Este martes a la medianoche se produjo un ataque sorpresivo, violento, contra madres y familiares de presos políticos, quienes aguardaban de forma pacífica frente a la sede del máximo tribunal de justicia del país. Clamaban información sobre sus hijos y familiares.
Pandilleros de rostro cubierto, armados, asaltaron el lugar, desplegaron su fuerza agresiva, destructiva, contra las pacíficas mujeres, sus familias. Desbarataron las escuálidas carpas, golpearon, y los despojaron de sus pocas pertenencias. Cualquiera se percata que cumplían órdenes de jefes y proveedores, estrategas del mal y la destrucción, promotores de la ola de miedo, contra el noble y sufrido país.
Este indignante acontecimiento nos pone una vez más frente a la tomografía de alto contraste de cómo se expresa, manifiesta, la sociedad venezolana en la situación que atravesamos. Se distingue claramente por un lado la atrocidad, crueldad mayor, de una minoría arbitraria, su violencia e impunidad, que quiere perpetuarse en el poder. Dos espacios sociales, de desigual fuerza, se expresan en el país. Las dos giran alrededor de la afirmación de la libertad y la democracia o su negación.
La mayoría ciudadana que expresó su voluntad soberana el 28 J., reclama libertad y democracia para vivir en paz y prosperidad, y los que reprimen esa libertad para someter y usufructuar la nación de todos.
En ese país perseguido, atropellado, encarcelado, al cual no han podido corromper totalmente ni destruir moralmente, resplandece el ejemplo de las madres de la libertad, como propongo que las nombremos. Merecen el apoyo de la nación para corresponder su abnegación, entereza moral y afectiva por la familia, lo más profundo y bueno de una Venezuela en libertad y democracia .