Una telenovela venezolana de los años 60 o 70. Aquellas en las que había malos-malos y buenos-buenos; con protagonistas impecables, que se mantenían siempre en su papel, y actores secundarios y extras que se cambiaban y pasaban de malos a buenos o al revés, o se quedaban en el medio.Eran historias en las que no importaba que uno dejase de ver 30 capítulos, porque las volvía a sintonizar y en un momento se enteraba de cómo iban las cosas: los personajes y la trama se repetían una y otra vez hasta el fin de los tiempos (o sea, hasta el último episodio) y los espectadores fogueados reemplazaban el streaming de hoy con el conocimiento del ritmo y la secuencia típica de lo que se contaba. A eso se parece el escenario político venezolano de estos tiempos, pero con una marcada diferencia. Los guiones de las telenovelas de aquellos años siempre se las arreglaban para llegar al final feliz. Ganaban los buenos, el muchacho virtuoso y rico se casaba con la doncella honesta y pobre, los malos se quedaban fuera de juego o recibían su castigo y los espectadores se sentían satisfechos de haberse tragado doscientos o trescientos días de culebrón porque al fin el desenlace era el que todos querían.

En la política criolla el final feliz aún está por verse, a pesar de la cantidad de episodios que han pasado en estas dos décadas y media y las oportunidades en que hemos estado ahí a puntico de que los buenos ganen la partida y se lleven las medallas a su parcela. Pero sucede que siempre no, como dicen en México. Lo que ocurre hoy es la repetición de cosas que hemos visto tantas veces en el pasado: el diálogo que resultó en un acuerdo que el régimen no respetó; los presos políticos que salieron de la cárcel para que entraran otros en su lugar; unas promesas de elecciones limpias y transparentes que no se quieren cumplir; la cantidad de maniobras del régimen para confundir a la gente y las amenazas a la oposición desde los reinos del poder, incluyendo los amagos de violencia física. El déjavu, una y otra vez, de la telenovela trágica que comenzó a transmitirse al despuntar el siglo.

Es cierto que se presentan algunos hechos novedosos en estos días. La candidata opositora a las elecciones presidenciales de 2024, perfectamente legitimada por los votos de más de 2 millones de personas en las primarias de octubre pasado, le ganaría de calle al candidato chavista si las elecciones fueran limpias, según todas las encuestas. En este sentido, nunca un contendiente de la oposición había tenido una ventaja tan clara sobre su rival oficialista, y nunca desde que gobiernan los rojos se había producido un fenómeno electoral como el de María Corina Machado. Pero nada de lo que ha ocurrido garantiza que el final feliz esté a la vuelta de la esquina.

Hace un mes escribí en este mismo espacio que el escenario más deseable en la próxima jornada electoral, que sería el de unas elecciones libres donde gana la oposición, seguidas de una transición pacífica y la entrega del poder a la ganadora, se veía cuesta arriba. Y el régimen lo está demostrando. La chapucera inhabilitación a Machado más la detención de varios de sus colaboradores y el discurso agresivo, soez y primitivo que sale de la sargentada no deja dudas. El chavismo no va a salir de su búnker porque el 80% de la población así lo quiera. Pero eso no quiere decir que el juego es botar tierrita y vamos a ver qué le parece bien al régimen para ponérselo en bandeja. No; el juego debe ser todo lo contrario. Hay que mantener la candidatura que se decidió en las primarias y llevarla hasta el final ¿Y cuál es el final? No se sabe, pero hay que caminar en esa dirección para averiguarlo. Por supuesto que este camino es el de mayor incertidumbre y riesgo, pero es el único que tiene alguna posibilidad de éxito. Cualquier desvío le cedería al régimen la condición de elector y le daría la ventaja definitiva de escoger al candidato opositor más dócil -alacranes incluidos- y escabullirse de lo que decidió la gente en las primarias. No será nada fácil, de más está decirlo. Pero es que si fuera fácil estaríamos en democracia.

 

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