¿Dónde quedó la Universidad Ambiental?
Glaciar Humboldt Foto: Inparques

Entre las preocupaciones consideradas como propuestas de debate que ocuparon la atención de importantes procesos de cambios que comenzaron a abarrotar agendas geopolíticas, primordialmente a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, estuvo el interés manifiesto por el cuidado del ambiente. Fue así como nació el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. 

La década de los setenta sienta un importante precedente con importantes reuniones de gobernantes que apoyaban la idea planteada en la Conferencia de Estocolmo (1972), cuyas discusiones giraron alrededor del Ambiente Humano. Fue la razón que motivó la creación de programas dirigidos a la concreción de ideas que enfrentarían problemas relacionados con el ambiente y el desarrollo.

El sendero ambientalista de la ULA

Para entonces, el Rector de la Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela (ULA), había declarado a la institución bajo su tutela como: Universidad Ambiental. Aunque previamente (1948) se había instituido la Facultad de Ingeniería Forestal. Asimismo, el Laboratorio Nacional de Productos Forestales (1960), también, la Escuela de Geografía (1963).

Además, numerosos espacios dirigidos a concienciar la comprensión de problemas que tuvieran en su epicentro al cambio climático, la gestión del agua, las energías renovables y distintos temas conexos con la protección ambiental. Entre ellos, cabe destacar la creación de la Comisión Universitaria de Asuntos Ambientales (1985).

Desde inicios del siglo XXI, esos esfuerzos se acrecientan en varias universidades del mundo entero. Un buen número de proposiciones estudiadas al amparo del vínculo Universidad-Ambiente, fueron recogidas por foros y congresos políticos, sociales y económicos internacionales, con el fin de plegarse a inquietudes promisorias. De ahí resultó la creación de la Alianza Mundial de Universidades sobre Ambiente y Sostenibilidad (Febrero-2012).

La ruta ambientalista

Dichas actividades tienen eco en la Universidad de Los Andes. Tanto que, en 2011, el Consejo Universitario la decreta como Universidad Ambiental de Venezuela, recalcando así el decreto refrendado por el rector Pedro Rincón Gutiérrez, en la década de los sesenta, motivado por lo que aconteció en 1959, año de creación del Instituto de Geografía y el de Conservación de los Recursos Naturales Renovables. 

En 2016, es creado el Consejo Ambiental de la ULA. Para entonces, la Facultad de Ingeniería Forestal había cambiado su nombre por el de Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales, lo cual es indicativo del auge del conservacionismo asumido como doctrina académica y práctica. 

Hasta aquí, este exordio procurado en nombre del esfuerzo mostrado por la gestión ambiental emprendida por la Universidad de Los Andes en su desarrollo académico. Durante casi 60 años, deja ver un trabajo dedicado a la conservación del ambiente en sus más excelsas expresiones y sentidos.

Embrollos que atascan esfuerzos

Sin embargo, pasado dicho tiempo, el aludido trabajo se ha visto reducido. De por medio, ha primado cierta apatía ante la destrucción de recursos naturales y del espacio geográfico correspondiente. Y así es revelado. De hecho, con motivo del aniversario 65 del Instituto de Geografía ULA, el reconocido geógrafo y eximio profesor universitario, Jóvito Valbuena, en un discurso ante una importante comunidad de académicos, refería que “(…) a pesar de lo mucho que se haya tratado el asunto, la situación ha empeorado. Ni la educación ni los poderes públicos nacionales han podido mostrarse orgullosos por logros alcanzados”. 

Sin embargo, cabe anotar que algunos objetivos que en 1959 dieron hechura al Instituto de Geografía, se han desvanecido. Naturalmente, coadyuvados por las sucesivas crisis de todo género que han trabado el desarrollo de la nación en toda su extensión. Pero también, embrollo acuciado por la indolencia cultivada en predios universitarios. Aunque, por otra parte, vale sumar el problema de una educación universitaria rezagada de cara a las exigencias planteadas por una realidad surgida de nuevos paradigmas de gestión y conservación ambiental y desarrollo sostenible. 

Más, cuando entre los objetivos suscritos por la Organización de Naciones Unidas, ante los retos de nuevos tiempos (ODS), ha considerado activar programas de alto nivel académico capaces de coordinar, asesorar, vincular y asegurar coherencia en el curso de toda actividad ambiental, llevada a cabo bajo la égida universitaria. Igualmente, sugiere proyectar la universidad como ejemplo del buen manejo ambiental y para ello, debe proponerse adelantar programas y planes que consideren el uso eficiente de los recursos naturales.

Asimismo, promover la debida investigación ambiental en cuanto proyecto se realice. Del mismo modo, asesorar al sector público, empresarios y comunidades en el mejoramiento continuo del desempeño ambiental. (Véase la Ley de Universidades, artículo 2). Tanto, como a través de la valoración del entorno, apostando así al logro de una mejor calidad de vida de la sociedad en general. 

Nuevas realidades 

Al interior de la universidad casi no hay debates que incorporen nuevas agendas que traten necesidades vinculadas con problemas concretos que afecten la dinámica universitaria ni a su entorno inmediato.

Este modo de hacer academia incita la opinión universitaria capacitada a orientar la movilización de la sociedad. Aunque ello pueda hacer que la universidad choque con importantes fuerzas e intereses económicos que operan en el mundo externo. No hay de otra. Muy lejos de la indolencia que induce a extraviar el ímpetu de quienes apostaron a crear conciencia de los problemas que suscriben el ámbito universitario. Y en lo concreto, el medio conservacionista. 

Tal como se adujo en 1959, en los espacios del Palacio Federal Legislativo en Caracas, cuando se propuso a la universidad para que asumiera como labor las acciones de localizar, diagnosticar y aportar soluciones prospectivas a problemas ambientales del espacio geográfico venezolano. Esto, sostenido por la palabra de quienes apostaron a “crear conciencia conservacionista” desde escaños legislativos nacionales y académicos (Ramón Casanova, Arturo Uslar Pietri, Pompeyo Márquez y otros)

La guinda del problema

Lo anteriormente referido en esta disertación, ha sido a propósito de lo que ha estado sucediendo a raíz de la decisión unilateral del Ejecutivo Nacional, empeñado en instalar un manto o cubierta “geotextil” a objeto de recubrir la superficie del glaciar La Corona, situado al pie del Pico Humboldt de la merideña Sierra Nevada. Dicho propósito, con el infundado pretexto de “desacelerar el derretimiento para entonces protegerlo de los cambios de clima que reducen la contextura del hielo que lo forma”. 

Pero el problema va más allá de la escueta decisión gubernamental de colocar tan inusitado manto plástico. El problema traspasa el constructo sobre el cual se cimentó la motivación que inspiró la conversión de la Universidad de Los Andes.

La conversión de vivir el cambio entre una universidad modelada según un convencional paradigma educativo, formal en su acepción academicista, a otra de interactiva configuración que la transporta a una universidad sensible en cuanto al modo de actuar como interventora asesora, orientadora y facilitadora de procesos o eventos que funjan como razones para compensar las tareas de asegurar la sustentabilidad del ambiente en todas sus facetas. 

El problema desde adentro

La causa de tan complicada situación no sólo descansa en la desidia o desgana de una parte de miembros de la “comunidad de intereses espirituales”. En el fondo, el problema se suscita al advertirse que esos intereses espirituales comenzaron a menguarse. Quizás, en su valor de cambio y valor de uso, por espirituales que sean. 

Ha sido la razón que indujo a esta comunidad a buscar otros intereses cuya seducción pareciera haberla conducido a disfrutar de nuevas realidades. O de la misma universidad, pero mirándola desde otra perspectiva. Otra visual que ponga a disposición de dicha comunidad nuevos recursos que las realidades actuales por conflictivas que han llegado a ser, comenzaron a demandar.

Lo expuso el profesor Jóvito Valbuena, al asentir que “(…) el país mantiene la misma calificación con la que fue tildado en las discusiones e informes de la Comisión Especial Senatorial de abril de 1959 y en los discursos de orden al inaugurarse los institutos de Geografía y Conservación de los Recursos Naturales”.

Sin duda, ha habido una manifiesta negligencia en cuanto al control preventivo y correctivo de hechos atentatorios en perjuicio del ambiente. Incluso de otros problemas que azotan la vida nacional y merideña.

Especificidades del problema

El proyecto de colocación del manto “geotextil” que supuestamente cubrirá un área de 5.000 metros cuadrados, equivalente a la superficie del glaciar en cuestión, obvió los canales universitarios competentes en la materia que significa tan agresiva pretensión y al parecer, hasta el correspondiente estudio de impacto ambiental de inevitable presentación. Sin embargo, ello no excusa la indiferencia de la Universidad Ambiental de Venezuela para aclimatarse al desdén que asumió ante la impositiva y arriesgada decisión gubernamental.  

Ante tan grave situación que deja a Mérida desguarnecida de la condición de ser la ciudad venezolana, reconocida por sus pico blancos, que provocan en quienes los contemplan la visión de una naturaleza engalanada por el verdor de las montañas y la blancura de tan gigantes promontorios erguidos en la Cordillera de los Andes venezolanos, luce inaudito que la Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales, y la Escuela de Geografía de la Universidad Ambiental de Venezuela, se muestren silentes, retraídas y encogidas ante tan aberrante, agraviante y transgresor proyecto hecho realidad. 

¿Hay que resignarse?

Asimismo, la actitud pasiva dócil, casi sumisa de las numerosas comisiones ambientalistas, aulas, secciones, laboratorios, institutos, cátedras y centros de estudios, dedicados a la investigación, análisis y desarrollo de aplicaciones de entero aprovechamiento a favor del ambiente, no fueron lo suficientemente rebeldes o contestatarias para refutar, mediante manifiesto público nacional o regional, la improcedencia y arbitrariedad de tan atrevida propuesta. 

Propuesta que sólo es representativa de una fútil medida política, además ignorante de las especificidades propias de tan delicada naturaleza e irrespetuosa de los procesos de repoblación de una particular vegetación que seguro ocupará la zona de deshielo del glaciar, pues lejos de favorecer cualquier pretensión ecológica del sistema de andino de alta montaña, perjudicará la salud de la flora, fauna, aguas y hasta del colectivo merideño.

Particularmente, por causa de la cristalización o descomposición que produce la cuestionada fibra reflectante de poliéster y polipropileno o “plástico” a consecuencia de los cambios de clima que la altura física habrá de provocar en su textura. ¿Convendrá entonces resignarse a la colocación del cuestionado manto plástico?

De manera que, frente a tan urdida y descalabrada realidad, deberá preguntarse el lector que ante tan serio y complicado problema ¿dónde quedó la “Universidad Ambiental”?

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