El caos está servido

Algunos figuran el caos como aquella realidad consumada por la improvisación. No puede negarse que el caos aviva las tormentas cuando la oscuridad se torna dominante.

El reconocido escritor británico Sir Terence David J. Pratchett dijo que: “El caos se encuentra en mayor abundancia cuando se busca el orden ya que está mejor organizado”. Pero en el ejercicio de la política, el caos adquiere otro sentido.

En el mundo político, muchas veces concebido sobre la trampa y la zancadilla, no se entiende otro orden distinto al impuesto por la fuerza, el desespero, la violencia, el terror y la intimidación, condiciones necesarias para anegar con fracasos las realidades fundadas en promesas electorales.

Aunque también esa clase política gobiernera, obtusa por antonomasia, presume vender la fantasía ante el caos. Pues en ello afianza posibilidades de alcanzar la estabilidad que garantiza su arraigo en el poder. Por eso, en el ejercicio de gobiernos engreídos, la miseria se ostenta como plataforma de poder político.

Razón tuvo el escritor y novelista portugués, Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, cuando aseguró que: “El caos es un orden sin descifrar”, pues en el caos nada pareciera tener sentido. Más aún, en el fragor de sistemas políticos autoritarios o totalitarios, dictaduras o tiranías. Estos sistemas políticos se sirven del caos para determinar el desorden bajo el cual pautan sus criterios disfrazados de mentiras, corrupciones, impudicia, desfalcos y aniquilación.

Quienes se postran ante modelos de gobierno hegemónicos buscan revolver las realidades con la idea solapada de perpetuarse en el poder, atrincherándose en cuanta argucia represiva y manipuladora sea posible. Además, protegidos por instituciones proyectadas para practicar procedimientos rastreros que amparen el desaforo cometido.

El caos como estrategia

El caos, provocado por tan viles mecanismos políticos, detona actitudes tendenciosas en quienes como gobernantes se dan a la tarea de implantar medidas que favorezcan la incidencia de un militarismo delincuencial. Los intereses gubernamentales están por encima de la ciudadanía; se benefician movimientos políticos que aúpen la violencia como estrategia política, social y económica; y se favorecen la creación y consolidación de propuestas dirigidas a desordenar la realidad de manera encubierta para así afectar o culpar a otros.

El ventajismo lo emplean como criterio de gobierno para excluir al adversario. La represión es orden del día. La furia o rabia es la excusa para arremeter contra toda expresión de libertad.

Estas son apenas algunas medidas que caracterizan cualquier intención asumida por el poder político toda vez que busca, en el caos, forjar la violencia que necesita el gobernante para calmar el miedo y la desesperación que se apodera de él al verse perdido o a punto de desmoronarse.

Ese es el libreto preferido que sigue por todo sistema político cuyos gobernantes se empeñan (con aterradora furia) en afianzarse en el poder. Aun así, el mundo continúa retratando realidades donde, a pesar de las observancias constitucionales en lo político, social y económico, se advierten situaciones profundamente irregulares. Son realidades donde la conmoción impera ya que el caos está servido.     

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