Los enamorados del acto de leer y de informarse en Venezuela tenemos un recuerdo encantador, cuando el domingo en la mañana después de un «tintico» nos apresurábamos al kiosco a comprar El Nacional, El Universal, y quizás Tal cual o Economía Hoy. Si no acudíamos temprano nos quedábamos desalentados sin nada, y el día como incompleto. Comparábamos tratamientos y despliegue informativo. Se disfrutaban las crónicas y otros artículos de opinión.
Esas experiencias que nos han marcado y nos motivaron a pasar del campo de las letras a la comunicación, tristemente ya no existe nada de eso. Los medios impresos desaparecieron del mapa y el ejercicio del periodismo se convirtió en una profesión de riesgo. Tanto los medios como los profesionales de la comunicación han estado en la mira del chavismo como una amenaza que hay que controlar e ir incluso más allá con la violencia de la agresión, persecución, acusación de terrorista y cárcel.
Es una lucha tenaz entre el despliegue de la hegemonía comunicacional del régimen y el denodado esfuerzo de los periodistas para defender el periodismo independiente. Ese esfuerzo ha hecho que muchos de estos profesionales amenazados tomen el camino del exilio forzado donde siguen en su pelea por el derecho a la información veraz de los ciudadanos. Es una oposición a diario trabada con tesón porque para el régimen es el enemigo a desaparecer. Incluso el año pasado la Asamblea chavista pretendió modificar la Ley de Ejercicio del Periodismo y el Código de Ética.
Este desmantelamiento de las capacidades informativas de la sociedad persigue el control político y la censura de cualquier elemento que pueda afectar su proyecto, y el manejo poco transparente de la gestión pública. El poder al servicio del partido y otros sectores que lo soportan como el
militar. Y más aún cuando el régimen es militarista de base como este despótico autoritarismo reinante, que pretendió actualizar el mito del héroe clave en nuestra cultura.
La desaparición del periodismo impreso apareció en los titulares como una agresión que se llevó todo: prestigio, bienes, sedes. Arrancaron con El Nacional porque su orientación resultaba peligrosa políticamente. Siguieron los otros más tradicionales como El Universal, unos quebraron y no pudieron cubrir gastos esenciales como el papel y por la censura.
Después arrasaron con la radio que une lo informativo con la música que entretiene, y es de más fácil acceso para la mayoría porque basta con oír y no interpretar lectura. Hoy sobreviven algunos programas de interés y amplia cobertura en emisoras consolidadas. Pero la destrucción de la radiodifusión ha sido como una aplanadora manejada por la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, que supervisa y revoca licencias sin explicación y apego a la norma. Cerraron 285 emisoras a nivel nacional. Espacio Público señaló que un 75% de los medios han sido clausurados. La libertad de expresión va en camino de desaparecer. Decimos que no ha muerto este derecho porque muy inteligentemente los profesionales de la comunicación en Venezuela emigraron a la transmisión digital. Esta tabla de salvación ha sido difícil de instalar porque han tenido que apropiarse de técnicas novedosas y estimular lo mismo en los ciudadanos ávidos de información veraz. Es interesante destacar que quienes conducen estas páginas, que son ahora la única ventana que nos permite saber lo que pasa, aun cuando estemos lejos, son periodistas agredidos, perseguidos y en el exilio. Desde fuera del país continúan en su meritoria labor.
Podemos señalar: Efecto Cocuyo, Runrunes, El Pitazo, Armando.info, como medios que siguen en la pelea. Otras páginas evocan medios impresos destruidos como El Nacional y Tal Cual. Tienen coberturas de temas diversos, pero nunca falta el dramático aspecto político. Armando.info hace periodismo de investigación de la gestión pública, financiera y de la escandalosa corrupción. Han adelantado supuestas campañas anticorrupción con investigaciones importantes, coma el caso de PDSA ahora en la palestra pública para «lavar» la podredumbre reinante.
Ahora bien, la plataforma digital en el país es bien difícil de gestionar con esos propósitos informativos y no de ventana simpática de imágenes de todo tipo como Facebook. El acceso a internet representa la supuesta casi mitad de la población, pero las empresas que lo proporcionan son caóticas. Por ejemplo, en CANTV se desaparecen líneas telefónicas sin explicación, otros hogares siguen pagando ABA pero no tienen el servicio y mantienen la esperanza de recobrarlo. También la electricidad no es un servicio público constante. El sector educativo por su situación económica no puede acceder a ello, aunque es fundamental para su trabajo. En igual condición está un importante sector en emergencia humanitaria compleja. Quizás habría que organizar una variante de «Radio Bemba» con información y no rumores de todo tipo.
La censura actúa con bloqueos de todo tipo a páginas o a usuarios «peligrosos». Al parecer servicios internacionales como Movistar están en la misma movida, no se sabe si es por control a eventuales clientes o por otras intenciones inconfesables. Ahora el problema proviene de la amenaza de intervenir las ONG. Los periodistas tienen la absoluta convicción de que la lucha por la libertad de expresión y el libre flujo de la información son fundamentales para romper estas podridas cadenas que sumergen el país en la debacle, tal como piensan otros sectores de la sociedad que luchan por ello.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: Del confinamiento al encierro existencial
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Los enamorados del acto de leer y de informarse en Venezuela tenemos un recuerdo encantador, cuando el domingo en la mañana después de un «tintico» nos apresurábamos al kiosco a comprar El Nacional, El Universal, y quizás Tal cual o Economía Hoy. Si no acudíamos temprano nos quedábamos desalentados sin nada, y el día como incompleto. Comparábamos tratamientos y despliegue informativo. Se disfrutaban las crónicas y otros artículos de opinión.
Esas experiencias que nos han marcado y nos motivaron a pasar del campo de las letras a la comunicación, tristemente ya no existe nada de eso. Los medios impresos desaparecieron del mapa y el ejercicio del periodismo se convirtió en una profesión de riesgo. Tanto los medios como los profesionales de la comunicación han estado en la mira del chavismo como una amenaza que hay que controlar e ir incluso más allá con la violencia de la agresión, persecución, acusación de terrorista y cárcel.
Es una lucha tenaz entre el despliegue de la hegemonía comunicacional del régimen y el denodado esfuerzo de los periodistas para defender el periodismo independiente. Ese esfuerzo ha hecho que muchos de estos profesionales amenazados tomen el camino del exilio forzado donde siguen en su pelea por el derecho a la información veraz de los ciudadanos. Es una oposición a diario trabada con tesón porque para el régimen es el enemigo a desaparecer. Incluso el año pasado la Asamblea chavista pretendió modificar la Ley de Ejercicio del Periodismo y el Código de Ética.
Este desmantelamiento de las capacidades informativas de la sociedad persigue el control político y la censura de cualquier elemento que pueda afectar su proyecto, y el manejo poco transparente de la gestión pública. El poder al servicio del partido y otros sectores que lo soportan como el
militar. Y más aún cuando el régimen es militarista de base como este despótico autoritarismo reinante, que pretendió actualizar el mito del héroe clave en nuestra cultura.
La desaparición del periodismo impreso apareció en los titulares como una agresión que se llevó todo: prestigio, bienes, sedes. Arrancaron con El Nacional porque su orientación resultaba peligrosa políticamente. Siguieron los otros más tradicionales como El Universal, unos quebraron y no pudieron cubrir gastos esenciales como el papel y por la censura.
Después arrasaron con la radio que une lo informativo con la música que entretiene, y es de más fácil acceso para la mayoría porque basta con oír y no interpretar lectura. Hoy sobreviven algunos programas de interés y amplia cobertura en emisoras consolidadas. Pero la destrucción de la radiodifusión ha sido como una aplanadora manejada por la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, que supervisa y revoca licencias sin explicación y apego a la norma. Cerraron 285 emisoras a nivel nacional. Espacio Público señaló que un 75% de los medios han sido clausurados. La libertad de expresión va en camino de desaparecer. Decimos que no ha muerto este derecho porque muy inteligentemente los profesionales de la comunicación en Venezuela emigraron a la transmisión digital. Esta tabla de salvación ha sido difícil de instalar porque han tenido que apropiarse de técnicas novedosas y estimular lo mismo en los ciudadanos ávidos de información veraz. Es interesante destacar que quienes conducen estas páginas, que son ahora la única ventana que nos permite saber lo que pasa, aun cuando estemos lejos, son periodistas agredidos, perseguidos y en el exilio. Desde fuera del país continúan en su meritoria labor.
Podemos señalar: Efecto Cocuyo, Runrunes, El Pitazo, Armando.info, como medios que siguen en la pelea. Otras páginas evocan medios impresos destruidos como El Nacional y Tal Cual. Tienen coberturas de temas diversos, pero nunca falta el dramático aspecto político. Armando.info hace periodismo de investigación de la gestión pública, financiera y de la escandalosa corrupción. Han adelantado supuestas campañas anticorrupción con investigaciones importantes, coma el caso de PDSA ahora en la palestra pública para «lavar» la podredumbre reinante.
Ahora bien, la plataforma digital en el país es bien difícil de gestionar con esos propósitos informativos y no de ventana simpática de imágenes de todo tipo como Facebook. El acceso a internet representa la supuesta casi mitad de la población, pero las empresas que lo proporcionan son caóticas. Por ejemplo, en CANTV se desaparecen líneas telefónicas sin explicación, otros hogares siguen pagando ABA pero no tienen el servicio y mantienen la esperanza de recobrarlo. También la electricidad no es un servicio público constante. El sector educativo por su situación económica no puede acceder a ello, aunque es fundamental para su trabajo. En igual condición está un importante sector en emergencia humanitaria compleja. Quizás habría que organizar una variante de «Radio Bemba» con información y no rumores de todo tipo.
La censura actúa con bloqueos de todo tipo a páginas o a usuarios «peligrosos». Al parecer servicios internacionales como Movistar están en la misma movida, no se sabe si es por control a eventuales clientes o por otras intenciones inconfesables. Ahora el problema proviene de la amenaza de intervenir las ONG. Los periodistas tienen la absoluta convicción de que la lucha por la libertad de expresión y el libre flujo de la información son fundamentales para romper estas podridas cadenas que sumergen el país en la debacle, tal como piensan otros sectores de la sociedad que luchan por ello.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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