Empezamos el nuevo año con varias convulsiones sociales que tienen un vínculo común: cuestionamiento del ejercicio del poder. Esto lo hemos visto en el caso de Brasil asalto a los poderes del Estado; Venezuela quiebre del gobierno interino; Perú olas de protestas posterior a la destitución del expresidente Pedro Castillo y Reino Unido, confesiones del príncipe Harry sobre la familia real.
Viendo desde afuera estos hechos, al menos saltan dos miradas para entenderlos. La primera mirada, puede interpretarse como el comportamiento frecuente que se asoma para demostrar que somos seres humanos intentando dibujar la mejor sociedad que aspiramos, es decir, el incesante ejercicio personal – colectivo para debatir el orden que nos rodea.
En tanto que, la segunda mirada, lo podría representar un choque generacional que -de vez en cuando- surge para debatir u objetar por qué sentimos, pensamos o hacemos tal cosa. Por ejemplo, por qué no avanzamos aceleradamente sobre los derechos de la naturaleza, la forma de consumir o la paridad de género.
Y en esta disputa generacional es fundamental detenerse seriamente porque, a mi juicio, aquí hay muchas preguntas (y pocas respuestas) para darle una explicación a las constantes revueltas sociales que hemos presenciado en diferentes partes del mundo.
Para empezar, es justo reconocer que, naturalmente, todo nuestro alrededor tiene un sentido o entendimiento de acuerdo con nuestro horizonte vital. Así pues, las cosas que importan, ciertos intereses, qué es trivial o impostergable, va a depender —en mayor medida— de su fecha de nacimiento. De este modo, no es casualidad que las personas mayores sientan que no necesitan que le cuenten nada porque lo han visto todo, mientras que los jóvenes sienten que ninguna advertencia les sirve porque es primera vez que se enfrentarán a determinado hecho.
En cada uno de los eventos comentados al principio, es notable esta controversia generacional. En unos casos se persigue el rompimiento de las tradiciones, a la vez que otros solo aspiran a cambiar las formas de conectarse con el otro o cuestionar el modo de hacer las cosas. Y esto, de nuevo, mayormente puede explicarse por la interacción de colectividades humanas con diferentes sensibilidades o perspectivas de su existencia.
El mundo seguirá siendo cuestionado (especialmente el poder) porque los cambios sociales y culturales es lo que nos ha acompañado desde el comienzo de todo (del Génesis para acá). Ahora bien ¿cómo administraremos estos cambios? Ese es el desafío por delante. Estimo que lo primero que debemos preguntarnos es cómo gestionamos a la primera generación conectada de la historia sin que la indignación moral sea el primer recurso que utilicemos para desacreditarla o, tal vez, volver a responder a lo que acostumbramos nuevamente: ¿cómo convivimos en medio de nuestras diferencias para que siga sobreviviendo el bien común?
En todo caso, no debería existir miedo a todos estos cambios vertiginosos porque así ha demostrado ser el «orden natural de las cosas». No obstante, con cuál ritmo, a qué costo o bajo qué formas siguen siendo las interrogantes abiertas que los líderes —en diferentes sectores de la sociedad— deberían contestar y, por el bien de todos, ojalá que soportado en datos, evidencia, conocimiento, humanidad y razonamiento lógico.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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En tanto que, la segunda mirada, lo podría representar un choque generacional que -de vez en cuando- surge para debatir u objetar por qué sentimos, pensamos o hacemos tal cosa. Por ejemplo, por qué no avanzamos aceleradamente sobre los derechos de la naturaleza, la forma de consumir o la paridad de género.
Y en esta disputa generacional es fundamental detenerse seriamente porque, a mi juicio, aquí hay muchas preguntas (y pocas respuestas) para darle una explicación a las constantes revueltas sociales que hemos presenciado en diferentes partes del mundo.
Para empezar, es justo reconocer que, naturalmente, todo nuestro alrededor tiene un sentido o entendimiento de acuerdo con nuestro horizonte vital. Así pues, las cosas que importan, ciertos intereses, qué es trivial o impostergable, va a depender —en mayor medida— de su fecha de nacimiento. De este modo, no es casualidad que las personas mayores sientan que no necesitan que le cuenten nada porque lo han visto todo, mientras que los jóvenes sienten que ninguna advertencia les sirve porque es primera vez que se enfrentarán a determinado hecho.
En cada uno de los eventos comentados al principio, es notable esta controversia generacional. En unos casos se persigue el rompimiento de las tradiciones, a la vez que otros solo aspiran a cambiar las formas de conectarse con el otro o cuestionar el modo de hacer las cosas. Y esto, de nuevo, mayormente puede explicarse por la interacción de colectividades humanas con diferentes sensibilidades o perspectivas de su existencia.
El mundo seguirá siendo cuestionado (especialmente el poder) porque los cambios sociales y culturales es lo que nos ha acompañado desde el comienzo de todo (del Génesis para acá). Ahora bien ¿cómo administraremos estos cambios? Ese es el desafío por delante. Estimo que lo primero que debemos preguntarnos es cómo gestionamos a la primera generación conectada de la historia sin que la indignación moral sea el primer recurso que utilicemos para desacreditarla o, tal vez, volver a responder a lo que acostumbramos nuevamente: ¿cómo convivimos en medio de nuestras diferencias para que siga sobreviviendo el bien común?
En todo caso, no debería existir miedo a todos estos cambios vertiginosos porque así ha demostrado ser el «orden natural de las cosas». No obstante, con cuál ritmo, a qué costo o bajo qué formas siguen siendo las interrogantes abiertas que los líderes —en diferentes sectores de la sociedad— deberían contestar y, por el bien de todos, ojalá que soportado en datos, evidencia, conocimiento, humanidad y razonamiento lógico.
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