Venezuela ha vivido más de 20 años con una polarización política que ha distorsionado paulatinamente el flujo de información que circula desde adentro y desde afuera del país. En los primeros años, la politización fue un signo característico que abarcó amplios sectores poblacionales. Este fenómeno estuvo orientado en favor o en contra de quien ejercía el poder en aquel momento, Hugo Chávez Frías y sirvió para que en la agenda pública se posicionaran temas atinentes a la realidad nacional.
Con el paso de los años, con la promoción de una hegemonía comunicacional del gobierno que abarcó medios tradicionales en primera instancia y luego plataformas digitales, y con la transición política interna de la llamada revolución bolivariana y la llegada al poder de Nicolás Maduro, cambió absolutamente la tónica del asunto. De pronto el país se vio inundado por un mar de desinformación que provocó un desencanto generalizado por el liderazgo y en consecuencia, hizo aflorar la antipolítica.
Y de la antipolítica hemos llegado a la despolitización. Claramente, la utilización de la desinformación ha estado enfocada a la creación de un hartazgo social hacia la política como herramienta clave para dilucidar diferencias en un país y en un marco democrático. En consecuencia, la población se desvincula de la política y se concentra en la búsqueda de la satisfacción de las necesidades básicas olvidando atender los asuntos públicos bajo un formato de participación y de interés colectivo.
La desinformación ha venido operando en el país como una especie de ventilador que riega desprestigio hacia el liderazgo y desvía la atención hacia temas irrelevantes o superfluos. Esta dinámica desengancha al alto porcentaje de descontento que indican los estudios de opinión, de una direccionalidad política que pudiera orientarse a grandes transformaciones que requiere el Estado venezolano y al cambio de gobierno. La desinformación opera entonces como una máquina de creación de posverdades cuya finalidad es la de montar una agenda pública paralela que no refleje con exactitud las realidades del entorno que afectan severamente la cotidianidad de los venezolanos.
Desinformación y despolitización juntas son una ecuación demasiado peligrosa para cualquier sistema político democrático. Antes también lo eran, pero ahora, con las grandes evoluciones de la tecnología actual y la facilidad que ofrecen las plataformas multidimensionales de las redes sociales, mucho más. Los grandes problemas políticos que hemos tenido en Venezuela más la pandemia y la situación especial que se vivió en su marco, han permitido un flujo sin antecedentes conocidos, de una marejada de información utilizada y teledirigida a desinformar a la población para lograr su desmovilización con fines extremadamente partidistas y de mantenimiento del poder a toda costa.
Ante este fenómeno convertido en ecuación, no valen solamente los desmentidos dados por voceros políticos que no trascienden el espectro global de opinión pública y se convierten en elementos que más bien afianzan la desinformación. No bastan las valiosas ONG que trabajan en cazar fake news, hay que ir mucho más allá para romper este cerco peligroso para el ejercicio de la democracia. Los partidos políticos, especialmente, deben desarrollar agencias propias que trabajen en profundidad estos temas para garantizar una estrategia efectiva para vencer la reaparición de la antipolítica y los autoritarismos de nuevo cuño.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: La importancia de la «gravedad» en la política
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Con el paso de los años, con la promoción de una hegemonía comunicacional del gobierno que abarcó medios tradicionales en primera instancia y luego plataformas digitales, y con la transición política interna de la llamada revolución bolivariana y la llegada al poder de Nicolás Maduro, cambió absolutamente la tónica del asunto. De pronto el país se vio inundado por un mar de desinformación que provocó un desencanto generalizado por el liderazgo y en consecuencia, hizo aflorar la antipolítica.
Y de la antipolítica hemos llegado a la despolitización. Claramente, la utilización de la desinformación ha estado enfocada a la creación de un hartazgo social hacia la política como herramienta clave para dilucidar diferencias en un país y en un marco democrático. En consecuencia, la población se desvincula de la política y se concentra en la búsqueda de la satisfacción de las necesidades básicas olvidando atender los asuntos públicos bajo un formato de participación y de interés colectivo.
La desinformación ha venido operando en el país como una especie de ventilador que riega desprestigio hacia el liderazgo y desvía la atención hacia temas irrelevantes o superfluos. Esta dinámica desengancha al alto porcentaje de descontento que indican los estudios de opinión, de una direccionalidad política que pudiera orientarse a grandes transformaciones que requiere el Estado venezolano y al cambio de gobierno. La desinformación opera entonces como una máquina de creación de posverdades cuya finalidad es la de montar una agenda pública paralela que no refleje con exactitud las realidades del entorno que afectan severamente la cotidianidad de los venezolanos.
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