América Latina y el Caribe ha sido una región que en temas políticos se ha movido con efecto pendular. Desde hace varias décadas los gobiernos y las fuerzas del poder aparecen y reaparecen con identidades ideológicas distintas sin garantizar una continuidad mínima en los planes públicos. Este fenómeno ha afectado considerablemente la capacidad de gestión y por ende, la ciudadanía resiente las enormes dificultades producto de la improvisación y planes truncados por diferencias políticas.
En este sentido, estamos viendo un ejemplo más que evidente con lo que está ocurriendo en Colombia por estos días. Gustavo Petro llegó a la presidencia de Colombia gracias a una gran coalición que le permitió acumular fuerzas para derrotar a los partidos de derecha que habían capitalizado el poder durante décadas. Esta arquitectura de apoyos tuvo que ser muy variopinta para lograr la confianza necesaria en el electorado y lograr amalgamar apoyos desde las extremidades ideológicas, el centro político e incluso, elementos conservadores. Fue la manera de ganar la presidencia. Ese ha sido el método clave para alcanzar victorias en escenarios de alta polarización. Lula lo acaba de conseguir en Brasil también con el mismo esquema de amplitud ideológica.
Pero cuando se trata de ejercer el gobierno, las diferencias reaparecen luego de la campaña electoral por el cúmulo de intereses que se generan y éstos, terminan rompiendo las coaliciones y afectando severamente el ejercicio de gobierno. Lo estamos viendo con Petro. Esta semana ha estado cargada de noticias sobre las rupturas internas en su gama de alianzas, que lo está obligando a hacer un giro de mayor radicalidad en sus proyectos gubernamentales de cara a acelerar su ejecución en medio de unas fuerzas que ahora se alinean en otra dirección para fortalecer los contrapesos.
Estas noticias internas de Colombia han pasado medianamente desapercibidas en el interés y foco de los gobiernos de la región por el rol que Petro ha asumido para abordar la difícil situación política de Venezuela. Desde un primer momento, incluso en plena campaña electoral, el mandatario colombiano dejó clara su posición de cambiar totalmente el esquema de relación bilateral que su antecesor llevaba en relación al país vecino. Inmediatamente asumiera el poder, se puso en marcha un plan de relanzamiento de relaciones diplomáticas y comerciales.
En ese marco de acción, Petro comenzó a tejer una red internacional para ayudar a destrancar el juego político interno de Venezuela. Esta semana se ha efectuado una cumbre con la participación de países clave que pudieran ayudar en el objetivo; sin embargo, las fuerzas del péndulo han generado acciones y declaraciones que golpean severamente el objetivo de un paso diplomático de esta naturaleza. El efecto péndulo busca socavar cualquier esfuerzo en dirección a una solución para sacar el mayor provecho posible de la situación en capitalización política.
Estamos viendo en vivo y directo la aplicación del efecto péndulo. Las fuerzas se activan para desmontar y neutralizar un intento para resolver una situación conflictiva en un país como Venezuela, que ha generado una crisis migratoria con repercusiones profundas en toda la región. El interés no es público ni colectivo, es netamente político. Está centrado en las disputas por el poder que tenemos en esta parte del mundo, lo cual es «normal» si se encausaran con mecanismos democráticos y con continuidad en los procesos para no afectar a las poblaciones enteras. No obstante, el péndulo está fuertemente activado para sacar del juego a Gustavo Petro y Lula Da Silva, quiénes, más allá de sus convicciones ideológicas, han venido tratando de «abordar» de una manera diferente a como se ha hecho en los últimos años, el conflicto político venezolano a partir de la reactivación de un esquema de «negociación» que avance más rápidamente para favorecer la geopolítica regional.
El péndulo no perdona, pero tristemente afecta mucho más a quienes están en el medio de las disputas por el poder: la gente común y corriente, que no termina de entender los «vaivenes» de un péndulo que nunca se inclina para favorecerles.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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En este sentido, estamos viendo un ejemplo más que evidente con lo que está ocurriendo en Colombia por estos días. Gustavo Petro llegó a la presidencia de Colombia gracias a una gran coalición que le permitió acumular fuerzas para derrotar a los partidos de derecha que habían capitalizado el poder durante décadas. Esta arquitectura de apoyos tuvo que ser muy variopinta para lograr la confianza necesaria en el electorado y lograr amalgamar apoyos desde las extremidades ideológicas, el centro político e incluso, elementos conservadores. Fue la manera de ganar la presidencia. Ese ha sido el método clave para alcanzar victorias en escenarios de alta polarización. Lula lo acaba de conseguir en Brasil también con el mismo esquema de amplitud ideológica.
Pero cuando se trata de ejercer el gobierno, las diferencias reaparecen luego de la campaña electoral por el cúmulo de intereses que se generan y éstos, terminan rompiendo las coaliciones y afectando severamente el ejercicio de gobierno. Lo estamos viendo con Petro. Esta semana ha estado cargada de noticias sobre las rupturas internas en su gama de alianzas, que lo está obligando a hacer un giro de mayor radicalidad en sus proyectos gubernamentales de cara a acelerar su ejecución en medio de unas fuerzas que ahora se alinean en otra dirección para fortalecer los contrapesos.
Estas noticias internas de Colombia han pasado medianamente desapercibidas en el interés y foco de los gobiernos de la región por el rol que Petro ha asumido para abordar la difícil situación política de Venezuela. Desde un primer momento, incluso en plena campaña electoral, el mandatario colombiano dejó clara su posición de cambiar totalmente el esquema de relación bilateral que su antecesor llevaba en relación al país vecino. Inmediatamente asumiera el poder, se puso en marcha un plan de relanzamiento de relaciones diplomáticas y comerciales.
En ese marco de acción, Petro comenzó a tejer una red internacional para ayudar a destrancar el juego político interno de Venezuela. Esta semana se ha efectuado una cumbre con la participación de países clave que pudieran ayudar en el objetivo; sin embargo, las fuerzas del péndulo han generado acciones y declaraciones que golpean severamente el objetivo de un paso diplomático de esta naturaleza. El efecto péndulo busca socavar cualquier esfuerzo en dirección a una solución para sacar el mayor provecho posible de la situación en capitalización política.
Estamos viendo en vivo y directo la aplicación del efecto péndulo. Las fuerzas se activan para desmontar y neutralizar un intento para resolver una situación conflictiva en un país como Venezuela, que ha generado una crisis migratoria con repercusiones profundas en toda la región. El interés no es público ni colectivo, es netamente político. Está centrado en las disputas por el poder que tenemos en esta parte del mundo, lo cual es «normal» si se encausaran con mecanismos democráticos y con continuidad en los procesos para no afectar a las poblaciones enteras. No obstante, el péndulo está fuertemente activado para sacar del juego a Gustavo Petro y Lula Da Silva, quiénes, más allá de sus convicciones ideológicas, han venido tratando de «abordar» de una manera diferente a como se ha hecho en los últimos años, el conflicto político venezolano a partir de la reactivación de un esquema de «negociación» que avance más rápidamente para favorecer la geopolítica regional.
El péndulo no perdona, pero tristemente afecta mucho más a quienes están en el medio de las disputas por el poder: la gente común y corriente, que no termina de entender los «vaivenes» de un péndulo que nunca se inclina para favorecerles.
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