Por: Hugo Delgado Arévalo
¿Acaso los venezolanos recuerdan los casi 200 muertos provocados y justificados por la estructura del régimen (orden), durante las protestas registradas en la década pasada, sin que los culpables (incluyendo a quienes dieron la orden) paguen sus crímenes, y -a pesar de la impunidad- asumir que Venezuela está “normal"?
Es entendible que luego de 23 años, una sociedad agotada, devastada por sus males económicos, sociales y políticos y los efectos negativos de la pandemia china COVID-19, trate de ver una luz esperanzadora al final del túnel. Pero ese deseo —parece—, implica olvidar los desmanes cometidos por un régimen que ahora vende el éxito de una “revolución" que cimentó sus bases sobre la sangre de los venezolanos, el saqueo del “erario público", el éxodo devastador de más de 6 millones de personas, y la destrucción de su aparato productivo industrial y agropecuario, de su infraestructura física y de sus principales servicios de educación y salud en todos los niveles.
Revisar la actitud corrupta y genocida del régimen chavista, es un ejercicio mental que la sociedad debe realizar para construir una verdadera normalización. Necesariamente debe ver más allá de un régimen que solo dolarizó la vida del país, creó las condiciones de “una economía negra" y propició la importación de productos para superar el desabastecimiento, sin hacer mucho esfuerzo, y ahora intenta privatizar las empresas que él mismo destruyó, las cuales caerán en manos de inversionistas comprometidos con su revolución, facilitando la legalización de los capitales saqueados durante la bonanza petrolera que la favoreció y llenó las cuentas de los líderes chavistas –aliados con banqueros tradicionales-, en paraísos fiscales y los bancos de Suiza, Andorra, Luxemburgo, Hong Kong, del Caribe, Panamá y Estados Unidos de América (EUA).
Suficiente es leer y escuchar a los analistas económicos interesados en la “normalización" que egoístamente ven un futuro para sus negocios y no detallan cómo un país sin inversión financiera legal consigue aumentar su Producto Interno Bruto (PIB). Tampoco explican cómo ciertos sectores muestran números en verde, o cómo los estantes de los supermercados mágicamente se llenaron con productos importados libres de impuestos y, mucho menos, les interesan los casi 200 muertos de la época de las “güarimbas".
La historia light de Venezuela propicia el olvido, el cortoplacismo, la impunidad y el desinterés por los fundamentos de la soberanía. El país navega a la deriva, anárquico, corrupto, en un mar borrascoso con un capitán de barco que solo obedece a intereses extranjeros (Cuba, China, Rusia y ahora de EUA), sin pagar por sus pecados.
Demuestra que el orden establecido no sólo es producto de la fuerza, sino de las debilidades de la sociedad petrolera que permeó su alma en un sin valores que le impide “normalizarse", basando sus cambios en sus principios, su ética y su soberanía.
Esa historia light, auspiciada por un mundo de contradictorios valores, le permiten al régimen caminar con relativa tranquilidad. Hasta EE. UU. cayó en el encanto ya experimentado con la Cuba de los Castro, dejando a la democracia occidental en abierta vulnerabilidad, específicamente en una Latinoamérica ahora teñida de rojo, con resentimientos, desigualdades históricas e impunidades.
Pero este gran peligro no es novedoso. En la edición Hispanoamericana de marzo-abril 1990 de Military Review, el teniente Coronel del ejército de EE. UU., Jimmie Holt, advertía que luego de la derrota del modelo militar de la guerrilla cubana, los revolucionarios latinoamericanos orientaron su cambio de escenario de rural a urbano, desarrollando una estrategia que implicaba la organización política clandestina, agitación, disturbios civiles y terrorismo. ¿Acaso no se acentuaron en el continente estas acciones, financiadas abiertamente por el chavismo y el Foro de Sao Pablo, ante la mirada indiferente de los EUA y sus aliados?
También advertía sobre el peligro de la injerencia de la extinta Unión Soviética en Centroamérica y el Caribe, de la instauración de sistemas democráticos basados en estructuras de poder tradicionales y opresoras que limitaban el desarrollo social y económico. Décadas después, estas consecuencias son tratadas —por ejemplo— como temas de la Cumbre de las Américas realizada recientemente en Los Ángeles: inmigración y pobreza, violencia y seguridad y falta de oportunidades.
En esas secuelas tienen grandes responsabilidades las naciones líderes de Europa y EE. UU., esta última ahora trata de limitar el ingreso de desesperados caminantes que huyen hacia su territorio en busca del “sueño americano".
EE. UU. perdió la brújula estratégica, lo advertía Holt. Se le olvidó la importancia del Canal de Panamá y de la Cuenca del Caribe para garantizar —por ejemplo— sus ventajas en un conflicto en Europa como está ocurriendo con el ruso-ucraniano.
Ganar la voluntad en esta parte del mundo es y será clave para proteger sus intereses, pero en el caso Venezuela, ahora solo rigen compulsivamente los intereses petroleros, sin importar para nada la estabilidad democrática, el respeto a los derechos humanos y mucho menos desmontar la red de apoyo que mantiene el régimen para garantizar su orden.
Los intereses petroleros suplantaron los 200 muertos que sólo lloran los hogares en donde se siente su ausencia, porque la “Venezuela normal" sólo aspira ver la luz al final del túnel, no importa si para lograrlo tiene que pactar y garantizar la impunidad a la mafia que controla su fuerza y orden.
HUGO DELGADO A.| @hdelgado10
Periodista. Editor de medios impresos y asesor de comunicaciones y relaciones públicas.
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