María Isabel y Gabriela Rosas García, egresadas de la Universidad Central de Venezuela, le compartieron a El Pitazo su experiencia al frente de la mayor emergencia sanitaria de los últimos 80 años. Ambas pusieron a prueba la capacidad, compromiso, ética y calidez que adquirieron durante su preparación en el sistema de salud venezolano. Su formación en una infraestructura colapsada fue parte del sello que las hizo distinguirse y enfrentar la contingencia por coronavirus sin perder las esperanzas y con la mirada puesta en el servicio, a prueba de todo

La pandemia por el nuevo coronavirus ha sido un reto para médicos venezolanos dentro y fuera del país. Lo novedoso de la enfermedad ha implicado horas de estudio, de sueño perdido, de desgaste físico, de colapso emocional, pero también una oportunidad inédita para demostrar el conocimiento, la mística y la ética con la que han sido formados en las facultades venezolanas. Los riesgos de contraer la enfermedad, que es considerada el padecimiento ocupacional de más rápida propagación de 2020 en el ámbito de la salud, o las horas alejados de sus familias, han pasado a un segundo plano.

En esta circunstancia de saturación de los servicios es donde una formación obtenida en un país en emergencia marca la diferencia. Esta cruzada ha retratado de cuerpo entero la forma como se ejerce la medicina en este lado del Caribe. Esa distinción les ha asegurado a María Isabel y Gabriela Rosas García un significativo papel en la gestión de la contingencia en Estados Unidos, país con mayor número de contagios y que acumula 25% de las muertes asociadas al COVID-19 en el mundo, según reportes de la Organización Mundial de la Salud, hasta este domingo 5 de julio.

Llegadas al principio de la década del 2000, las hermanas Rosas García, ambas médicas caraqueñas egresadas de la Universidad Central de Venezuela (UCV), no dudaron un segundo en ponerse al servicio de sus comunidades. A María Isabel, en Florida y Gabriela, en Nueva York, les tocaron situaciones distintas. Sin embargo, la voluntad, compromiso y abnegación les valió un lugar en la historia en medio de la peor crisis sanitaria en casi un siglo.

Las dos profesionales ofrecieron a El Pitazo el testimonio de su experiencia como personal de salud en la primera línea de combate a la enfermedad en un país ajeno, pero con urgencias que les hicieron recordar sus años de formación. Su vocación las llevó a lugares tan distantes como Puerto Ayacucho, en el estado Amazonas, y Queens, en el estado Nueva York. Y demostró que, en el aspecto humano, la pequeña localidad de Naples, en Florida, puede tener las mismas necesidades de atención que San José de Barlovento, en el estado Miranda.

Sana, sana, colita de rana

Con una especialización en Pediatría y otra sobre enfermedades infecciosas en niños, el destino de María Isabel Rosas García, egresada de la UCV en 2002, frente a la pandemia de coronavirus era claro. Reside en Estados Unidos desde hace más una década, de la cual los últimos tres años han sido en Naples, una ciudad ubicada en el condado de Collier en el estado de Florida. Allí Rosas García se dedica no solo a la atención de los casos. En sus años como estudiante de la Escuela Dr. Luis Razetti de la Facultad de Medicina de la UCV, consiguió una forma de ejercer la profesión por la que se distingue.

Al especializarse en la Universidad de Miami completó los créditos que en la reciente contingencia le han permitido desarrollar los protocolos de atención del COVID-19 en niños. La médica venezolana diagnostica, receta, vigila y ofrece su mirada cálida, reflejo de un espíritu de servicio acrisolado en la costa de Barlovento, donde culminó su formación académica. Sus dos posgrados y un paso por hospitales venezolanos le ensañaron a resolver en medio de la emergencia y a sanar, a pesar de la incertidumbre.

—¿Cómo ha sido su experiencia en la atención de niños con coronavirus?

—La ventaja que tienen los niños, si es que es hay alguna ventaja de todo esto, es que no se enferman tanto como los adultos. El número de niños que se enferma y necesita ir al hospital, realmente es muchísimo menor que el de los adultos y cuando se enferman les dan síntomas muy leves. Entonces, la mayoría no necesita ingresar al hospital y hay muchos que ni síntomas presentan. Pero igual pueden transmitir la infección. Por eso, por lo menos en mi caso, lo que he hecho es revisar toda la información nueva que va saliendo, escribir protocolos para mi hospital. Yo soy la única especialista en enfermedades infecciosas en el hospital para niños. Por lo tanto, me corresponde el desarrollo de protocolos; en los que se especifique cómo los vamos a tratar, a quién hay que hacerle el examen, qué hacer con los recién nacidos si la mamá es positiva para el virus y los pocos que hemos ingresado, cómo darles el tratamiento, ver quién necesita medicinas, quién se puede ir para la casa. Hemos visto y hecho de todo un poco.

—¿Cuáles son los desafíos que enfrentan los médicos venezolanos que ejercen su carrera en el exterior?

—Yo me vine a Estados Unidos dos años después de haberme graduado de Medicina. El reto, y creo que ahorita se han puesto más exigentes, es entrar al sistema de salud graduado de Medicina internacional. De hecho, hay muchos programas que, aunque no está escrito, porque tienen sus leyes de no discriminación, pero se sabe que no tienen médicos extranjeros en sus posgrados y es sumamente difícil. Se tiene que entrar al sistema haciendo investigación, o estar extremadamente bien conectado en el ámbito académico. Eso en sí mismo es el primer gran obstáculo, entrar. Después está el aspecto de inmigración, de la visa. Conseguir para qué visa hay que aplicar, si es una visa de intercambio, o una visa de trabajo. El hospital tiene que estar dispuesto a hacer el trámite para el tipo de visa que el aspirante vaya a aplicar. Yo me vine e hice mi posgrado en Miami, en la Universidad de Miami en el Jackson Memorial Hospital. Fueron tres años de pediatría general y después me quedé tres años más haciendo la especialidad de infectología en niños. En total estuve seis años.


Uno venía de Venezuela, habiendo atendido más de 30 partos en un mes. Aquí los protegen tanto que había gente que estaba el posgrado conmigo y nunca habían atendido un parto, nunca habían suturado a un paciente

María Isabel Rosas García, médica venezolana en Florida

—¿Cómo evalúa la preparación de los médicos venezolanos, dada su experiencia?

—La verdad creo que estamos muy bien preparados. Muchos de mis compañeros de promoción terminamos ejerciendo afuera, en Estados Unidos o en Europa, sobre todo España e Inglaterra. Estamos regados por todos lados. Yo estoy muy agradecida con el entrenamiento que recibí en Venezuela, en el sentido de que te daba confianza en ti misma. Por ejemplo, y esto les pasó a todos mis amigos, cuando quizás no te sabías la teoría de memoria, que podías decir la lista de aspectos técnicos recitada, pero sabías qué hacer. Te daban un paciente y tú decías; bueno, tengo que resolverlo, déjame ver cómo lo resuelvo y eso te obliga a asumir la responsabilidad de que las decisiones que tomas y cómo aplicas ese conocimiento. A veces, algunos de los que se entrenaron en Estados Unidos, como están muy precavidos, porque aquí hay muchas leyes, demandas. Es decir, uno venía de Venezuela, habiendo atendido más de 30 partos en un mes. Aquí los protegen tanto que había gente que estaba el posgrado conmigo y nunca habían atendido un parto, nunca habían suturado a un paciente, había muchas cosas que no habían hecho. Uno tenía más la confianza y la práctica y ellos mucho más la teoría. Eso te hace sentir bien preparado y, en general, creo que nos ha ido bien a todos los que estamos afuera.

—¿Qué le puedes decir a los médicos venezolanos que siguen en Venezuela y a los que les ha tocado enfrentar la pandemia?

—Les diría que confíen en su preparación. Están muy bien preparados. Yo sé que a veces no tienen los recursos, porque yo estuve en esa posición, que no tienes las cosas que necesitas para atender a tu paciente. Pero uno es bien creativo y yo sé que se las ingenian, buscan la manera. A veces, cuando empecé el posgrado, veía que mis compañeros se enrollaban por unas cosas; es que esto no lo hay y yo, pero bueno, en mí país resolvíamos como fuera y se me quedaban viendo incrédulos, luego veían que funcionaba. Entiendo que son tiempos difíciles. Me imagino allá debe ser mucho más frustrante. Me pongo en el lugar de ellos y, por ejemplo, yo aquí estoy leyendo qué es lo que hay que hacer y, sobre todo en mi comunidad, en mi hospital, que tenemos un montón de apoyo de la comunidad y es una población con dinero, pues hay los recursos. Entonces, me imagino en Venezuela la frustración de leer lo que se debe hacer, pero que no se puede aplicar porque no se tienen medios para hacerlos. Creo que, a pesar de eso, van a encontrar la forma y que, de alguna manera, van a hacer que funcione.

Sobrevivir para servir

Cuando en marzo el gobernador de Nueva York decretó la cuarentena total por coronavirus, Gabriela Rosas García, internista e infectóloga egresada de la UCV, era uno de los miles de casos positivos que justificaron la medida. La profesional de la salud, que completó sus estudios internada en el Amazonas en parte de su último año de carrera, pasó dos semanas en recuperación. Luego de experimentar en primera persona la infección, anticuerpos mediante, se puso a la orden como voluntaria.

La venezolana, formada en la Escuela Dr. Luis Razetti de la Facultad de Medicina de la UCV, fue asignada al hospital condado de Queens, un popular sector de la llamada capital del mundo. El área es conocida por su densidad poblacional, por lo que durante la emergencia por la propagación del SARS-COV-2 el aumento de casos ocasionó un caos, evidenciado en el colapso de los servicios de salud. Rosas García, quien llegó hace más de 20 años a Estados Unidos, está casada y tiene dos hijos, es una sobreviviente, que usando su experiencia aquí y allá para servir.

—¿Qué le dejó enfrentar la pandemia por coronavirus como médico fuera del país?

—El cubrir la pandemia me llevó a cuando estudié Medicina en Venezuela. Creo que la experiencia que adquirimos los médicos en Venezuela, en los hospitales públicos, nos ayudó mucho. Mi experiencia con enfermedades infecciosas, también. Fue esa la razón por la que, cuando me mudé a Nueva York, elegí las enfermedades infecciosas como mi segunda especialidad. Yo estuve enferma en marzo. A mí me dio COVID-19. Así que lo experimenté directamente. Una vez que me recuperé me fui como voluntaria con un grupo que se llama Medical Reserve Corps, que es un grupo de médicos voluntarios que hay en Nueva York. Nos llamaron para apoyar en los hospitales que habían sido más afectados en el área de la ciudad. Esto cubre Bronx, Queens, Brooklyn y Manhattan. Yo estuve de voluntaria en uno de esos hospitales, estuve en dos, pero en uno de ellos mucho más tiempo; en el hospital de Queens. La situación estuvo un poco caótica, porque creo que nadie está preparado para una pandemia de este nivel y menos en Nueva York, porque pensábamos que el sistema de salud podría aguantar la cantidad de personas que iban a estar enfermas. Pero estábamos preparados para la cantidad de personas que se enfermaron, aunque teníamos la experiencia de Italia y España, y sabíamos lo que podía ocurrir. Básicamente yo estaba encargada de ver los pacientes en emergencia.


El cubrir la pandemia me llevó a cuando estudié Medicina en Venezuela. Creo que la experiencia que adquirimos los médicos en Venezuela, en los hospitales públicos, nos ayudó mucho

Gabriela Rosas García, médica venezolana en Nueva York

—¿Cuál fue la experiencia más dura que vivió en esas semanas de emergencia?

—La experiencia más dura fue ver a pacientes que llegaban solos. Llegaban solos, asustados, aquí en Nueva York, la mayoría de la gente enferma no eran ancianos. Tuvimos mucha gente joven, de entre 40 y 50 años. Entonces, ver a adultos que eran saludables, que terminaron bien enfermos o muertos, creo que fue lo más difícil. También el miedo. Ver a toda la gente que llegaba a las emergencias estaba asustada y preguntaban si tenían buen pronóstico, si se iban a recuperar y, a veces, uno no sabía qué decir. La verdad es que la probabilidad es de un 50%. Muchas veces estaban bien, se descompensaban, terminaban intubados y una vez intubados, todos sabíamos que la mayoría no iba a salir de ahí. Yo creo que esa fue la peor parte, ver tanta gente enferma, gente llorando, la comunicación con los familiares a través del teléfono, todos llorando del lado y lado. Eso y la cantidad de gente que se estaba muriendo diario era lo que más afectaba.

—¿Qué aspecto destacaría del trabajo de los médicos venezolanos en el exterior?

—Yo creo que los venezolanos se han adaptado muy bien. Porque los venezolanos vienen muy bien preparados de las escuelas de Medicina de allá. Vienen con bastante experiencia, sobre todo si hicieron el rural y aquí nos han aceptado con los brazos abiertos. En realidad, en los hospitales que han tenido doctores venezolanos les agrada tanto cómo trabajan de duro los venezolanos que los siguen admitiendo en sus servicios. Aquí se reconoce lo fuerte que trabajamos, nuestra dedicación y que practicamos una medicina como se practicaba en el pasado, que es de diagnóstico, de tocar al paciente y de diagnosticar con pocas cosas, sin necesidad de hacer miles de estudios. También venimos con una sensibilidad especial, una compasión que aprendemos en los hospitales de allá.


En los hospitales que han tenido doctores venezolanos les agrada tanto cómo trabajan de duro los venezolanos que los siguen admitiendo en sus servicios

Gabriela Rosas García, médica venezolana en Nueva York

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