Los tiempos que vivimos, sin duda, constituyen un reto para las familias y personas que trabajan con niños y adolescentes. El año pasado pudimos evidenciar como el maltrato físico, el abuso sexual y el acoso escolar se hizo presente en los medios de comunicación y en las denuncias ante las autoridades.
Se mantuvo otro frente de violencia a través de las pantallas con casos de ciberacoso, grooming o pederastas que se hacen pasar por otras personas para abusar, etc.
Otras amenazas son la explotación sexual y trata de personas, los llamados “juegos de retos” que pueden poner en riesgo la integridad física o psicológica.
Los padres e hijos también se enfrentan al impacto de la crisis social y económica, la migración y la pandemia con secuelas en la salud mental, caracterizada por la multiplicación de las alteraciones en el estado de ánimo, ansiedad, desmotivación en la vida escolar, adicciones, desórdenes de alimentación, ideación suicida.
Ante esta realidad es fundamental reforzar los factores protectores para desarrollar en los chicos una prevención primaria que refuerce su “sistema inmunológico social” ante las situaciones complejas que les tocará vivir en el 2024.
Claves para educar con inteligencia emocional
La Guía “Promoción de la salud mental en jóvenes”, publicada en España, me ha permitido versionar las ideas que presento a continuación:
Darles un modelo de conducta. Ellos aprenderán, por imitación, la forma en que afrontamos la vida y los conflictos. Si actuamos con respeto, sin violencia, comunicándonos y buscando apoyo harán lo mismo.
Analizar con ellos sus reacciones ante determinadas situaciones y buscar alternativas para aprender a controlar sus emociones. Ante una discusión cuáles fueron las palabras y gestos utilizados; ¿hubo gritos, insultos?, hay que identificar las emociones presentes y pensar cuáles serían otras formas de reaccionar para defender nuestra posición sin agredir, qué tono de voz utilizar, y de qué manera podemos pedir las cosas asertivamente.
Enseñarles a escuchar cuando otras personas hablan y respetar el turno de palabra. Una buena forma es comenzar cuando estamos haciendo el recuento de lo hecho en el día o en la escuela durante la hora del almuerzo o al final del día.
Invitarles a ponerse en el lugar del otro y desarrollar un pensamiento empático. Ante una situación o conflicto pedirles que se pongan en el lugar del compañero, a pensar por qué pudo actuar o responder de esa forma, cómo le habrá afectado lo que yo hice.
Utilizar el “no” más a menudo de lo que hacemos. Desde niños debemos aprender a tolerar la frustración, a aceptar que hay situaciones en que las cosas no son como nos gustaría. Esas pequeñas frustraciones nos sirven de “vacuna” para aprender a tolerar lo que no nos sale como quisiéramos. Si no aprendemos en la infancia a enfrentar esos límites será mucho más complejo comenzar en la adolescencia.
Ir asumiendo responsabilidades desde pequeños. Una educación para asumir las consecuencias y responsabilidades de las acciones y omisiones va a ser determinante para marcar el derrotero de nuestra vida. Comenzar desde las más pequeñas y velar porque se cumplan.
Transmitirles mensajes positivos sobre sí mismos reforzando nuestra confianza en sus capacidades, que los aceptamos y de que podrán aprender de los errores y seguir adelante.
Ser agradecidos con la ayuda que puedan prestarle los demás, saber valorar y dar gracias.
Rechazo a la discriminación de cualquier tipo. Aceptación y respeto de las diferencias y características personales.
Aceptación y respeto de las reglas de los juegos que practican. Así como de los acuerdos de convivencia en la familia y escuela, poder revisar los conflictos que se hacen presentes, analizar en qué forma se pueden solucionar los aspectos que afectan la convivencia.
Compartir y ser solidarios con sus compañeros, vecinos, familiares.
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