There are no dangerous weapons; there are only dangerous men
Robert Heinlein. Starship Troopers
Por Juaquín Ortega
La crisis de la política actual pasa por digerir los actos de guerra. Ya sea un evento accidental o una tarea con propósito determinado, la pandemia del coronavirus tiene un lugar de los hechos y unos actores definidos: Wuhan y la China comunista.
Preservación y propaganda
Frente a la realidad que se le avecina el Estado, visto desde un escenario ético, debe apelar a la preservación de la sociedad que le da vida, pero ineludiblemente necesita autopreservarse primero. En un avión que pierde altitud nadie puede ponerle la máscara de oxígeno a su compañero, si él no se ha cubierto primero nariz y boca. Gestionar o hacer gerencia en momentos de excepcionalidad resulta un reto, sobre todo frente a las libertades políticas. Quienes primero caen en una guerra son la verdad, diría Orwell, y en cascada se viene abajo la libertad de opinión, de reunión, de libre tránsito y en especial el derecho al disenso. Esto es, en democracia, no aceptar las verdades potencialmente vueltas propaganda por cualquier discurso oficial.
El caso venezolano
En el caso venezolano sufrimos una serie de desequilibrios generados por la transformación de un sistema político democrático a uno con todos los atributos del autoritarismo, el totalitarismo y la hegemonía de comuna biopolítica. Actualmente, frente a este momento de excepcionalismo político existencial enfrentamos una situación excluyente: aquellos quienes saben de salud no tienen el poder, y aquellos quienes detentan el poder carecen de las experticias sanitarias para enfrentar el brote, no solo del COVID-19 sino de cualquier otro evento endémico en territorio nacional. En el transcurso de las últimas semanas hemos visto medidas mejor o peor replicadas de las experiencias china, rusa, italiana y surcoreana, más o menos trazadas para el resto del mundo, desde el manual de la Organización Mundial de la Salud.
Ante éste contexto de medias verdades políticas compramos y vendemos bajo el marco de un mercado ineficiente, donde los actores económicos en toda la cadena de producción cuentan con información imperfecta, se enfrentan a precios que no reflejan el valor de las cosas… y nos comportamos como agentes racionalmente irracionales; esto es, queremos cruzar una calle, pero elegimos hacerlo con la luz en rojo. Algunas teorías tanto de decisiones como de interpretación de los flujos económicos dirían que: “es mejor no hacer nada, cuando no hay nada qué hacer". Pero por el contrario, sabemos que justamente en mercados ineficientes para el gran público (corruptos, interventores, formateados bajo el marco de los ilegalismos, el mercado negro, las deseconomías de divisas y los criptoactivos excluyentes) es cuando mejor se entienden las estrechas relaciones entre política y manejo borroso de ofertas y demandas.
Si hay que hacer lo que nadie está haciendo ¿Qué debemos hacer?
Primero que todo hay que calmarse y pensar en frío. Segundo hay que desarrollar estrategias de micropolítica: darle sentido al pequeño opinador, al votante potencial, al elector apagado, al comprador descapitalizado, al pequeño inversor, al que campea el temporal con un paraguas roto. Por ello, el valor de la ética, en especial la búsqueda del bien común, resulta esencial. Destacar lo mejor de la democracia republicana enfocada en la explicación del tiempo que vivimos, sin medias tintas ni dilaciones. Ya sea desde la clase política, las ciencias sociales, el sector empresarial o los macroeconomía se tiene la oportunidad de hablarle a las audiencias requeridas de insumos para la comprensión.
Si los tiempos de crisis generan una demanda de sentido de seguridad es el momento en donde tácticamente cualquier Estado precisa de planes cortoplacistas que tranquilicen, prevengan y se preparen para un asistencialismo preponderante, pero que no sea el único dentro del libre mercado. Cooperación y coordinación para un mundo libre, así ese mundo esté pasando por un momento de ruido antidemocrático.
Perdedores, ganadores, oportunidades y amenazas
Las defensas democráticas se bajan ante el dirigismo del golpe y la intimidación, así como las depresiones emocionales afectan al sistema inmune. Frente a nosotros tendremos quiebras, nuevas deudas, nuevos inicios, el papel moneda tendrá una prueba de fuego si el miedo a los gérmenes o en este caso al virus tiene un correlato con su propia existencia física. En fin, primer mundo y países en desarrollo encararán de maneras distintas los desafíos: nuevos productos financieros, nuevas vacunas, endurecimiento o desempolvamiento de leyes de tiempos de guerra. La agenda 2030 impulsada por el vaticano, la reforma educativa a través del llamado pacto educativo global, el fin de las fronteras o el nacimiento de nuevos muros, ahora biológicos o sanitarios tienen intereses propios que no pueden aceptarse sin discusión. No es lo mismo la política en tiempos de guerra, que en tiempos de paz… o peor aún, en tiempos de guerras no declaradas.
Conceptos como estado de excepción, estado de sitio, toque de queda, ley marcial (pero ahora en dimensiones globales también están desplegándose en tiempo real). Los efectos de éste programa de crisis mundial que actualmente corre comunicacionalmente son evidentemente económicos, psicológicos, y físicos. Las guerras psicológicas se ganan primero en la mente y luego en los espacios geográficos. Empresarios, políticos, decisores son más que nunca los contendientes por los insumos y su lugar frente al reacomodo de los mercados, dependerá de si se asumen como cola de ratón de los efectos, cabeza de león de las causas o navegantes de un mar picado, pero navegable.
Joaquín Ortega es creativo y consultor político. @ortegabrothers
El Pitazo no se hace responsable ni suscribe las opiniones expresadas en este artículo.
DÉJANOS TU COMENTARIO