Desvelando los enigmas biológicos del síndrome de fatiga crónica

Cada año, más de 20.000 venezolanos reciben el diagnóstico de padecer el Síndrome de Fatiga Crónica (SFC), una afección caracterizada por una debilidad extrema que no cede con el descanso.

Los síntomas incluyen dificultad para concentrarse, fiebre, pérdida de memoria e insomnio. En las personas afectadas por el SFC, se han identificado diferentes anomalías en el cerebro, sistema inmunológico, alteraciones en la circulación sanguínea y cambios en la forma en que el cuerpo produce y utiliza energía.

Incluso las bacterias que residen en el intestino podrían estar involucradas con esta enfermedad.

En las últimas cuatro décadas, se han realizado innumerables investigaciones para comprender las anomalías asociadas al Síndrome de Fatiga Crónica. A pesar de que esta afección sigue siendo un desafío médico complejo, la investigación constante nos acerca cada vez más a comprender sus causas y posibles tratamientos.

Causa biológica

Desde 1930, se ha relacionado la fatiga con diversas enfermedades transmisibles, como la polio, el virus de la leucemia murina xenotrópica (XMRVB) y el virus de Epstein-Barr. Sin embargo, ninguna de estas enfermedades proporcionó un diagnóstico definitivo para el SFC como entidad separada.

Fue a partir de 1969, con la publicación de la octava edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, cuando la enfermedad de fatiga crónica se clasificó como una forma de encefalomielitis miálgica (EM).

Los científicos ahora han identificado que el síndrome de fatiga crónica, es “inequívocamente biológico” y los resultados del estudio fueron publicados en Nature Communications. Se llegó a esta conclusión después de que un estudio sobre la afección, iniciado en 2016, realizara una de las investigaciones más exhaustivas sobre esta desatendida enfermedad.

“En general, lo que hemos demostrado es que la EM/SFC tiene una base biológica, afectando múltiples órganos”, afirmó el equipo de investigadores, en una entrevista realizada a la publicación JAMA. Durante décadas, muchos médicos han considerado a la EM/SFC como una condición psicosomática, considerándola algo que solo estaba “en la cabeza de los pacientes”.

Enfermedad sistémica

Inicialmente, los investigadores tenían la intención de reclutar a 40 pacientes con EM/SFC, pero la pandemia de la Covid-19 interrumpió sus esfuerzos. Además, optaron por no incluir a personas que estuvieran enfermas durante más de cinco años y evitaron pedir a los participantes que completaran pruebas físicas de varios días, porque les preocupaba afectar a los pacientes debido al exceso de trabajo.

Al seleccionar un pequeño grupo de voluntarios, el estudio tuvo como objetivo completar la evaluación lo más rigurosamente posible para lograr la mejor oportunidad de extraer diferencias significativas, que los investigadores pudieran luego extrapolar en grupos más grandes.

De lo contrario, como ocurre con la Covid prolongada y la enfermedad de Alzheimer, puede resultar difícil llegar al fondo de las causas de estas afecciones, lo que a su vez dificulta encontrar un tratamiento efectivo.

“Es una enfermedad sistémica”, indicaron los científicos, “y las personas que la padecen merecen que sus experiencias se tomen en serio”. Mediante pruebas inmunológicas, escáneres cerebrales y otras herramientas, los investigadores se propusieron identificar anomalías subyacentes que contribuyan a los síntomas característicos del SFC, como el agotamiento y la confusión mental.

Factor clave

Los participantes recibieron una dieta controlada y una semana de pruebas exhaustivas, sometiéndose a escáneres cerebrales, estudios del sueño, pruebas de fuerza muscular y rendimiento cognitivo, biopsias de piel y músculos, análisis de sangre, de microbioma intestinal y de líquido cefalorraquídeo. Además, pasaron tiempo en cámaras metabólicas, donde se midió su consumo de energía y nutrientes en condiciones estables.

El grupo EM/SFC no mostró signos de fatiga muscular y se desempeñó normalmente en las pruebas cognitivas, a pesar de indicar que tenían problemas con la memoria.

Sin embargo, los cambios en el sistema inmunológico y en el microbioma intestinal afectaron al sistema nervioso central. Al igual que en estudios anteriores, las personas con EM/SFC tenían frecuencias cardíacas en reposo más altas, marcadores de una respuesta inmune prolongada y sobreestimulada que podría agotar las células T y bacterias intestinales menos diversas que los controles.

Los pacientes con EM/SFC tenían niveles más bajos de una sustancia química llamada catecol, que ayuda a regular el sistema nervioso. También mostraron menos actividad en una región del cerebro llamada unión temporal-parietal (TPJ) durante las tareas motoras.

Los investigadores creen que la TPJ impulsa la corteza motora, una región del cerebro encargada de indicarle al cuerpo que genere un movimiento, por lo que su disfunción podría alterar la forma en que el cerebro realiza este proceso.

Los autores del artículo científico sugieren que podrían haber identificado un punto fisiológico para la fatiga en este grupo de voluntarios.

Más allá del “simple agotamiento físico o la falta de motivación, la fatiga podría surgir debido a la discrepancia entre lo que alguien cree que puede lograr y lo que su cuerpo realmente realiza”, siendo un factor clave en el padecimiento de la fatiga.

Finalmente, este estudio pionero sobre el Síndrome de Fatiga Crónica ha arrojado luz sobre su base biológica inequívoca. Aunque aún hay mucho por descubrir, estos hallazgos son un paso crucial hacia una comprensión más profunda de esta enigmática afección.

El SFC ya no puede ser considerado simplemente como una condición psicosomática; es una enfermedad sistémica que merece una atención formal y un enfoque científico riguroso.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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