La migración es uno de los problemas más graves que afronta la sociedad contemporánea. Migrar, en términos generales, ocasiona desajustes nacionales, personales, familiares, económicos, sociales, entre otros; pero, sobre todo, significa correr riesgos. Los previstos e imprevistos.
Al emigrar, los riesgos están en proporción inversa a los recursos económicos del emigrante: mientras menos recursos económicos tenga, mayor la cantidad y magnitud de los riesgos.
El gran problema migratorio lo constituyen los pobres, los espalda mojada, los pata en el suelo, los de piel oscura, los de bajo nivel educativo (aunque, aquí entre nos, los de hábiles manos pasen a ser bienvenidos en el país de acogida), los sin papeles, los sin control.
Las oleadas migratorias que se están dando desde Suramérica y Centroamérica hacia Norteamérica y desde el norte de África hacia Europa constituyen un serio problema para los países de acogida pero, sobre todo, hay un drama en cada una de los migrantes pobres.
Se asume que emigrar es el resultado de una decisión. Se emigra porque se decide hacerlo. Aún en las migraciones forzadas por un conflicto armado, persecución política o religiosa, una situación económica insostenible, un futuro sombrío o una calamidad natural, la gente toma una decisión: se queda o se va.
Hay depauperados de la tierra, sobre todo los de más edad, que por más grave que sea la amenaza o las circunstancias que vivan, deciden no migrar, no dejar su terruño, su familia, lo suyo, aunque les cueste la vida. Es todo lo que tienen. También hay gente joven de ese sector socio económico que poco le tienta irse lejos, le da miedo correr tantos riesgos.
En sectores sin recursos de dinero, la gente joven trata, desesperadamente, de irse de los mismos espacios donde sus mayores y algunos de sus contemporáneos han decidido quedarse. Busca la forma de hacerlo, contra viento y marea, y emigran.
Cuando una persona pobre, de un país pobre, decide emigrar el esfuerzo comienza mucho antes que el viaje. Por lo general, contacta a alguien conocido que esté en el exterior para que le diga cómo es aquello, qué posibilidades de ganarse la vida hay y cualquier otra información básica. Después, viene el cómo resolver dos grandes escollos: el dinero para el viaje y la cuestión legal.
Entre quienes no tienen recursos económicos, una vía alternativa para decidir emigrar es hacerlo a ciegas, sin documentos migratorios -en muchos países pobres obtener un pasaporte cuesta mucho dinero y tiempo- , sin visión ni información alguna. A lo loco. Como vamos viendo, vamos yendo, o, al revés, piensan.
En esta época, entre las vía de información más usadas para decidir a dónde y cómo emigrar están el boca a boca y la internet. Las páginas virtuales suelen mirarse con dos ópticas: a través de los links de las empresas que buscan talentos sobre la base del currículum o las páginas donde aparecen ofertas para llevarle afuera y ayudarle en la instalación, sin requerir experiencia laboral alguna.
La carne de la gente pobre es la preferida por los traficantes de personas. Es allí donde la encuentran aderezada con la desesperanza y desesperación. La mercancía de esos mercaderes está entre quienes tienen poco dinero pero entre mucha gente ganan mucho.
Cuando se emigra por la desesperanza en donde se está no hay mar bravo, ni embarcaciones frágiles que atemoricen, tampoco ríos caudalosos, ni selvas con serpientes venenosas o animales salvajes. Tampoco se piensa en los riesgos de ser transportados por fieras humanas que son capaces de robarles, violar a las mujeres o abandonarles a la buena de dios ante la inminencia de ser descubiertos.
En su desesperación por emigrar, la gente con menos recursos económicos puede admitir cualquier oferta que le ayude a salir de donde está, aun cuando la oferta le parezca sospechosa o implique altos riesgos, inclusive la pérdida de su libertad o de su vida.
Quienes deciden emigrar corriendo altos riesgos, van en búsqueda de una vida mejor aún cuando puedan perder la que tienen. Prefieren arriesgarse que continuar viviendo como viven no solo por las condiciones socioeconómicas sino por la falta de esperanzas.
Muy posiblemente, lo que más impulsa a correr tantos riesgos a los que poco tienen que perder es la ilusión de que todo saldrá bien. Parece que piensan en esta secuencia: «A mí no me pasará nada»; «llegaré a mi destino, legalizaré mi condición, hallaré trabajo, prosperaré y podré ayudar económicamente a mi familia que se queda o me la traeré donde estoy». No ven las dificultades, el que sus derechos humanos puedan seguir siendo violados si llegan a su destino, obvian los riesgos y es que la ilusión mueve montañas.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: La supuesta impotencia ante la violencia machista
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La migración es uno de los problemas más graves que afronta la sociedad contemporánea. Migrar, en términos generales, ocasiona desajustes nacionales, personales, familiares, económicos, sociales, entre otros; pero, sobre todo, significa correr riesgos. Los previstos e imprevistos.
Al emigrar, los riesgos están en proporción inversa a los recursos económicos del emigrante: mientras menos recursos económicos tenga, mayor la cantidad y magnitud de los riesgos.
El gran problema migratorio lo constituyen los pobres, los espalda mojada, los pata en el suelo, los de piel oscura, los de bajo nivel educativo (aunque, aquí entre nos, los de hábiles manos pasen a ser bienvenidos en el país de acogida), los sin papeles, los sin control.
Las oleadas migratorias que se están dando desde Suramérica y Centroamérica hacia Norteamérica y desde el norte de África hacia Europa constituyen un serio problema para los países de acogida pero, sobre todo, hay un drama en cada una de los migrantes pobres.
Se asume que emigrar es el resultado de una decisión. Se emigra porque se decide hacerlo. Aún en las migraciones forzadas por un conflicto armado, persecución política o religiosa, una situación económica insostenible, un futuro sombrío o una calamidad natural, la gente toma una decisión: se queda o se va.
Hay depauperados de la tierra, sobre todo los de más edad, que por más grave que sea la amenaza o las circunstancias que vivan, deciden no migrar, no dejar su terruño, su familia, lo suyo, aunque les cueste la vida. Es todo lo que tienen. También hay gente joven de ese sector socio económico que poco le tienta irse lejos, le da miedo correr tantos riesgos.
En sectores sin recursos de dinero, la gente joven trata, desesperadamente, de irse de los mismos espacios donde sus mayores y algunos de sus contemporáneos han decidido quedarse. Busca la forma de hacerlo, contra viento y marea, y emigran.
Cuando una persona pobre, de un país pobre, decide emigrar el esfuerzo comienza mucho antes que el viaje. Por lo general, contacta a alguien conocido que esté en el exterior para que le diga cómo es aquello, qué posibilidades de ganarse la vida hay y cualquier otra información básica. Después, viene el cómo resolver dos grandes escollos: el dinero para el viaje y la cuestión legal.
Entre quienes no tienen recursos económicos, una vía alternativa para decidir emigrar es hacerlo a ciegas, sin documentos migratorios -en muchos países pobres obtener un pasaporte cuesta mucho dinero y tiempo- , sin visión ni información alguna. A lo loco. Como vamos viendo, vamos yendo, o, al revés, piensan.
En esta época, entre las vía de información más usadas para decidir a dónde y cómo emigrar están el boca a boca y la internet. Las páginas virtuales suelen mirarse con dos ópticas: a través de los links de las empresas que buscan talentos sobre la base del currículum o las páginas donde aparecen ofertas para llevarle afuera y ayudarle en la instalación, sin requerir experiencia laboral alguna.
La carne de la gente pobre es la preferida por los traficantes de personas. Es allí donde la encuentran aderezada con la desesperanza y desesperación. La mercancía de esos mercaderes está entre quienes tienen poco dinero pero entre mucha gente ganan mucho.
Cuando se emigra por la desesperanza en donde se está no hay mar bravo, ni embarcaciones frágiles que atemoricen, tampoco ríos caudalosos, ni selvas con serpientes venenosas o animales salvajes. Tampoco se piensa en los riesgos de ser transportados por fieras humanas que son capaces de robarles, violar a las mujeres o abandonarles a la buena de dios ante la inminencia de ser descubiertos.
En su desesperación por emigrar, la gente con menos recursos económicos puede admitir cualquier oferta que le ayude a salir de donde está, aun cuando la oferta le parezca sospechosa o implique altos riesgos, inclusive la pérdida de su libertad o de su vida.
Quienes deciden emigrar corriendo altos riesgos, van en búsqueda de una vida mejor aún cuando puedan perder la que tienen. Prefieren arriesgarse que continuar viviendo como viven no solo por las condiciones socioeconómicas sino por la falta de esperanzas.
Muy posiblemente, lo que más impulsa a correr tantos riesgos a los que poco tienen que perder es la ilusión de que todo saldrá bien. Parece que piensan en esta secuencia: «A mí no me pasará nada»; «llegaré a mi destino, legalizaré mi condición, hallaré trabajo, prosperaré y podré ayudar económicamente a mi familia que se queda o me la traeré donde estoy». No ven las dificultades, el que sus derechos humanos puedan seguir siendo violados si llegan a su destino, obvian los riesgos y es que la ilusión mueve montañas.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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