga ideas avanzadas en materia salarial y de empleo. Que defina un proyecto de desarrollo agrícola e industrial hasta alcanzar la soberanía. Que garantice los servicios públicos. Respeto y profundización de los derechos gratuitos de educación y salud. Que implante el principio de que lo obtenido por la venta del crudo y la minería, así como el ahorro social alcanzado, deben ser destinados a la inversión productiva. Que no engañe a los venezolanos con eso de que el futuro debe descansar en una deuda impagable.
Poner en práctica una política bajo este sustento seguramente tendrá un efecto inmediato que convertirá a la fuerza opositora en un huracán que arrasará con los cimientos de la dictadura. De no hacerlo, la oposición seguirá debilitándose como hasta ahora. Todo indica que se abren nuevos tiempos. Más difíciles desde el punto de vista político. Las luchas populares se pudiesen convertir en una determinación de la unidad. Eso puede ayudar. Parece que este asunto —una política de altura y con aliento histórico— no se puede dejar en manos de los políticos que se arrogan el derecho de dirigir con pocas ideas en el seso y muchos billetes en el bolsillo.
Carlos Hermoso es economista y doctor en ciencias sociales, profesor asociado de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político. @HermosoCarlosD
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