«A tiempos de mucho, tiempos de nada» decía mi madre para referirse al hecho de que luego de un periodo de bonanza extrema, inexorablemente sucedía un tiempo de carencias y calamidad.
Si bien es cierto, que la pandemia así como la guerra de Rusia-Ucrania han sido crisis mundiales poco predecibles, me cuesta comprender cómo las economías dominantes del mundo usan una política fiscal francamente expansionista, para atenuar las consecuencias sociales de las calamidades que vivimos.
Poco después del confinamiento forzado por el covid-19 y ante una recesión económica en ciernes por el encierro de todos, los gringos tuvieron la genial idea de aumentar sus reservas un 25%, inyectando al sistema financiero 4 trillones de dólares.
Aquellos que los necesitaban y también quienes no, se hicieron de «créditos blandos» y todo tipo de subsidios y ayudas para empresas y personas. Así, los reales inorgánicamente generados pudieron amainar las consecuencias de la disrupción de cadenas logísticas y la notoria merma de la actividad comercial dados por la pandemia.
Los europeos no se quedaron atrás e hicieron otro tanto. Ayudas iban y venían, en un tiempo donde la falta de productividad no condujo a restricciones en el gasto, sino a salvarse de letal virus, lo que resultaba muy válido, y a mantener el nivel económico al que estaban acostumbrados, lo que era un absurdo.
Más allá de apoyo estatal sanitario, la gente y los empresarios ricos y pobres, no tuvieron que tocar sus ahorros y patrimonio para hacer frente a las penurias económicas que pasaban, sino con las dadivas de los Estados pudieron «tapar los huecos» derivados de la parálisis mundial.
En situaciones críticas como las mencionadas, pocas veces las naciones, implementan políticas de reducción de gastos, austeridad en el consumo y uso de ahorros o reservas. Imagino que por ser medidas anti-populistas sería un suicidio desde el punto de vista político.
Como era de esperarse, en los países más ricos, el endeudamiento a costos irrisorios y una demanda que sobrepasaba la oferta, derivaron en una inflación y una devaluación corrosivas.
Para evitar un colapso social y económico, EE. UU. y la Unión Europea deciden aumentar las tasas de interés para que el excedente de liquidez regrese a los bancos centrales y así poder yugular la inflación a expensas de provocar una recesión forzada de la economía. En consecuencia, los mercados bursátiles comienzan a caer, el consumo se ve comprometido, y probablemente el desempleo y la pobreza será lo que deparan los años por venir.
Básicamente por la ceguera de su teleología -que padecemos todos- se postergó la pobreza que debimos vivir en tiempos de pandemia, para sufrirla en este momento histórico.
El 11 de octubre, Pierre-Olivier Gourinchas, economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), declaró: «Lo peor está por venir y para muchos, en el 2023, se sentirá una recesión».
Para ese año, se espera que el crecimiento mundial retroceda un 2.7% comparado con el 3.7% previsto para el cierre de este año. Además, se estima que el año entrante, al menos un tercio de las economías del planeta tendrán crecimientos negativos. De hecho, actualmente el 60% de los países de bajos ingresos están al borde de suspender sus pagos de deuda.
Sumando a las declaraciones del FMI, el gigante de la banca, JP Morgan, pronostica que EE. UU entrará en recesión en los próximos seis a nueve meses.
La historia nos ha enseñado que, «cuando la primera economía del mundo estornuda, es porque el resto está engripado» y el presidente Biden ha reconocido públicamente la posibilidad de que EE. UU. pase por un periodo de «leve recesión».
Si bien, hasta ahora el dólar estadounidense se encuentra estable, debido a su preeminencia de uso en el comercio global, la inflación alcanzará al cierre de este año niveles históricos, cercanos al 9%. El resto del mundo también es presa de inflación y otras monedas de referencia como el euro, el dólar y el yen, se encuentran a la baja, lo que ha alarma a Europa, Asia y Latinoamérica.
Por otra parte, en China, que también verá afectado su crecimiento económico según el FMI, la producción y el consumo se han visto fuertemente afectados debido al cierre indefinido de plantas y actividades comerciales, dado por la ruptura de cadenas logísticas durante la pandemia, así como la prolongación del confinamiento de sus ciudadanos por la política cero covid.
Ante este panorama, el informe del FMI recomienda a las grandes potencias económicas del mundo, principalmente a China, Estados Unidos y la Unión Europea, a armonizar sus políticas económicas bajo una visión cooperativista, enfocadas especialmente a manejar de forma articulada las políticas monetarias y fiscales.
Lo que no toma en cuenta en sus recomendaciones el FMI, es que el costo político de tolerar inflación, devaluar las monedas y ralentizar la absorción monetaria, sería tan anti-populista que cambiaría de un sopetón a quienes detentan el poder político en esas latitudes.
En la próxima entrega, revisaremos cómo las predicciones del FMI sobre el panorama económico mundial podrían afectar a Latinoamérica y particularmente a Venezuela.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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«A tiempos de mucho, tiempos de nada» decía mi madre para referirse al hecho de que luego de un periodo de bonanza extrema, inexorablemente sucedía un tiempo de carencias y calamidad.
Si bien es cierto, que la pandemia así como la guerra de Rusia-Ucrania han sido crisis mundiales poco predecibles, me cuesta comprender cómo las economías dominantes del mundo usan una política fiscal francamente expansionista, para atenuar las consecuencias sociales de las calamidades que vivimos.
Poco después del confinamiento forzado por el covid-19 y ante una recesión económica en ciernes por el encierro de todos, los gringos tuvieron la genial idea de aumentar sus reservas un 25%, inyectando al sistema financiero 4 trillones de dólares.
Aquellos que los necesitaban y también quienes no, se hicieron de «créditos blandos» y todo tipo de subsidios y ayudas para empresas y personas. Así, los reales inorgánicamente generados pudieron amainar las consecuencias de la disrupción de cadenas logísticas y la notoria merma de la actividad comercial dados por la pandemia.
Los europeos no se quedaron atrás e hicieron otro tanto. Ayudas iban y venían, en un tiempo donde la falta de productividad no condujo a restricciones en el gasto, sino a salvarse de letal virus, lo que resultaba muy válido, y a mantener el nivel económico al que estaban acostumbrados, lo que era un absurdo.
Más allá de apoyo estatal sanitario, la gente y los empresarios ricos y pobres, no tuvieron que tocar sus ahorros y patrimonio para hacer frente a las penurias económicas que pasaban, sino con las dadivas de los Estados pudieron «tapar los huecos» derivados de la parálisis mundial.
En situaciones críticas como las mencionadas, pocas veces las naciones, implementan políticas de reducción de gastos, austeridad en el consumo y uso de ahorros o reservas. Imagino que por ser medidas anti-populistas sería un suicidio desde el punto de vista político.
Como era de esperarse, en los países más ricos, el endeudamiento a costos irrisorios y una demanda que sobrepasaba la oferta, derivaron en una inflación y una devaluación corrosivas.
Para evitar un colapso social y económico, EE. UU. y la Unión Europea deciden aumentar las tasas de interés para que el excedente de liquidez regrese a los bancos centrales y así poder yugular la inflación a expensas de provocar una recesión forzada de la economía. En consecuencia, los mercados bursátiles comienzan a caer, el consumo se ve comprometido, y probablemente el desempleo y la pobreza será lo que deparan los años por venir.
Básicamente por la ceguera de su teleología -que padecemos todos- se postergó la pobreza que debimos vivir en tiempos de pandemia, para sufrirla en este momento histórico.
El 11 de octubre, Pierre-Olivier Gourinchas, economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), declaró: «Lo peor está por venir y para muchos, en el 2023, se sentirá una recesión».
Para ese año, se espera que el crecimiento mundial retroceda un 2.7% comparado con el 3.7% previsto para el cierre de este año. Además, se estima que el año entrante, al menos un tercio de las economías del planeta tendrán crecimientos negativos. De hecho, actualmente el 60% de los países de bajos ingresos están al borde de suspender sus pagos de deuda.
Sumando a las declaraciones del FMI, el gigante de la banca, JP Morgan, pronostica que EE. UU entrará en recesión en los próximos seis a nueve meses.
La historia nos ha enseñado que, «cuando la primera economía del mundo estornuda, es porque el resto está engripado» y el presidente Biden ha reconocido públicamente la posibilidad de que EE. UU. pase por un periodo de «leve recesión».
Si bien, hasta ahora el dólar estadounidense se encuentra estable, debido a su preeminencia de uso en el comercio global, la inflación alcanzará al cierre de este año niveles históricos, cercanos al 9%. El resto del mundo también es presa de inflación y otras monedas de referencia como el euro, el dólar y el yen, se encuentran a la baja, lo que ha alarma a Europa, Asia y Latinoamérica.
Por otra parte, en China, que también verá afectado su crecimiento económico según el FMI, la producción y el consumo se han visto fuertemente afectados debido al cierre indefinido de plantas y actividades comerciales, dado por la ruptura de cadenas logísticas durante la pandemia, así como la prolongación del confinamiento de sus ciudadanos por la política cero covid.
Ante este panorama, el informe del FMI recomienda a las grandes potencias económicas del mundo, principalmente a China, Estados Unidos y la Unión Europea, a armonizar sus políticas económicas bajo una visión cooperativista, enfocadas especialmente a manejar de forma articulada las políticas monetarias y fiscales.
Lo que no toma en cuenta en sus recomendaciones el FMI, es que el costo político de tolerar inflación, devaluar las monedas y ralentizar la absorción monetaria, sería tan anti-populista que cambiaría de un sopetón a quienes detentan el poder político en esas latitudes.
En la próxima entrega, revisaremos cómo las predicciones del FMI sobre el panorama económico mundial podrían afectar a Latinoamérica y particularmente a Venezuela.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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