Eran alrededor de las 2:30 a.m. cuando en Karma Experience Club escucharon lo que tanto esperaban. "Quisiera saber, si entre tanta gente, nadie cómo tu, reggaeton con gusto..." Oscarcito se encontraba justo en la puerta de entrada y en el interior de la disco todos celebraban.
La emoción era evidente la mayoría había llegado alrededor de la medianoche y en la ciudad ya todos hablaban del evento que marcaba un hito. Primero hay que destacar que era la segunda noche de Karma Experience Club, quien se suma a la movida nocturna de una Valencia que está haciéndose hueco en la escena nacional compitiendo con los shows de Caracas.
Apostar por la nostalgia, es sin duda alguna una forma de llamar a un buen público, uno con poder económico. Se trata de esa generación que pasa de los 30 y ronda ya casi los 50 y que vivieron en su juventud los ritmos de Oscarcito durante sus etapas.

Mejor que eso era la idea de un concierto en íntimo. Lejos de las multitudes y los empujones, Oscarcito estaba cerquita, en una tarima a alcance de todos y con una climatización que impedida sudar a pesar de todos los bailes de una noche inolvidable como esa.
Las entradas partían desde los 50 dólares. Pero también estaba aquellas para quienes apostaron por las mesas. Estas rozaban los 600 dólares. Más allá de precios la noches se convirtió en un desfile de estilos: brillos, camisas abiertas, perfumes dulces, tacones afilados y esa seguridad del adulto joven que ya sabe qué música es la suya, cuál lo marcó y cuál quiere volver a escuchar sin filtros ni nostalgias baratas. No era una noche para descubrir nada nuevo: era una noche para reconectar.
Cuando las luces se atenuaron, el murmullo desapareció como si alguien hubiera bajado un switch. Oscarcito apareció en el escenario con esa mezcla de carisma y picardía que le ha funcionado toda la vida. Saludó, rió, probó la acústica, hizo un guiño. Y la gente —gente que ya no improvisa fiestas en apartamentos, sino que coordina grupos de WhatsApp con horarios y babysitters— respondió como si volviera a los 20.

Pero "Reggaeton Con Gusto" fue solo el abreboca para más de una hora de show. Oscarcito ofreció éxitos como: Tumbayé, una decisión tan lógica como efectiva. Es el tipo de canción que no necesita introducción, porque el cuerpo la reconoce antes que la memoria. El beat entró limpio, el club se iluminó de colores y las manos se levantaron sin que nadie las mandara. Era el aviso de que esta era una noche para bailar, no para observar.
Si algo distingue los conciertos íntimos de Oscarcito es su manejo del ritmo emocional. Bajó las revoluciones para regalar uno de los momentos más coreados: Tú eres perfecta. Varias parejas se tomaron de la mano; otras simplemente grabaron con cierto temblor en la voz. La canción activó recuerdos silenciosos y esa sensibilidad adulta de quien ha amado más veces de las que admite.
Quizás el instante más intenso ocurrió con Besos de Chocolate. El público no solo cantó: gritó, rió, bailó, se abrazó. Fue el reclamo de una época que muchos creían lejana, pero que esa noche regresó completa, como un flashback controlado. Oscarcito jugó con la banda, extendió la canción, pidió palmas, dejó que el público coreara solo dos estrofas completas. El club vibraba, literalmente, como si cada mesa fuese parte del sistema de sonido.

La noche tomó un tono ligeramente más íntimo con No te tengo a ti, que funcionó como una pequeña catarsis colectiva. Hubo quienes se quedaron quietos escuchando, quienes grabaron en silencio, quienes cantaron como si se estuvieran desahogando por segunda vez en una década. La voz del cantante sonó limpia, sin artificios, respaldada por un público que conoce cada inflexión de ese tema.
La nostalgia alcanzó su pico emocional cuando el artista decidió hacer un guiño a la época de Franco & Oscarcito, interpretando fragmentos y mezclas rápidas que el público recibió como si le devolvieran un recuerdo extraviado. Tú eres la mujer fue el más celebrado. No había celulares arriba: había manos y cuerpos moviéndose, celebrando una parte de la historia musical venezolana que se resiste a perder vigencia.
Oscarcito hizo una pausa mínima en donde dejó a sus músicos tomar el protagonismo mientras agregaba a su indumentaria unos lentes y guantes con laser para dar inicio a la que quizás es la canción más icónica de su repertorio. Los primeros acordes de El Hacha hicieron que más de uno se mirara con cara de “te dije que iba a sonar”. El público, mayoritariamente de 30 y 40 años, la recibió como un reencuentro íntimo con su propio soundtrack juvenil. El coro se volvió un unísono contundente, algo que el cantante aprovechó para soltar bromas, improvisar frases y jugar con el público. Aquí ya la noche estaba encendida.

El club: el segundo protagonista
Mientras Oscarcito dominaba el escenario, Karma Experience Club mostraba su carta de presentación sin pedir protagonismo. Un sistema de luces envolvente que respondía a los cambios de ritmo, pantallas que daban textura visual sin saturar, barras de autor que parecían diseñadas para ser vistas, fotografiadas y consumidas. El espacio se notaba nuevo, pero con ambición clara: competir en una liga donde la noche es espectáculo, no solo consumo.
El público hablaba del cantante, sí, pero también del local, de su distribución, del sonido que no retumbaba sino que envolvía. Era evidente que más de uno ya estaba planeando su próxima visita.
Cuando el concierto terminó, Oscarcito dejó una sensación precisa: la de haber devuelto algo que estaba guardado desde hace tiempo. Afuera, la ciudad recuperaba su ritmo, pero los asistentes salían con una sonrisa distinta, más relajada, más luminosa.

Oscarcito representa la segunda noche de un club que quiere abrirse paso en el mundo nocturno de Valencia. Ya lo decían durante su inauguración
La inauguración de Karma Experience Club no fue solo un acto de apertura. Fue una declaración de intenciones. Y Oscarcito, con su catálogo preciso y su control absoluto de la nostalgia y el ritmo, se encargó de escribir la primera página con tinta brillante.
En medio de ese ambiente vibrante, Andrea Martusciello, representante de la marca, tomó la palabra para explicar por qué este espacio existe y por qué su llegada está generando tanto ruido en Valencia.
Martusciello habló con la convicción de quien sabe que está presentando algo grande, algo que la gente venía esperando sin saberlo. Contó que este proyecto nació con la intención de ofrecer a los venezolanos una experiencia completamente distinta, de alto nivel, alejada de lo que solemos encontrar en la movida nocturna tradicional. Era fácil creerle: bastaba con mirar alrededor y ver cómo el club se desplegaba como un escenario inmersivo, lleno de detalles pensados para sorprender.

Dijo que estaban felices, realmente felices, de recibir a toda la ciudad en este nuevo espacio. Lo describió como un punto de encuentro para valencianos y visitantes de todo el país, un lugar donde bailar, compartir y vivir momentos que se recuerden. Mientras hablaba, las luces se encendían y se apagaban en secuencias precisas, casi como si el club mismo quisiera acompañar su mensaje.
Karma Experience no se vende como una discoteca: se presenta como una propuesta. Martusciello lo dejó claro al explicar que el concepto del local apuesta por carteleras musicales de primer nivel, un sonido profesional afinado al milímetro, un sistema de iluminación que roza lo teatral y una programación semanal que traerá DJs, cantantes y artistas nacionales con trayectoria. La promesa es ambiciosa, pero no suena exagerada cuando se ve la tecnología del lugar en acción.
Antes de despedirse, soltó una frase que quedó flotando entre los presentes: “Cuando pisen Karma, van a notar la diferencia. No hay palabras para describir lo que este espacio ofrecerá”. Y quizá tenía razón. Porque por más que uno intente explicarlo, hay experiencias que solo se entienden cuando la música te atraviesa, cuando los láseres se cruzan sobre tu cabeza y cuando sientes que la noche, por un momento, se mueve exactamente al ritmo que estabas buscando.





