Por: Marcos Hernández López
En el ocaso del siglo XX, América Latina pareció lograr la integración después de numerosos y diversos obstáculos que se lo impidieron. En este sentido, los avances logrados fueron extraordinarios. No obstante, hubo contrariedades que reprodujeron situaciones políticas e ideológicas que eran conocidas y que de algún modo contribuyeron a la compleja fragmentación. Los nuevos liderazgos regionales, a comienzos del siglo XXI, se transformaron en una fuente de cambio de la política latinoamericana. Esta realidad, de amplia repercusión política, modificó las relaciones de poder y por ejemplo Argentina fue uno de los países que más lo sintió en su dinámica política. Justamente a través de la magnitud que alcanzaron en su momento los liderazgos que adquirieron, Brasil y México emergieron como serias potencias políticas económicas regionales.
En el caso venezolano, tras 21 años en el gobierno, el chavismo alcanzó un grado de cohesión interna suficiente para concentrar fuerzas en torno al liderazgo que Hugo Chávez entregó a Nicolás Maduro. Asimismo, se logró la lealtad de las Fuerzas Armadas para blindar el proceso revolucionario, a través de su incorporación a la gestión gubernamental y perfeccionó los métodos de control sociopolítico de la población, neutralizando la independencia de las instituciones del Estado y estratégicamente dividiendo a la oposición política.
La Venezuela que dejó Hugo Chávez cuando murió el 5 de marzo en 2013, luego de 14 años en el poder, no atravesaba una crisis profunda en los planos económico y político, tampoco tenía marcados índices de pobreza general extrema, éxodo masivo de venezolanos ni sanciones económicas, tampoco estaba debilitada la legitimidad del Gobierno. Ocho años después, el país se ubica en las contrapuestas de aquel momento histórico. Nicolás Maduro, autodefinido como el «hijo» de Chávez, heredó el mando de la llamada revolución bolivariana e intentó modelar el estilo de su antecesor, con el tiempo terminó por configurar una nueva forma de gobernar que los propios chavistas originarios -en su mayoría- se desmarcan del actual mandatario nacional por ser el responsable directo de las crisis económica y humanitaria más graves de la historia reciente de Latinoamérica. Pese a las condiciones adversas, tanto en el plano económico como en el terreno político, Maduro ha podido unificarse en torno al propósito vital de controlar el poder y gobernar en minoría.
Tras la experiencia de su derrota en las elecciones parlamentarias de 2015, los estrategas del madurismo fueron conscientes de que habían perdido su hegemonía política y eran necesarios cambios en su estrategia de control social para conservar su base de apoyos estratégicos. Esta nueva estrategia apuntaba en el perfeccionamiento de los mecanismos de clientelismo político, tales como los programas sociales de subsidio al consumo y el Carnet de la Patria, un documento de identidad paralelo creado en 2017, indispensable para acceder a ciertas ayudas económicas, ahora a los Bonos de la Patria.
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Ya no hay eventos ni decisiones articuladas a las temáticas económicas y políticas que no sorprenden a la mayoría de los venezolanos y más si viene del gobierno Maduro. En la lucha diaria, emergen nuevos y viejos actores, realidad que conecta al análisis en la dinámica socio histórico de Venezuela. Si enfocamos la aguda crisis que transita el país, observamos que nuevamente se está fraguando una reconfigurada sociedad civil asociada a la crisis de credibilidad de las instituciones públicas por sus diversos nudos críticos, y al crecimiento de una reflexión moviéndose en el complejo existencialismo humano, derivándose una clara interpelación hacia la actual clase política en general, espacio terreno fértil para la antipolítica.
Diversos eventos se alinean a diario en todos los contextos regionales y locales, surgen nuevos rostros, realidad que tiene correspondencia con la energía positiva de estos nuevos actores sociales que vienen desafiando al gobierno de manera frontal. Los diversos estratos sociales se sienten molestos por el discurso y las siniestras prácticas hambreadoras de los revolucionarios para someter un pueblo noble y fiel a los ideales democráticos. Debemos valorar a la Iglesia, los jóvenes estudiantes, algunos sindicatos y líderes políticos nacionales, regionales y hasta municipales, nuevos actores de la sociedad civil, quienes elevan su voz apuntalados en su valor. Se debe dejar muy claro que las propuestas alternativas a una salida democrática no pueden apuntar en la pretensión de pactar el todo con Maduro e hipotecar posiciones y acabando los sueños que se crean en la ofensiva diaria por rescate de la democracia y la libertad; como tampoco seguir justificando la ilusión de un golpe de Estado como la salida más inmediata a la crisis venezolana.
La dinámica se inscribe en el entrelazamiento entre los nuevos actores y viejos actores será la reacción defensiva frente al avance del perverso proyecto neomarxista, totalizador de Nicolás Maduro. Venezuela vive una ola de aisladas protestas por falta de gasolina, gas, agua, luz, comida, hambre… además, la mayoría de los opositores exigen elecciones presidenciales. La gente está reflexiva, angustiada, agotada, sonámbula y sabe que el problema es el gobierno de Maduro.
Es innegable que Nicolás Maduro está débil, sin apoyo popular, más violento que nunca, embriagado de la sinrazón, llevándose por el medio de manera muy ruda a todos los principios de valores democráticos y de justicia, lo grave es que no piensa en el mañana que si existe y en su momento lógico el gobierno va a caer. Es un axioma los cambios en la política siempre serán inevitables, es decir, que todavía hay espacio suficiente para la fe y la esperanza en el cambio político 2021 y 2022.
MARCOS HERNÁNDEZ LÓPEZ | @Hercon44
Sociólogo, docente universitario | PhD Gestión de Procesos | CEO Consultora Estudios de Opinión.
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