Un país de migrantes
A lo largo de nuestra historia, recibimos migrantes de todas partes del mundo, especialmente en las épocas doradas de nuestra economía, cuando incidentalmente, a Europa, y algunos países de Latinoamérica, los afectaba la calamidad de conflictos armados, regímenes opresores y sus miserias subsecuentes.
Muchas, muchísimas veces, «nos vestimos de anfitriones» para recibir con los brazos abiertos a italianos, españoles, portugueses, argentinos, colombianos y tantos otros.
Para el venezolano se volvió natural ir a la panadería del «portu», o ir a almorzar con «la nonna» de un amigo. Para los migrantes, esta tierra se volvió suya y la «preñaron» de sus costumbres, cultura y tradiciones.
La crisis política, económica y humanitaria vivida en Venezuela los años recientes, cambió la dirección de la migración y 6.8 millones de connacionales abandonaron la patria en los últimos cinco años en busca de oportunidades. Hemos sufrido la mayor crisis de migrantes sin conflicto bélico de la historia.
Inicialmente, la mayoría de los migrantes venezolanos se iban caminando del país, cruzando diferentes fronteras para instalarse en diferentes países latinoamericanos. La crisis económica y social de estos mismos países, los ha empujado a emigrar a nuevos destinos más prometedores, siendo EE UU uno de los favoritos. El drama para llegar allí, comienza cuando se hace contacto con los denominados «coyotes», aquellos que manejan el tráfico de personas desde Colombia hasta el paso México-USA. Cobran cifras que comienzan en los 5 mil dólares y se incrementan a lo largo del trayecto. Jugando con la vulnerabilidad de un padre o madre de familia, los despojan de lo poco que llevan en la billetera para lograr su sueño.
Los menos afortunados, que tienen la plata para pagar un pasaje aéreo a México, deben atravesar «las trochas» entre Venezuela y Colombia a pie, para después acometer el largo trayecto desde el vecino país hasta México, lo que implica atravesar la extensa y peligrosa selva del Darién.
El Tapón del Darién, como es conocido históricamente por las dificultades que ofrece su paso, ha sido tildado como un real infierno en la tierra, la región más peligrosa de Latinoamérica. La historia cuenta que, en el siglo XVI, el Darién «se tragó» con sus ramas espinosas a los conquistadores españoles. Ahora, los que se quedan en el camino, son los migrantes que intentan cruzarlo en búsqueda de un futuro digno.
«El temor a veces se olvida para poder obtener cosas mejores en la vida», declaraba recientemente a un medio de prensa, Eiden Serrada, un joven venezolano de 18 años, consciente de los casos de muertes, desapariciones y abusos en el pasaje selvático de 266 km entre Colombia y Panamá, decidido a atravesarlo porque detrás de él, lo que tenía, lucía mucho peor.
Este cruce, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), fue atravesado por unos 28.000 venezolanos en el primer semestre de 2022, enorme número, en comparación con los poco más de 2.800 que lo hicieron en 2021.
Al llegar a mitad del camino selvático, ya en Panamá, se encuentran con personas muertas, en estado de putrefacción. Durante los dos o tres días de camino requeridos para llegar a un campamento, muchos son asaltados, quitándoles la comida, los celulares, el dinero y a algunas mujeres son violadas.
Durante el camino, se encuentran con migrantes que tienen 30 días caminando en la selva, lesionados y con problemas graves de salud, que no pueden continuar. Los caminantes pierden los zapatos y luego la piel de los pies. A muchos les toca salvar la vida de niños de meses, abandonados en el camino por sus padres.
Río Bravo
Un joven caraqueño que logró atravesar la frontera mexicana y llegó a EE UU, relata que, en su trayecto por México fue secuestrado y le arrancaron los dientes con unos alicates. Otro, cuentan cómo fue amenazado por coyotes zulianos, amenazándolo de entregarlo a los carteles de droga, si no pagaban un rescate.
El drama se incrementa al pasar el Río Bravo, en una cadeneta humana, donde muchos niños son arrastrados por la corriente y pierden la vida.
En días recientes, un grupo de nuestros migrantes venezolanos se vieron en medio de la disputa política gringa entre demócratas y republicanos. 48 venezolanos, pertenecientes a unas diez familias, fueron alojados en el refugio San Antonio – Texas, donde les ofrecieron asilo, trabajo, comida y casa. En cuestión de horas, habían sido trasladados y abandonados a su merced en Marthas Vineyard, una isla de multimillonarios.
Investigando sobre el tema, y leyendo decenas de testimonios, que no caben en este espacio, me pregunto qué estamos haciendo usted y yo, para evitar el drama de nuestros hermanos migrantes. Dolorosamente, me respondo a mi mismo que muy poco, ¿y usted?
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Muchas, muchísimas veces, «nos vestimos de anfitriones» para recibir con los brazos abiertos a italianos, españoles, portugueses, argentinos, colombianos y tantos otros.
Para el venezolano se volvió natural ir a la panadería del «portu», o ir a almorzar con «la nonna» de un amigo. Para los migrantes, esta tierra se volvió suya y la «preñaron» de sus costumbres, cultura y tradiciones.
La crisis política, económica y humanitaria vivida en Venezuela los años recientes, cambió la dirección de la migración y 6.8 millones de connacionales abandonaron la patria en los últimos cinco años en busca de oportunidades. Hemos sufrido la mayor crisis de migrantes sin conflicto bélico de la historia.
Inicialmente, la mayoría de los migrantes venezolanos se iban caminando del país, cruzando diferentes fronteras para instalarse en diferentes países latinoamericanos. La crisis económica y social de estos mismos países, los ha empujado a emigrar a nuevos destinos más prometedores, siendo EE UU uno de los favoritos. El drama para llegar allí, comienza cuando se hace contacto con los denominados «coyotes», aquellos que manejan el tráfico de personas desde Colombia hasta el paso México-USA. Cobran cifras que comienzan en los 5 mil dólares y se incrementan a lo largo del trayecto. Jugando con la vulnerabilidad de un padre o madre de familia, los despojan de lo poco que llevan en la billetera para lograr su sueño.
Los menos afortunados, que tienen la plata para pagar un pasaje aéreo a México, deben atravesar «las trochas» entre Venezuela y Colombia a pie, para después acometer el largo trayecto desde el vecino país hasta México, lo que implica atravesar la extensa y peligrosa selva del Darién.
El Tapón del Darién, como es conocido históricamente por las dificultades que ofrece su paso, ha sido tildado como un real infierno en la tierra, la región más peligrosa de Latinoamérica. La historia cuenta que, en el siglo XVI, el Darién «se tragó» con sus ramas espinosas a los conquistadores españoles. Ahora, los que se quedan en el camino, son los migrantes que intentan cruzarlo en búsqueda de un futuro digno.
«El temor a veces se olvida para poder obtener cosas mejores en la vida», declaraba recientemente a un medio de prensa, Eiden Serrada, un joven venezolano de 18 años, consciente de los casos de muertes, desapariciones y abusos en el pasaje selvático de 266 km entre Colombia y Panamá, decidido a atravesarlo porque detrás de él, lo que tenía, lucía mucho peor.
Este cruce, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), fue atravesado por unos 28.000 venezolanos en el primer semestre de 2022, enorme número, en comparación con los poco más de 2.800 que lo hicieron en 2021.
Al llegar a mitad del camino selvático, ya en Panamá, se encuentran con personas muertas, en estado de putrefacción. Durante los dos o tres días de camino requeridos para llegar a un campamento, muchos son asaltados, quitándoles la comida, los celulares, el dinero y a algunas mujeres son violadas.
Durante el camino, se encuentran con migrantes que tienen 30 días caminando en la selva, lesionados y con problemas graves de salud, que no pueden continuar. Los caminantes pierden los zapatos y luego la piel de los pies. A muchos les toca salvar la vida de niños de meses, abandonados en el camino por sus padres.
Río Bravo
Un joven caraqueño que logró atravesar la frontera mexicana y llegó a EE UU, relata que, en su trayecto por México fue secuestrado y le arrancaron los dientes con unos alicates. Otro, cuentan cómo fue amenazado por coyotes zulianos, amenazándolo de entregarlo a los carteles de droga, si no pagaban un rescate.
El drama se incrementa al pasar el Río Bravo, en una cadeneta humana, donde muchos niños son arrastrados por la corriente y pierden la vida.
En días recientes, un grupo de nuestros migrantes venezolanos se vieron en medio de la disputa política gringa entre demócratas y republicanos. 48 venezolanos, pertenecientes a unas diez familias, fueron alojados en el refugio San Antonio – Texas, donde les ofrecieron asilo, trabajo, comida y casa. En cuestión de horas, habían sido trasladados y abandonados a su merced en Marthas Vineyard, una isla de multimillonarios.
Investigando sobre el tema, y leyendo decenas de testimonios, que no caben en este espacio, me pregunto qué estamos haciendo usted y yo, para evitar el drama de nuestros hermanos migrantes. Dolorosamente, me respondo a mi mismo que muy poco, ¿y usted?
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