A ver si se entiende, porque no es fácil. El domingo pasado hubo elecciones en Venezuela para elegir gobernadores y representantes a consejos legislativos de 24 estados (incluyendo al territorio de la Guayana Esequiba como una entidad nueva, de estreno) y 285 diputados a la Asamblea Nacional. Según las cifras aparentemente oficiales del CNE (las que se han regado por las redes y aparecen en Wikipedia) la participación popular en los comicios -sobre un registro de votantes de 21,5 millones de personas- fue de 27,96% a la Asamblea, o poco más de 6 millones de votos válidos, de los cuales el 83,42% fueron a favor del oficialismo. Sin embargo, el primer boletín oficial del mismo CNE, que fue televisado a todo el país a las 11:40 de la noche del día 25 de mayo, informó de unas cifras diferentes. El Vicepresidente del Consejo Electoral, responsable y voz cantante del reporte, comenzó por decir que con un escrutinio del 93% de los votos y una participación del 42,63%, lo que habría fijado el número de votantes en 9 millones, el Gran Polo Patriótico Simón Bolívar (GPPSB) había sacado el 82,68% del total de votos a la Asamblea, o 4,5 Millones (sic). Pero el 82,68% de 9 millones es 7,4 millones, lo que quiere decir que estaba sobreestimada la participación o estaba mal sacada la cuenta del porcentaje de votos del oficialismo o –lo más probable- ambas cosas.
Por su lado, diversas fuentes de opinión iban informando los estimados de votantes a medida que pasaba el día, mientras las redes sociales transmitían la soledad y ausencia de gente en los centros de votación de buena parte del país. Al final, y esto sale de fuentes no oficiales porque el CNE no ha publicado las cifras ni ha enseñado actas ni se puede acceder a su página web, el porcentaje de participación calculado por entes independientes estuvo entre el 12 y el 13%; o sea, unos 2,6 a 2,8 millones de electores se presentaron a las casillas y marcaron su preferencia política en las maquinitas.
Cifras de votantes aparte, la elevada preferencia del soberano elector hacia los candidatos del GPPSB (regresamos a las cifras del CNE) resultó en una mayoría abrumadora del chavismo, tanto en la Asamblea (253 diputados de 285) como en las gobernaciones (23 de 24 gobernadores; apenas Cojedes quedó en manos de la supuesta oposición que nominó candidatos). En pocas palabras, e independientemente de que se cuenten más o menos votantes, el PP arrasó con los puestos de elección y se aseguró unos años más de hegemonía y dominio.
Se pueden creer los resultados oficiales? Por supuesto que no. La verdad está mucho más cerca de una abstención superior al 85%, en línea con lo que dijeron las encuestas y las imágenes despobladas de los centros de votación. En cuanto a la validez de los votos que consiguió el chavismo, después del 28 de julio de 2024 las cifras del CNE son tan creíbles como el terraplanismo y el cuento del gallo pelón, pero sucede que, en la práctica, los resultados que declaman los que ocupan el palacio de Miraflores, manejan los dineros de la nación y mandan en las fuerzas armadas, son los que cuentan y los que disponen quién entra en el parlamento y quién ocupa las casas de gobierno en los estados.
Para reforzar la postura de los que mandan, la represión va en escalada: después del 25 de mayo hay al menos 70 nuevos presos políticos, a la vez que se declararon a las ONG Foro Penal, Provea y Médicos Unidos como sospechosos de terrorismo y de urdir un plan para sabotear las elecciones, si es que alguien se lo puede creer. Pero aquí no hay nada nuevo. Es la ya conocida y utilizada estrategia de pisar el acelerador del miedo cuando el momento es difícil o cuando queda en abierta evidencia la falta de instituciones que garanticen el estado de derecho.
La gente acudió al llamado de la oposición real, la que no pacta, y se quedó en su casa. No jugó al juego electoral. Se abstuvo con ganas y con principios. Quedó clarísimo, por si no lo estaba, que el voto no vale en el chavismo. La mayoría sigue ahí, donde debe estar, en el lado correcto.