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Barberos informales en Caracas: en auge y al ras de la calle

SOLAZ · 26 FEBRERO, 2023 20:03

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Verónica De Sousa A.


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Con una silla, un espejo, maquinillas, tijera y hojilla en mano, los barberos callejeros hacen su trabajo. Dicen que no necesitan agua, ni un techo; con un punto de luz es más que suficiente. La barbería informal se basa en cortes de cabello según el estilo que solicite el cliente.

Aunque poco pueden competir con las barberías tradicionales de la ciudad que, con infraestructura, pueden ofrecen desde el lavado de cabello hasta masajes, limpiezas de cutis y mascarillas faciales. En algunos bolsillos la economía se impone.

Los precios oscilan entre 3 y 5 dólares, pero para personas de la tercera edad podría ser menos. Incluso, se suele utilizar el trueque como una forma de pago; un artículo de comida, por un corte de pelo. 

En las esquinas, debajo de un puente o en un callejón, los barberos buscan cualquier rincón que les permita ganar dinero para alimentar a sus familias; la afluencia de clientes les motiva a creer que están en el lugar correcto. 

“Si te hacen buenos cortes y te tratan bien, te quedas con ese barbero sin importar el lugar”, dice uno de los clientes recurrentes de las barberías informales de la avenida Fuerzas Armadas. 

En Solaz, te contamos la historia de Carlos y Eduardo: dos barberos que han hecho del bullicioso centro de Caracas su lugar de trabajo.

Una moda caraqueña

En frente del edificio de la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (PDVAL), en la esquina Socorro de la avenida Fuerzas Armadas, Carlos atiende entre ocho y diez clientes por día bajo su toldo multicolor. 

Para estar en ese lugar obtuvo un permiso por parte de la Junta Comunal de la zona: una corporación cívica compuesta por los vecinos de la parroquia San José que, según la Ley de los Consejos Comunales (promulgada en el año 2006), le permite “al pueblo organizado ejercer el gobierno”.

Carlos dice: “Ellos son los que mandan y los que deciden si puedes estar aquí o no”. 

Egresado de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Carlos solía trabajar en la editorial de su padre, Monteavila Editora, hasta que fue expropiada por el gobierno de Hugo Chavéz. Luego, trabajó en Empresas Polar, hasta que renunció y decidió emigrar a Argentina donde se profesionalizó como barbero.

“El título no da dinero y afuera menos. Tienes que hacer una reválida y esperar años; eso no vale la pena. El dinero está aquí en la calle”, cuenta Carlos,  quien regresó al país en 2022, por motivos familiares, tras siete años en el sur.  

Mientras trabaja, vecinos de la zona lo saludan animadamente. Las personas de tercera edad lo abrazan y hablan con él un par de minutos antes de seguir su camino. 

“Me conocen como el barbero de los abuelos porque les cobro un dólar y medio; esos viejitos no hacen nada con 120 bolívares (aproximadamente 5 dólares para febrero 2023) al mes”, dice Carlos refiriéndose a la pensión por vejez que otorga el Seguro Social a personas mayores. 

Carlos afirma que su ingreso mensual no le alcanza para cubrir la canasta básica alimentaria, que para octubre de 2022 tenía un costo de 459,08 dólares, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación de Maestros (Cendas-FVM), pero “uno come lo necesario y está bien”. 

Trabajar en la calle

Eduardo aprendió a cortar pelo gracias a videos de YouTube. Aunque hizo tres cursos de barbería profesional, se define a sí mismo como un autodidacta con aspiraciones profesionales. 

Fue en plena pandemia por COVID-19 cuando se instaló en el estacionamiento Carabobo, cerca de la Avenida Urdaneta, y empezó a trabajar como barbero por comida.

Dos años después tuvo que buscar un nuevo lugar porque, según cuenta, las autoridades pertenecientes a la Alcaldía de Caracas “lo botaron” del establecimiento y empezó trabajar debajo del puente gracias a un amigo (que también es barbero). 

“Estuve seis meses llevando coñazos y pasando hambre. También tuve que vender mi moto para pagar la inscripción del preescolar de mi hija; pero no importa, lo material se recupera, ¿verdad?”, pregunta Eduardo mientras desliza la máquina por la parte baja de la nuca de su cliente. 

Es gracias al sistema eléctrico del elevado que la puede encender. Una extensión blanca pasa por encima de su cabeza y recorre la estructura hasta el otro lado del elevado, donde hay más barberos, y se pierde en una especie de grieta en la pared de la cual salen otros cables.

En el caso de Carlos, la electricidad proviene de un kiosco que se encuentra a unos pocos metros de su lugar de trabajo y que le suministra el servicio sin costo alguno.

Los barberos que trabajan debajo del elevado han ambientado el espacio para hacerlo lo más cómodo posible. De todas formas, Eduardo confiesa que prefiere los días soleados, pues los bombillos que han colocado no son suficientes; “es difícil trabajar aquí abajo”. 

El elevado de la avenida Fuerzas Armadas le ha permitido mantener a su familia durante el último mes, pero él solo piensa en trabajar en una barbería tradicional; “si me quedo aquí por mucho tiempo me acostumbraré a la calle”. 

Eduardo afirma que no hay inconvenientes entre las autoridades policiales y los barberos de la zona. “Son nuestros panas e incluso les cortamos el pelo”, asegura el barbero.

¿A qué se debe este fenómeno?

Un centenar de barberos ocupan las aceras de la avenida Fuerzas Armadas en un país donde ocho de cada diez trabajadores están en el sector informal, de acuerdo con datos presentados por Demetrio Marotta, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES), en un ensayo titulado “La informalidad laboral en Venezuela: definiciones, medición y desafíos”.

Como una forma de encontrar un espacio en el mercado para todos los potenciales empleados, la informalidad laboral forma parte de la historia urbana de Venezuela y su origen se remonta mucho antes de las últimas dos décadas revolucionarias. 

Las barberías callejeras resultan un oficio rentable para quienes están desempleado, no cuentan con el nivel de capacitación necesario para trabajar en un negocio tradicional o para los que prefieren trabajar de manera independiente. 

“¿Trabajarle a alguien más? Ni de vaina”, dice Carlos. Para él, el papeleo necesario para tener un negocio formal y los requisitos para trabajar en una barbería ya consolidada, sólo representan una pérdida de tiempo y dinero. 

Desde marzo de 2022 el sueldo mínimo en Venezuela es de 130 bolívares, de acuerdo al gobierno de Nicolás Maduro, lo que equivale a 5,33 dólares según la tasa de cambio actual (24,37 bolívares) del Banco Central de Venezuela. 

Trabajar en barberías tradicionales involucra ceder cierto porcentaje de la ganancia semanal, alquilar la silla de trabajo (por 30 o 50 dólares semanales) y contar con experiencia previa y clientes propios. 

Para los barberos informales trabajar en las calles tiene un costo diferente. Los días de lluvia, el calor de la tarde, el miedo por cuidar sus herramientas, la delincuencia o no ir al baño durante horas, generan otras carencias en sus vidas que, mientras sigan generando ingresos, no son las protagonistas de sus historias.

SOLAZ · 26 FEBRERO, 2023

Barberos informales en Caracas: en auge y al ras de la calle

Texto por Verónica De Sousa A.

Con una silla, un espejo, maquinillas, tijera y hojilla en mano, los barberos callejeros hacen su trabajo. Dicen que no necesitan agua, ni un techo; con un punto de luz es más que suficiente. La barbería informal se basa en cortes de cabello según el estilo que solicite el cliente.

Aunque poco pueden competir con las barberías tradicionales de la ciudad que, con infraestructura, pueden ofrecen desde el lavado de cabello hasta masajes, limpiezas de cutis y mascarillas faciales. En algunos bolsillos la economía se impone.

Los precios oscilan entre 3 y 5 dólares, pero para personas de la tercera edad podría ser menos. Incluso, se suele utilizar el trueque como una forma de pago; un artículo de comida, por un corte de pelo. 

En las esquinas, debajo de un puente o en un callejón, los barberos buscan cualquier rincón que les permita ganar dinero para alimentar a sus familias; la afluencia de clientes les motiva a creer que están en el lugar correcto. 

“Si te hacen buenos cortes y te tratan bien, te quedas con ese barbero sin importar el lugar”, dice uno de los clientes recurrentes de las barberías informales de la avenida Fuerzas Armadas. 

En Solaz, te contamos la historia de Carlos y Eduardo: dos barberos que han hecho del bullicioso centro de Caracas su lugar de trabajo.

Una moda caraqueña

En frente del edificio de la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (PDVAL), en la esquina Socorro de la avenida Fuerzas Armadas, Carlos atiende entre ocho y diez clientes por día bajo su toldo multicolor. 

Para estar en ese lugar obtuvo un permiso por parte de la Junta Comunal de la zona: una corporación cívica compuesta por los vecinos de la parroquia San José que, según la Ley de los Consejos Comunales (promulgada en el año 2006), le permite “al pueblo organizado ejercer el gobierno”.

Carlos dice: “Ellos son los que mandan y los que deciden si puedes estar aquí o no”. 

Egresado de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Carlos solía trabajar en la editorial de su padre, Monteavila Editora, hasta que fue expropiada por el gobierno de Hugo Chavéz. Luego, trabajó en Empresas Polar, hasta que renunció y decidió emigrar a Argentina donde se profesionalizó como barbero.

“El título no da dinero y afuera menos. Tienes que hacer una reválida y esperar años; eso no vale la pena. El dinero está aquí en la calle”, cuenta Carlos,  quien regresó al país en 2022, por motivos familiares, tras siete años en el sur.  

Mientras trabaja, vecinos de la zona lo saludan animadamente. Las personas de tercera edad lo abrazan y hablan con él un par de minutos antes de seguir su camino. 

“Me conocen como el barbero de los abuelos porque les cobro un dólar y medio; esos viejitos no hacen nada con 120 bolívares (aproximadamente 5 dólares para febrero 2023) al mes”, dice Carlos refiriéndose a la pensión por vejez que otorga el Seguro Social a personas mayores. 

Carlos afirma que su ingreso mensual no le alcanza para cubrir la canasta básica alimentaria, que para octubre de 2022 tenía un costo de 459,08 dólares, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación de Maestros (Cendas-FVM), pero “uno come lo necesario y está bien”. 

Trabajar en la calle

Eduardo aprendió a cortar pelo gracias a videos de YouTube. Aunque hizo tres cursos de barbería profesional, se define a sí mismo como un autodidacta con aspiraciones profesionales. 

Fue en plena pandemia por COVID-19 cuando se instaló en el estacionamiento Carabobo, cerca de la Avenida Urdaneta, y empezó a trabajar como barbero por comida.

Dos años después tuvo que buscar un nuevo lugar porque, según cuenta, las autoridades pertenecientes a la Alcaldía de Caracas “lo botaron” del establecimiento y empezó trabajar debajo del puente gracias a un amigo (que también es barbero). 

“Estuve seis meses llevando coñazos y pasando hambre. También tuve que vender mi moto para pagar la inscripción del preescolar de mi hija; pero no importa, lo material se recupera, ¿verdad?”, pregunta Eduardo mientras desliza la máquina por la parte baja de la nuca de su cliente. 

Es gracias al sistema eléctrico del elevado que la puede encender. Una extensión blanca pasa por encima de su cabeza y recorre la estructura hasta el otro lado del elevado, donde hay más barberos, y se pierde en una especie de grieta en la pared de la cual salen otros cables.

En el caso de Carlos, la electricidad proviene de un kiosco que se encuentra a unos pocos metros de su lugar de trabajo y que le suministra el servicio sin costo alguno.

Los barberos que trabajan debajo del elevado han ambientado el espacio para hacerlo lo más cómodo posible. De todas formas, Eduardo confiesa que prefiere los días soleados, pues los bombillos que han colocado no son suficientes; “es difícil trabajar aquí abajo”. 

El elevado de la avenida Fuerzas Armadas le ha permitido mantener a su familia durante el último mes, pero él solo piensa en trabajar en una barbería tradicional; “si me quedo aquí por mucho tiempo me acostumbraré a la calle”. 

Eduardo afirma que no hay inconvenientes entre las autoridades policiales y los barberos de la zona. “Son nuestros panas e incluso les cortamos el pelo”, asegura el barbero.

¿A qué se debe este fenómeno?

Un centenar de barberos ocupan las aceras de la avenida Fuerzas Armadas en un país donde ocho de cada diez trabajadores están en el sector informal, de acuerdo con datos presentados por Demetrio Marotta, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES), en un ensayo titulado “La informalidad laboral en Venezuela: definiciones, medición y desafíos”.

Como una forma de encontrar un espacio en el mercado para todos los potenciales empleados, la informalidad laboral forma parte de la historia urbana de Venezuela y su origen se remonta mucho antes de las últimas dos décadas revolucionarias. 

Las barberías callejeras resultan un oficio rentable para quienes están desempleado, no cuentan con el nivel de capacitación necesario para trabajar en un negocio tradicional o para los que prefieren trabajar de manera independiente. 

“¿Trabajarle a alguien más? Ni de vaina”, dice Carlos. Para él, el papeleo necesario para tener un negocio formal y los requisitos para trabajar en una barbería ya consolidada, sólo representan una pérdida de tiempo y dinero. 

Desde marzo de 2022 el sueldo mínimo en Venezuela es de 130 bolívares, de acuerdo al gobierno de Nicolás Maduro, lo que equivale a 5,33 dólares según la tasa de cambio actual (24,37 bolívares) del Banco Central de Venezuela. 

Trabajar en barberías tradicionales involucra ceder cierto porcentaje de la ganancia semanal, alquilar la silla de trabajo (por 30 o 50 dólares semanales) y contar con experiencia previa y clientes propios. 

Para los barberos informales trabajar en las calles tiene un costo diferente. Los días de lluvia, el calor de la tarde, el miedo por cuidar sus herramientas, la delincuencia o no ir al baño durante horas, generan otras carencias en sus vidas que, mientras sigan generando ingresos, no son las protagonistas de sus historias.

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