Inconclusa democracia

En la actualidad privan más logros individuales que dedicarse a la vida política en pro de objetivos colectivos. Lo importante es buscar el consenso

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| Foto Pexels

Por César Mogollón

El concepto de democracia es antiguo, aun cuando su uso generalizado se remonta a siglos recientes, marcando como hito la revolución francesa. Las flameadas consignas de libertad, igualdad y fraternidad son símbolos de la irrupción democrática.

La antigua Grecia nombraba idiotas aquellos que desdeñaban de la cosa pública (la polis), retraídos en la vida individual. Ahora 2.500 años después el concepto parece haber girado a la inversa, los preocupados por los demás, atentos al acontecer de un país, dedicados a construir ciudadana, son representados como ingenuos y románticos sin sentido. La vida individual y la competencia perpetua, el sálvese quien pueda, es el mecanismo justificador para definir la ciudadanía entre exitosos y fracasados.

Desde la democracia liberal (actualmente hegemónica en occidente) se ofrece a los Estados un sistema político de consenso y contrato social sin los excesos del absolutismo y modelos autoritarios, que prometen solidez en el poder al sacrificio de las libertades ciudadanas. Establecer un modelo democrático no deriva en prescribir los conflictos por vía del diálogo, es enfrentar los conflictos por vías pacíficas.

Ciertos optimistas piensan que mediante una democracia dura es innecesario el conflicto. Asocian el conflicto a sociedades oprimidas en autoritarismos o sistemas democráticos todavía en progreso; en un Estado con equilibrio de poderes portentoso el malestar social sería el recuerdo de un pasado tumultuoso.

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En años recientes hemos observado que el monopolio de la protesta social se circunscribe más allá del “tercer mundo". Las crisis financieras periódicas y las plataformas populistas en el norte de occidente plantean que la democracia en países desarrollados es un reto inconcluso. PIB y rentas per cápita altos traducen parcialmente el verdadero sentir de un pueblo. La economía de consumo y desregulada tan vitoreada desde los 80 no pudo anular los intereses políticos de la gente, así como el comunismo fracasó en planificar la vida de la gente, el capitalismo en clave neoliberal tampoco pudo vencer las tensiones y aspiraciones de sus sociedades.

Una democracia incapaz de observar sus errores, presentándose como idílica, es causa que abre la rendija para los autoritarismos mesiánicos, la transparencia institucional y el fomento de una sociedad civil regulada al poder.

Los conceptos políticos también evolucionan a medida que las demandas cambian. Lo democrático en el siglo XIX al XXI es un largo camino de regresiones y avances, en ocasiones excesivamente maniatado por la economía. Los adelantos económicos y tecnológicos por el capitalismo se inspiraban en una sociedad con altos grados de satisfacción social por el consumo masivo de bienes y servicios, siendo irrelevante la acción militante en la política.

En la otra cara del espejo, el comunismo soviético levantaba las banderas de la sociedad sin clases en nombre de la igualdad, o sea la lucha de clases se daba por terminada; la senda del progreso económico era infinita bajo el poder del proletariado con la batuta en la dirección del partido comunista.

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Por consiguiente la ortodoxia economicista capitalista y comunista encontraron en sus mismas raíces contradicciones, grupos de intereses, excluidos, diferentes perspectivas, inevitables de ocultar con cifras o decretos. El nazismo y el fascismo se criaron bajo democracias parlamentarias, en naciones que a pesar de sus crisis eran figuras del capitalismo moderno y en la cúspide de la innovación del conocimiento científico. La economía o la tecnología naufragan al sustituir a la política, más la política puede emplear de las dos con fines ideológicos.

La construcción de consensos se origina a partir de la aceptación de los disensos, la diferencia de una democracia con el autoritarismo es que en democracia el pluralismo ideológico es libre y en el otro es clandestino. La dictadura mas férrea puede utilizar todas sus fuerzas de represión para que las ideas diversas carezcan de vías de comunicación, pero jamás las puede eliminar, ya que es innato del ser humano pensar, es nuestra característica de homo sapiens, las cosas que hacemos desde hace milenios dejaron de ser por instinto para ser reflexionadas en una lógica pensante.

Los seres humanos pueden compartir intereses, sin embargo sus neuronas son distintas y cada razonamiento se realiza por vía individual. Monopolizar el sentido con regímenes dictatoriales es una utopía, si la paz está en peligro en democracia, en las dictaduras están cerca de la hecatombe. En democracia los enfrentamientos son visibles y la guerra puede ser prevenida, mientras en la dictadura el conflicto está amordazado con policías del pensamientos en constante revisión de voces disidentes, que a la primera en escaparse los resultados pueden ser radicales y sangrientos (revolución francesa, revolución bolchevique, caída del fascismo y el bloque soviético).

Es legítimo combatir las ideas del contrario con argumentos, indicadores, denuncia, sea de manera pública o privada, todos tienen libertad de crítica a cualquier corriente ideológica y adherirse o no. Mas criminalizar o ilegalizar una forma de pensar es lo deleznable. Ya decía Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". Luchar por los derechos de uno es hacerlos por los del otro, porque la democracia es una obra colectiva, que a través del tiempo suman nuevos obreros del pensamiento en su construcción.

César Mogollón es dirigente político del Movimiento Político Nacional Alianza Centro. @CESARMOGOLLONG

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