Por: Karina Monsalve
La muerte ha sido siempre motivo de incertidumbre para los seres humanos; aún cuando es lo más certero que tenemos. Nos preguntamos muchas veces cuándo y cómo pasaremos a otro plano. Los hechos acontecidos la semana pasada en el colegio Uvalde de Texas, donde murieron más de 19 víctimas inocentes, nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida, sobre cómo se enfrenta y cómo se supera un duelo ante una pérdida inesperada y tan traumática.
El dolor y sufrimiento de esos padres, causado por la pérdida del ser más amado, es una experiencia estresante, traumática y difícil de aceptar. El fallecimiento de un hijo parece relacionarse con lo más sagrado, incluso llega a ser innombrable, es decir, no tiene que ser nombrado evitando así que suceda lo más temido.
Quizás este carácter de inaceptable que tiene el fallecimiento de un hijo se relacione con la falta de nominación para tal situación. Ventura, escritora colombiana, inventó un término para definir la pérdida de un hijo “Alma mocha" (García, 2010), puesto que en lengua española no existe palabra que defina dicha condición humana. Sólo en el idioma hebreo existe una palabra que designa a la persona que ha perdido un hijo: “shjol". (Díaz y Rolla, 2006, p. 80)
La ley natural de la vida indica que son los hijos quienes deben despedir y dar sepultura a sus padres; pero, ¿qué sucede cuando el proceso es inverso y se altera dicho orden? Y más aún cómo es ese proceso de duelo cuando la muerte se da de manera repentina y violenta?
El duelo por muerte de un hijo es un duelo especial con características específicas que marca un antes y un después en la vida de sus padres, constituyendo un acontecimiento insoslayable.
Algunas características propias de este duelo especial son: el sentimiento de culpa, una duración más prolongada del proceso de duelo, dolor físico, como aquel dolor intenso que aparece frente al recuerdo del hijo/a que ya no está, y el carácter de insustituible que toma la persona fallecida.
La vida se paraliza, todo pierde su sentido, hay un enlentecimiento de todos los sentidos y, por tanto, del tiempo para elaborar dicho duelo. Todo ello debido a lo inimaginable, impensable y antinatural de la pérdida. El dolor es literalmente físico, un dolor que desgarra el alma y oprime el pecho, dolor que es incluso más intenso y duradero en el caso de la muerte de hijos jóvenes y adolescentes.
El duelo de por sí, constituye un proceso psicológico complejo para adaptarse a la nueva realidad, a la ausencia física de esa persona; constituye a su vez una experiencia única y personal para cada sujeto. El proceso de duelo depende de la personalidad del individuo y de la puesta en marcha de sus recursos psicológicos, sus fortalezas emocionales y sus relaciones con los demás.
Las sociedades del mundo se caracterizan por las formas de procesar ese pasaje de la vida a la muerte. Los rituales permitirán simbolizar lo sucedido; permitirán transitar el pasaje de lo vivido y darle un nuevo lugar a esa ausencia. La religión y la espiritualidad son, en muchos casos, el refugio para la encontrar la paz y poder continuar
Es claro que cada persona afrontará y elaborará el duelo de manera diferente, puesto que dicho proceso es absolutamente personal. El desafío para los padres en duelo es aprender a sobrellevar el dolor que la ausencia de sus hijos/as, ocasiona. El abordaje psicoterapéutico y el acompañamiento profesional y de los afectos más cercanos, ayudará también en ese recorrido.
KARINA MONSALVE | TW @karinakarinammq IG @psic.ka.monsalve
Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.
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