Referir la palabra esbirro, exige indagar el tejido político en el cual adquiere sentido dialéctico. En principio, tan repulsivo término tiene una procedencia afincada en la naturaleza del totalitarismo más irracional.
El hecho de contar con sinónimos que puntualizan palabras como “policía, represor, secuaz, seguidor, sicario y torturador”, según lo detalla el diccionario panhispánico de la Real Academia Española, revela el carácter de su etimología. Sobre todo, cuando el DRAE explica que contiene un significado que hace ver “la persona que ejecuta las órdenes de otra o de una autoridad, si para ello debe emplear la violencia”.
Quizás luce pertinente la revisión de la teoría sociológica expuesta por el asesor principal del gobierno del general Juan Vicente Gómez, quien condujo a Venezuela durante las tres primeras décadas del siglo XX. Fue el general Gómez, quien hizo que -bajo su régimen político, basado en la tiranía- Venezuela se administrara a la sombra de la tiranía entendida como recurso de poder político.
No cabe duda de que, para su tiempo, 1908-1935, haya antecedentes que den cuenta del carácter vertical que se arrogó el régimen dictatorial de Gómez. Durante su gobierno el término esbirro le fue endilgado a funcionarios de la seguridad política, cuyas actuaciones comportaban la violencia que mejor habla del torturador, del represor, del policía intransigente e injusto.
El militarismo consiguió en el caudillismo el aliado que mejor justificaba la imposición de un autoritarismo como recurso de gobierno para «civilizar» a la población. Este militarismo se convirtió en razón que cuadraba con la necesidad de ordenar a la sociedad. Fue así como adquirió fuerza política. Así, logró cambiar intenciones de crecimiento económico basadas en conceptos mediocres que pusieron en marcha con el apoyo de una estructura cívico-policial, donde la figura del esbirro no podía faltar. Aún más, con la excusa de mantener a raya todo factor disidente que pusiera en riesgo la estabilidad del régimen tiránico.
En el plano político, el militarismo hegemónico visto en el curso de la historia política contemporánea, se ha arrogado atribuciones al voleo. Así le ha restado importancia a la institucionalidad sobre la cual descansa el ordenamiento jurídico que sirve de fundamento al discurrir general de la sociedad.
De esta forma el liderazgo político en complicidad con altos jerarcas del mundo militar, ha abusado de la autoridad para cambiar los parámetros del concepto de orden que el exacerbado militarismo ha presumido como estrategia en su línea de comando.
Acá tiende a fortalecerse el concepto de esbirro. Su aparición se valió de estructuras gubernamentales que, en su oficio, buscaron afianzar el totalitarismo como sistema político. De ahí que someter a la sociedad bajo la fuerza del “esbirro”, significaba instaurar un régimen político suficientemente opresivo para sembrar el terror.
Por eso el sistema político, en contrario con postulados que exaltan libertades y derechos humanos, actúa apegado a esquemas dictatoriales teñidos de postulados democráticos. En toda su extensión, pero en el fondo, arrima procedimientos administrativos a alguna fórmula dictatorial como mecanismo de fuerza.
La impunidad de la cual se ha valido el régimen autoritario para imponer su fuerza, tanto como para disuadir la incidencia de cualquier conflicto asistido por la represión, ha justificado la acción de estos personajes conocidos como esbirros. Y que indistintamente de lucir un uniforme o de actuar a nombre de la autoridad, vestido de paisano, adquirió plena justificación en lo que, a los intereses políticos del autoritarismo, detenta.
Además, su labor es infiltrada por el odio pues a decir de algunos postulados reivindicados por líderes totalitarios, el odio es un “factor de lucha”. Como recurso sociológico, permite forzar acciones políticas dirigidas a anular al adversario. El esbirro busca actuar contra toda manifestación que atente la ideología y praxis política sobre la cual descansa el discurrir del régimen dictatorial.
La necesidad de actuar de la mano de la represión, ha permitido a las dictaduras la aprobación para dotar de artilugios de movilidad y de fuerza (vehículos y armas) que faciliten la labor opresora del esbirro. Esto ha hecho que organismos policiales y militares, avalen el indigno trabajo del esbirro en su condición de verdugo, sicario, mercenario o servil del autoritarismo hegemónico y tiránico.
Así el esbirro se adapta a las coyunturas sociales y políticas. En consecuencia, las organizaciones de seguridad política de los regímenes autoritarios, cambian sus fachadas a conveniencia de los intereses que sirven a los dominios del régimen. Detrás de tanta indecencia, aparece camuflada la figura de esos personajes. O sea, del esbirro que engendró la dictadura.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Política, el concepto que desafía la vida
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Referir la palabra esbirro, exige indagar el tejido político en el cual adquiere sentido dialéctico. En principio, tan repulsivo término tiene una procedencia afincada en la naturaleza del totalitarismo más irracional.
El hecho de contar con sinónimos que puntualizan palabras como “policía, represor, secuaz, seguidor, sicario y torturador”, según lo detalla el diccionario panhispánico de la Real Academia Española, revela el carácter de su etimología. Sobre todo, cuando el DRAE explica que contiene un significado que hace ver “la persona que ejecuta las órdenes de otra o de una autoridad, si para ello debe emplear la violencia”.
Quizás luce pertinente la revisión de la teoría sociológica expuesta por el asesor principal del gobierno del general Juan Vicente Gómez, quien condujo a Venezuela durante las tres primeras décadas del siglo XX. Fue el general Gómez, quien hizo que -bajo su régimen político, basado en la tiranía- Venezuela se administrara a la sombra de la tiranía entendida como recurso de poder político.
No cabe duda de que, para su tiempo, 1908-1935, haya antecedentes que den cuenta del carácter vertical que se arrogó el régimen dictatorial de Gómez. Durante su gobierno el término esbirro le fue endilgado a funcionarios de la seguridad política, cuyas actuaciones comportaban la violencia que mejor habla del torturador, del represor, del policía intransigente e injusto.
El militarismo consiguió en el caudillismo el aliado que mejor justificaba la imposición de un autoritarismo como recurso de gobierno para «civilizar» a la población. Este militarismo se convirtió en razón que cuadraba con la necesidad de ordenar a la sociedad. Fue así como adquirió fuerza política. Así, logró cambiar intenciones de crecimiento económico basadas en conceptos mediocres que pusieron en marcha con el apoyo de una estructura cívico-policial, donde la figura del esbirro no podía faltar. Aún más, con la excusa de mantener a raya todo factor disidente que pusiera en riesgo la estabilidad del régimen tiránico.
En el plano político, el militarismo hegemónico visto en el curso de la historia política contemporánea, se ha arrogado atribuciones al voleo. Así le ha restado importancia a la institucionalidad sobre la cual descansa el ordenamiento jurídico que sirve de fundamento al discurrir general de la sociedad.
De esta forma el liderazgo político en complicidad con altos jerarcas del mundo militar, ha abusado de la autoridad para cambiar los parámetros del concepto de orden que el exacerbado militarismo ha presumido como estrategia en su línea de comando.
Acá tiende a fortalecerse el concepto de esbirro. Su aparición se valió de estructuras gubernamentales que, en su oficio, buscaron afianzar el totalitarismo como sistema político. De ahí que someter a la sociedad bajo la fuerza del “esbirro”, significaba instaurar un régimen político suficientemente opresivo para sembrar el terror.
Por eso el sistema político, en contrario con postulados que exaltan libertades y derechos humanos, actúa apegado a esquemas dictatoriales teñidos de postulados democráticos. En toda su extensión, pero en el fondo, arrima procedimientos administrativos a alguna fórmula dictatorial como mecanismo de fuerza.
La impunidad de la cual se ha valido el régimen autoritario para imponer su fuerza, tanto como para disuadir la incidencia de cualquier conflicto asistido por la represión, ha justificado la acción de estos personajes conocidos como esbirros. Y que indistintamente de lucir un uniforme o de actuar a nombre de la autoridad, vestido de paisano, adquirió plena justificación en lo que, a los intereses políticos del autoritarismo, detenta.
Además, su labor es infiltrada por el odio pues a decir de algunos postulados reivindicados por líderes totalitarios, el odio es un “factor de lucha”. Como recurso sociológico, permite forzar acciones políticas dirigidas a anular al adversario. El esbirro busca actuar contra toda manifestación que atente la ideología y praxis política sobre la cual descansa el discurrir del régimen dictatorial.
La necesidad de actuar de la mano de la represión, ha permitido a las dictaduras la aprobación para dotar de artilugios de movilidad y de fuerza (vehículos y armas) que faciliten la labor opresora del esbirro. Esto ha hecho que organismos policiales y militares, avalen el indigno trabajo del esbirro en su condición de verdugo, sicario, mercenario o servil del autoritarismo hegemónico y tiránico.
Así el esbirro se adapta a las coyunturas sociales y políticas. En consecuencia, las organizaciones de seguridad política de los regímenes autoritarios, cambian sus fachadas a conveniencia de los intereses que sirven a los dominios del régimen. Detrás de tanta indecencia, aparece camuflada la figura de esos personajes. O sea, del esbirro que engendró la dictadura.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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