El individualismo y el COVID-19, la solidaridad obligatoria

La cuarentena para evitar la expansión del COVID-19 nos hace recordar que los logros sociales en la historia se deben al trabajo colectivo

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La pandemia nos hace recordar que solo siendo solidarios podemos superarla | Foto EFE

Han pasado 12 días desde la orden de cuarentena social en Venezuela, y pareciera que lleváramos mucho más tiempo aislados en casa. Esta medida necesaria se nos hace agotadora y odiosa. Salvo la experiencia del año pasado en este mismo mes por el apagón nacional, no habíamos estado obligados a permanecer en nuestros hogares por tanto tiempo. Aunque en aquella oportunidad había la posibilidad de mayor contacto social. 

Es en esta circunstancia que nos hemos topado con un gran dilema. El sistema produce personas que luchan día a día para demostrar ser mejores y más fuertes, incluso a costa de llevarse por delante a otros. No se trata de sacrificios, en la mayoría de los casos no es precisamente el sacrificado el que obtiene el “éxito" o el reconocimiento. En medio de esta pandemia, no nos puede extrañar que el individualismo sea el comportamiento inmediato de una parte de la población. La sociedad ha creado una «serialización» masiva de hombres y mujeres individualistas.

A dos semanas y con 24.090 muertos y 383.824 personas contagiadas en el mundo, además con el primer muerto por esta razón en el país, se ha hecho comprensible cumplir a cabalidad con la medida de aislamiento social. Aunque hay excepciones, al inicio de la crisis por la llegada del coronavirus era complicado lograr que la ciudadanía entendiera que mantenerse en casa era una medida de protección personal y colectiva. Muchos jóvenes ante la idea de ser más fuertes al virus y viendo que los más afectados eran personas de tercera edad, mantuvieron su rutina. La crítica no se hizo esperar, el llamado de atención y las campañas publicitarias fueron virales para que se asumiera la obligatoriedad de mantenerse a resguardo. 

Pero la humanidad es naturalmente social. Vivir aislados es impensable en esta época en la que además, las redes sociales nos llevan a interactuar hasta con quienes están a kilómetros de distancia y los likes y RT se han convertido en una medida de existencia social para muchos, autoproclamados individualistas. Ese ser individual e individualista, que no tiene otra forma de realización de sí más que en el reconocimiento social.

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La ética fragmentaria

Esta pulsión individualista, creada como derivación natural del sistema de relaciones sociales que padecemos, la vimos expresada de mejor manera en la compra compulsiva y sin sentido de gel antibacterial, tapabocas y papel toilet. Algo que además solo podían hacerlo personas con un mejor poder adquisitivo, que es minoría en Venezuela. La otra expresión se presenta en el aumento desproporcionado de precios de esos productos, a sabiendas de que aumentaría su demanda por la llegada del virus. Para el comerciante, la ganancia está en hacer efectiva una mercancía, es decir, cuando la vende. Mientras mayor sea su valor de cambio, mejor para él porque podrá aumentar el precio a discreción. Aprovechará cualquier circunstancia para hacer efectivas sus mercancías, aunque para ello apele a la especulación. No importa más que su éxito: mayor ganancia. 

El neoliberalismo como ética social tiene décadas haciendo estragos. No es solamente un modelo económico, tomando en cuenta que lo económico tiene incidencia social. Las formas de producción son básicamente formas de relaciones sociales y el neoliberalismo es también y principalmente un modelo de sociedad. Una en la que los lazos sociales se rompen porque el principal objetivo de la gente es individual, el logro personal, el “éxito", entendiendo a éste como mejores condiciones de vida personal para mayor capacidad de acumulación, o como se expresa en última instancia en la mayoría de la población, en mayor capacidad de compra de bienes y servicios. 

Ese rompimiento podemos llamarlo también fragmentación. Vivimos en una sociedad fragmentada por sus relaciones sociales, en ese interés individual que priva sobre el colectivo; el querer estar bien y a salvo sin que importe si el otro lo esté, o incluso a costa de él. Pero esa fragmentación la vemos igual en las instituciones del Estado. La disminución de gasto social ha generado que los espacios en los que el llamado Estado de Bienestar invertía para garantizar condiciones de vida mínimas (hospitales, escuela, seguridad social), ya no estén en condiciones de hacerle frente a situaciones de crisis como la actual. 

Los sistemas de salud pública han sido abandonados –sobre todo en Venezuela, aunque otros países no escapan de ello– y la salud privada ha asumido un amplio rol de atención. Con ella, los servicios de aseguradoras se han convertido en alternativa para un sector social cada vez más reducido; una opción que ya ni ofrece eficiencia y calidad, pero que definitivamente no puede procesar la atención de una crisis por pandemia mundial, porque no tiene capacidad ni sentido de existencia, además porque la gente no tiene los recursos para pagar. Es ahora que podemos vislumbrar el daño que han ocasionado las medidas de recorte presupuestario y disminución de gasto social en el área de salud. No tenemos cómo enfrentar social y colectivamente una pandemia. 

Pero no queda allí. En el ámbito educativo, padecemos la incapacidad de la Escuela para adaptarse y aprovecharse de la tecnología para avanzar en los contenidos. No porque no quiera o no pueda, sino porque no todos los niños, niñas y adolescentes (NNA) y maestras tienen igual acceso a los medios digitales y al internet. No todas las familias tienen condiciones que favorezcan procesos internos de comunicación y asertividad para asumir roles educativos y pedagógicos, que luego preparen a los NNA para la vida. Vemos entonces a madres y padres imposibilitados de herramientas para ayudar a sus hijos e hijas en las actividades, pero además en muchos de ellos la creciente preocupación por no tener ingresos económicos que permitan resolverlo, ya que viven al día. 

El sistema educativo tampoco tiene la capacidad de coordinación para adelantar un plan de emergencia ordenado y coherente. Conocemos de NNA que se quejan porque las actividades planteadas, casi todas, tienen que ver con el coronavirus y no con contenidos académicos. Pero lo peor de todo, es que la mayoría no tiene acceso a internet o teléfonos inteligentes con datos para enterarse de esas actividades académicas y mucho menos para poder desarrollarlas, quedando así en una fragmentación por exclusión involuntaria. 

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El neoliberalismo ataca con fuerza a los más dependientes

En países como España y hasta la propia China vemos complicaciones para enfrentar la crisis por esta cepa de coronavirus. Conocimos de situaciones de poco abastecimiento, de incorporación de más profesionales para atender la magnitud de pacientes y en buena medida responden, pero no pareciera existir maltrato a la población que se atiende en general, y el sistema de salud público aún soporta la pandemia.

Lamentablemente no es nuestra realidad. La fragmentación se percibe con más claridad en los países dependientes y destruidos como el nuestro. Los más afectados por las medidas neoliberales de décadas anteriores, los que directamente aplicaron las medidas de organismos como el FMI en los 80 y 90, o que mantuvieron la misma lógica aunque cambiándole el nombre o cambiando a los prestamistas, como pasó desde 1998 hasta la fecha en Venezuela, son los países dependientes de la industrialización y desarrollo de otros.

En estos países las consecuencias son más drásticas. Se identifican las rupturas que en ocasiones se solapan. Por ejemplo, se mezcla la fragmentación social e institucional cuando una enfermera le niega la atención a una familia porque no cuenta con los recursos materiales para su ingreso, y estando en una posición de poder decide a quién se atiende y a quién no. O cuando una doctora maltrata a una madre que no tiene cómo comprar el medicamento o insumos para la atención de su hijo, haciéndola sentir culpable de una crisis que provocaron otros. Allí se pierde todo, hasta la humanidad… 

El neoliberalismo ha profundizado la desigualdad social y ésta se convierte en el invisible operador social que trabaja desde el miedo, haciendo que aceptemos cualquier condición para poder trabajar, recibir atención médica, sentirnos parte del mundo y tener una esperanza de llegar al tan anhelado “éxito". Como plantea Wendy Brown, el neoliberalismo no nos devora como un león, más bien lo hace como un termita, nos corroe y cuando nos damos cuenta, estamos destruidos, rotos y cuesta volver a armarse. Nos deshumaniza.

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Pero la naturaleza nos salva

La naturaleza pareciera sabia. Así como logró que el hombre identificará su capacidad para transformarla a partir de su propia condición de debilidad, lo que permitió el avance y la transformación de la especie hasta alcanzar el nivel de desarrollo científico tecnológico que tenemos, asimismo la naturaleza genera los procesos que objetivamente nos ponen en jaque y cambian las subjetividades, produciendo providencialmente las condiciones objetivas y luego subjetivas para una nueva transformación. 

Hoy, una pandemia nos empuja hacia la conciencia de que los humanos, solo siendo humanos y solidarios, podemos sobrevivir. Hoy está pandemia nos ha dados varias lecciones. Primero, nos ha demostrado lo vulnerables que somos aunque tengamos todo el dinero del mundo. Humanamente somos iguales e igualmente vulnerables. Luego, nos ha obligado a concienciar la importancia de nuestras acciones en la vida de los otros; nos ha hecho más solidarios y nos ha empujado a tener un pensamiento desde lo colectivo, la importancia que tenemos como individuos pero que formamos parte de una sociedad en la que todos somos engranaje. Nos ha obligado a ser solidarios pero también nos ha permitido frenar nuestro apresurado mundo, parar, respirar y descansar y en medio de ese stop. Nos hace pensar sobre qué somos y qué hacemos, nos ha permitido valorar el tiempo libre, la reflexión y la familia. También nos ha hecho pensar que hay un mínimo de cosas necesarias para que estemos bien y que lamentablemente hoy no tenemos y que si salimos de esta, que así será, debemos trabajar para conseguirlas. 

Esta pausa debe permitirnos recordar que lo que la sociedad ha logrado hasta hoy ha sido a pulso y con lucha colectiva. Si no lo has pensado aún, la idea es que hoy lo pienses. Porque lo que queremos construir como sociedad para ser más fuertes a los embates de la naturaleza, supone lucha y decisión, lucha unida y solidaria por un mundo más humano y justo. Y como nos recordó una estudiante de Trabajo Social de la UCV en un encuentro virtual que tenemos la oportunidad de hacer -afortunados todos- en medio de la cuarentena: «Mientras haya ricos en el mundo, habrá pobres (y por ellos hay que trabajar, es nuestra profesión)». Y agregué yo: «hasta que logremos transformar esa realidad para siempre».

Angeyeimar Gil es docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela. Trabaja como investigadora en Cecodap y en la Redhnna. @angeyeimar_gil.

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